El cirujano plástico Alan González destina una parte de su tiempo y del dinero cobrado en los procedimientos estéticos para reconstruir las caras de víctimas por graves lesiones por agentes químicos.
El Espectador. Alan González iba a ser ginecólogo cuando se graduó de medicina de la Universidad Nacional. Pero mientras hacía turnos en la clínica Palermo le dijeron que lo necesitaban como ayudante en una cirugía reconstructiva. “Recuerdo mucho que era una cirugía de cara y se demoró siete horas, pero se me pasó el tiempo tan rápido que concluí que me gustaba”, dice González.
Con la decisión tomada de especializarse en cirugía plástica, llegó al hospital Hermanos Almejeiras de La Habana (Cuba). Era un armatoste de 25 pisos que tenía uno sólo para cirugía plástica, 22 camas para cirugía estética y 10 camas para cirugía reconstructiva. Quedó boquiabierto cuando le dijeron que hacían entre 2.500 y 2.800 procedimientos estéticos al año porque estaban incluidos en el esquema de salud del país, por algo que los cubanos llaman “afectación psicológica del individuo en la autoimagen”.
Durante los cerca de cuatro años que pasó en Cuba operó a más de 1.500 pacientes. Justo en esa época el método más frecuente de suicidio entre los isleños era prenderse fuego, inmolarse. Los que no morían quedaban con quemaduras en la piel y secuelas muy complejas en las vías respiratorias que eran atendidas en ese piso. Entonces su formación, aparte de la cirugía plástica, fue también en caumatología, que es la especialidad encargada de tratar a pacientes quemados.
“Recuerdo que la primera que llegó era una niña de 16 años. Llevaba puesto un pasamontañas, sólo se le veían los ojos, y era una mirada muy triste. Cuando la vi en consulta le dije que la iba a ayudar y desde ahí decidí ponerme a disposición de ellas”, sostiene Alan González. Su trabajo con mujeres atacadas con ácido no se quedó ahí. La fila de pacientes en su consultorio empezó a crecer hace cuatro años, cuando apareció Gina Potes, directora de la Fundación Reconstruyendo Rostros, una organización que agrupa a mujeres que han sido atacadas con agentes químicos en la cara.
Hoy, Alan González ha operado a 11 mujeres en seis años y ha hecho más de 176 procedimientos reconstructivos. A todas sus pacientes las financia con un fondo que creó y al que destina entre el 3 % y el 8 % de cada cirugía estética. Con ese dinero cubre los gastos de clínica, medicamento, controles y muchas veces transporte para que vayan a esos controles. “Mis colegas de hospitales les salvan la vida, recuperan la mayor cantidad de tejidos, le dan la mayor funcionalidad posible a la cara. Pero entrar en detalle después para reconstruir la parte estética no existía. Además, un proceso reconstructivo vale cientos de millones de pesos”, asegura González.
El proceso en el quirófano, dice, es milimétrico y toma tiempo. A una paciente le ha hecho 27 procedimientos en la cara, por ejemplo. Un posoperatorio puede tardar entre tres y seis semanas, debido a los procesos inflamatorios, y la cicatrización tarda entre nueve meses y un año.
Para estos procedimientos, Alan González piensa en expansores para que el pelo crezca e injertos sacados de la ingle, la barriga o los senos para poner en alguna parte de la cara. “Eso mejora su autoestima. Ellas nunca se buscaron esas deformidades”, comenta. Por eso, un pedazo de oreja, el doblez de la comisura de la boca, un segmento de nariz o un nuevo mentón son anclas para que las mujeres se sientan más seguras.
De acuerdo con un análisis hecho por Feminicidio.net, una página web española que visibiliza temas de género, Colombia se situó en 2011 en el primer lugar de los países que sufren ataques con ácido a mujeres, por encima de Bangladesh y Pakistán. En esa realidad que sólo daña a las mujeres (no porque se desconozcan casos que afecten a los hombres, sino porque ellas son sus principales víctimas) se mueve este cirujano que, aunque se siente aliviado cuando les devuelve parte de la expresión facial a sus pacientes, sabe que es un proceso siempre inconcluso. “Lastimosamente, uno nunca puede decir quedó lista. Lo que uno dice como médico es no puedo hacer más”, concluye.