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El muro de la vergüenza de Lima
Jueves, Mayo 11, 2017 - 14:10

Una pared divide dos áreas de la capital peruana: una rica y la otra extremadamente pobre. Es un reflejo de los contrastes socioeconómicos de la ciudad.

Claudia Luna relata con cierto orgullo cómo ella y muchos otros migrantes se las arreglaron para quedarse en el lugar, aunque la Policía trató en varias ocasiones de expulsarlos. "Todas estas colinas estaban vacías cuando llegamos”, dijo Luna a DW. "Ahora, poco a poco, nos vamos asentando. A pesar de que la policía vino quemando todo. Para nosotros, es la única forma de tener un techo sobre nuestras cabezas”.

Lo que comenzó con unas pocas tiendas de campaña en la ladera de la colina, acabó convirtiéndose en una hilera de casas de madera con tejados de chapa ondulada. Las escaleras son de cemento y hay cables para la electricidad. Con el tiempo, estas casas serán reconstruidas con ladrillo y esta nueva parte de la ciudad quedará conectada con el sistema de aguas de Lima. Este es un ejemplo de cómo la capital peruana ha crecido a partir de la migración procedente de las áreas rurales, que alcanzó su apogeo durante el conflicto con el grupo terrorista Sendero Luminoso. Fueron llamadas "las invasiones”. La gente reclamaba al principio terrenos de forma ilegal. Una vez construidas sus casas, estas quedaban unidas a la vecindad. La municipalidad acababa otorgando documentos oficiales por sus tierras, a menudo como forma de ganar el voto de estos nuevos propietarios en las siguientes elecciones.

Pero en Pamplona Alta, la "invasión” de este "pueblo joven” ha llegado literalmente a su límite: los habitantes del vecino y acaudalado barrio de Casuarinas, al otro lado de la colina, han erigido un muro de 10 kilómetros. Gloria Rosa Ávila Cuadras, de 52 años,  vivió en el "pueblo joven” durante un año antes del muro. La mujer trabaja en el lado rico como limpiadora por 200 dólares al mes. Por culpa del muro, le toca caminar casi dos horas hasta llegar al trabajo, porque no puede llegar hasta allí paseando colina abajo en quince minutos. No es la única. Como ella, muchas otras personas de este lado del muro trabajan en la zona rica como guardas, fontaneros o niñeras. "Somos peruanos, igual que ellos”, dice la mujer a DW. "¿Por qué andan dividiéndonos? No todos los que vivimos aquí somos criminales.  A este muro lo llamamos muro de la vergüenza”.

Al otro lado del muro, el precio por un metro cuadrado de vivienda alcanza los dos mil dólares. Para poder acceder al lugar, hay que mostrar un documento de identificación a los guardas apostados en la puerta del muro. En el barrio viven antiguos políticos de alto rango y directores de banco. Sus casas tienen piscina, aunque el agua escasea en esta área.

Flavio Salvetti, de 55 años, creció en Casuarinas. Siempre le gustó ascender por la colina. Después fue testigo de cómo las "invasiones” fueron poblando la ladera del otro lado, reclamando la tierra. Más adelante, los ocupantes fueron llegando de forma organizada, lo que hizo más difícil expulsarlos. Salvetti no cree que el muro sirva para quedar a salvo de los delincuentes. Bandas criminales han alquilado casas en Casuarinas para tener acceso fácil a las otras viviendas de la vecindad. "Imagínese cómo sería sin muro”, dice Salvetti a DW, mientras contempla la magnífica vista de la ciudad que se admira desde su casa. Sobre el nombre "muro de la vergüenza”, también tiene una opinión: "Creo que la auténtica vergüenza es la de nuestros Gobiernos pasados. Esto es el resultado de décadas de corrupción. En lugar de dar educación y posibilidades a los pobres, han robado el dinero. El resultado es que estos migrantes no saben respetar la propiedad”.

José Sánchez es el líder de la comunidad de Pamplona Alta. Sánchez está de acuerdo con Salvetti en que el problema reside en los políticos, porque no hay una distribución justa de la riqueza mineral de Perú. "Trabajamos por salarios ínfimos, con los que es imposible sobrevivir, mientras que al otro lado la gente gana diez veces más”, dice a DW. "A nosotros la municipalidad nos ha abandonado. Vivimos en otro mundo”, se lamenta.

El profesor Pablo Vega, que imparte clases de arquitectura en la Universidad Católica de Lima, dice a DW que la división de la capital no es algo nuevo. Ya en el siglo XVII, un muro trató de mantener alejados a los piratas de la ciudad portuaria de Callao. Estuvo en pie dos siglos. "Son muros simbólicos”, dice Vega. "El antiguo muro dio a Lima un aire de grandeza”. Vega se muestra escéptico ante posibles soluciones para los contrastes socioeconómicos que marcan la ciudad y la urbanización caótica resultado de las "invasiones”.

En 2010, el Gobierno presentó un plan urbanístico para los próximos 20 años en Lima, pero poco se ha puesto en marcha hasta el momento. Vega cree que la falta de planificación y regulación conduce a una urbanización desmesurada en áreas de alto riesgo, como colinas escarpadas y orillas de los ríos. "Los recientes deslaves demuestran que debemos hacer algo al respecto”, dice Vega. "Muchos afectados tenían casas en lugares donde nunca debieron haberse erigido. Ahora ya sabemos a qué puede conducir esto”, concluye.

Autores

Jurriaan van Eerten/ Deutsche Welle