En el mes dedicado a este género en el país cafetero, sus protagonistas traducen a palabras su sonido.
Nació en Estados Unidos y no ha muerto. El jazz es a menudo inasible y difícil de definir. Más de un siglo después de haber surgido de las entrañas de almas y gargantas afroamericanas, el jazz pervive y tiene escena en la música colombiana. La improvisación es una de sus manifestaciones más características. De por qué la ‘impro’ es todo, el todo y la nada.
En Colombia, es septiembre de jazz. Desde hace varios años el Ministerio de Cultura ha venido organizando el Circuito de Jazz Colombia, que hace de septiembre el mes en el que se realizan seis festivales de jazz en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Pasto: el Festival Internacional de Jazz del Teatro Libre (Bogotá), Medejazz, Barranquijazz, Jazz al Parque (Bogotá), PastoJazz y Ajazzgo (Cali). Es tiempo de hablar de jazz, una música ecléctica y magnética; una música por momentos abstrusa e indescifrable.
El jazz nació del sincretismo cultural que tuvo lugar en la Nueva Orleans de finales del siglo XIX, cuando ya el mundo llevaba más de un siglo siendo testigo de la barbarie contra nativos africanos en la conquista del Nuevo Mundo. Ted Gioia, reconocido crítico de jazz e historiador de música norteamericano, señala en su libro The History of Jazz que en 1807 ya habían sido traídos 400.000 nativos africanos como esclavos a América.
Gioia nos conduce a lo largo de los siglos, indicando que, desde su fundación, en 1764, Nueva Orleans fue el sitio de convergencia de europeos de varias naciones que llegaban a América con la expectativa de ver qué había del otro lado del océano. Españoles, franceses, alemanes, italianos, ingleses, irlandeses y escoceses la habitaron antes de que se volviera norteamericana, cuando se efectuó la llamada “Louisiana Purchase”, en 1803, transacción por medio de la cual Napoleón vendió a Estados Unidos más de 500 millones de acres de posesiones francesas en América del Norte.
El jazz es lo que resulta de la mezcla de las influencias europeas decantadas desde tiempos coloniales con el legado musical de los afroamericanos, que a finales del siglo XIX enfrentaban racismo, explotación y despojo. El jazz es un clamor forjado en los cantos de trabajo (work songs) de almas negras esclavas, que a fuego lento se volvió blues, y luego una música que el río Misisipi caldeó y convirtió en diamante. “El jazz es el jazz”, dijo una vez Louis Armstrong.
La improvisación
Existe un elemento particular en el jazz: la improvisación. La improvisación es la creación de música en tiempo real. No se trata de desobediencia a la partitura. Se trata de una sección posterior a la exposición del tema escrito, en la que los músicos se ven abocados a interpretar su creación inmediata por fuera de lo que se escribió, aunque conservando el marco del compositor. Este momento de música improvisada se denomina un solo de jazz.
Ni las canciones de Silvio Rodríguez, ni las partitas de Bach, ni las composiciones de Leandro Díaz destinan una sección a la creación musical de los intérpretes. Fueron pensadas por el cantautor o compositor y codificadas por medio de la notación musical, y a la hora de ser grabadas o interpretadas en vivo deben ejecutarse tal como fueron escritas.
Es importante puntualizar que la improvisación no se constituye como un fenómeno musical superior respecto de la música que se pensó para ser interpretada con cada uno de los puntos y comas de la partitura escrita por el compositor. Ambas expresiones tienen una identidad definida y son a la música como la sal y el azúcar a la cocina. Son opuestas la de una de la otra, y así mismo esenciales, imprescindibles, indispensables.
¿Es la improvisación un elemento exclusivo del jazz? No. Derek Bailey, guitarrista británico que en los 50 se constituyó en uno de los estudiosos de la improvisación musical, señala en su libro Improvisation: Its Nature and Practice (1980), que muchas músicas hacen uso del elemento de la improvisación: desde músicas polinésicas e islámicas, pasando por el blues y algunas músicas africanas, hasta los cantos de improvisación vocal en iglesias presbiterianas en Stornoway, Escocia.
Muchos de los músicos conspicuos del naciente jazz del siglo XX hicieron de la improvisación el corazón de su trabajo artístico, y su obra ha seguido influenciando a los jazzistas de todos los tiempos. Entre ellos se cuentan Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Miles Davis, Chet Baker y una larga lista de músicos notables.
La improvisación no es el epítome del jazz. El jazz también está hecho de interpretaciones sin elementos improvisativos, como las de algunas de las big bands que convirtieron en música de baile el recién creado swing en los años 30, y como las de las inmortales jazz ballads en la inconfundible, luctuosa e hipnotizante voz de Billie Holiday.
“Esto lo estoy tocando mañana”
La improvisación en el jazz es un fenómeno notable en el que todas las músicas se suceden. La improvisación hace que el jazz sea todas las músicas y ninguna de ellas; hace que en el jazz existan todos los tiempos y que los tiempos quepan todos en un solo de Miles Davis; hace que el momento en el que a Louis Armstrong se le cayó el atril sea eterno.[1]
El Espectador ha querido invitar a sus páginas durante todo el mes a músicos de jazz de la escena colombiana para que hablen de su experiencia personal con la improvisación, que es, además de una práctica creativa individual de cada instrumentista o vocalista, un tapiz en el que se entretejen los universos de todos los intérpretes presentes. Les pedimos a treinta jazzistas colombianos que hablaran de la improvisación, y presentamos sus variopintas respuestas. De la ‘impro’ y el solo, a las palabras.
Érase una vez un saxofonista de quién nadie sabía ya cuántos instrumentos llevaba perdidos, empeñados o rotos. Se llamaba Johnny. Johnny es el febril y frenético saxofonista de jazz que Julio Cortázar creó en el cuento El perseguidor para representar a Charlie Parker, el notable saxofonista norteamericano considerado uno de los exponentes más importantes de la historia del género. En medio de un apacible ensayo antes de una grabación, en Cincinatti —“y esto era mucho antes de venir a París, en el cuarenta y nueve o el cincuenta”, relata Cortázar—, Johnny abruptamente deja de tocar, y soltándole un puñetazo a quién sabe quién, dice: “Esto lo estoy tocando mañana”. Parecían haberse ido lejos, lejos y profundo, sus manías, su brillantez, sus adicciones, su decadencia.
Pero este no era otro de sus delirios. Esta vez hablaba desde mañana en el lugar donde estaba hoy, y sus palabras eran ingrávidas en el presente, pues sólo al otro día habrían de ser una melodía ronca y brillante que emanaba de su saxo alto. Esta vez a Johnny los dioses y los pájaros le habían concedido el don de la ubicuidad. Johnny estaba improvisando.
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[1] Se dice que el jazz vocal fue inventado en el momento en que a Louis Armstrong se le cayó el papel en el que estaba escrita la letra de Heebie Jeebies mientras la estaba grabando. Desprovisto de las líricas, Armstrong resuelve cantar sílabas inventadas que hace encajar de manera magistral en la canción. Eso es la improvisación aplicada a los jazzistas cantantes: sílabas y vocablos inventados en tiempo real denominados ‘scat’. Algunos dicen que al momento de esa grabación Armstrong ya había estado haciendo improvisación vocal por años y que no fue el primero en consignarla en una grabación. Otros atribuyen la anécdota a la invención del scat.