La incorporación de este concepto al universo de los Recursos Humanos es una consecuencia lógica de los cambios que atraviesan las organizaciones.
A partir del avance de las investigaciones, la neurociencia es una de las disciplinas que más lugar ha ganado en los últimos años, no solo entre las personas, sino también en las empresas. Primero el neuromarketing y ahora el neuroliderazgo treparon posiciones entre las herramientas que exploran las organizaciones para mejorar su performance.
¿Por qué hacen falta nuevos líderes, un nuevo tipo de líder? En un entorno donde se transforman los procesos, se derrumban certidumbres y se modifican tanto los modelos de negocio como las formas de trabajar, lo extraño sería sostener que los cambios en el liderazgo no son necesarios.
La neurociencia, al estudiar y explicar los distintos procesos que se producen en el cerebro, tiene mucho para aportar en esta tarea. La toma de decisiones, la motivación, la memoria, la capacidad para relacionarse y otros aspectos que consideramos cruciales para nuestro desempeño laboral pueden ser mejorados a partir de un conocimiento profundo del cerebro.
Bajo esa óptica, el líder ideal será el que logre una mayor comprensión de cómo funciona el cerebro de las personas que tiene a su cargo para estimularlas, orientarlas y conseguir lo mejor de ellas.
“Así como insistimos en la transformación digital de las compañías como un paso imprescindible para afrontar los nuevos retos, es importante también explotar los avances científicos que sirven para que la gestión del capital humano sea más eficiente. La neurociencia, en ese aspecto, ha comenzado a jugar un rol fundamental”, aseguró Pablo Mato, director general de Meta 4 para América Latina Sur.
El desafío de los líderes de este tiempo, sostienen los expertos, consiste en adquirir nuevos hábitos en pos de la excelencia, equilibrando el funcionamiento cerebral propio y el de sus equipos.
El manejo del estrés es un ejemplo en ese sentido. Pese a la mala prensa de esa palabra, lo que debe alcanzarse no es el nivel más bajo posible de estrés, si no el nivel justo y adecuado. De hecho, con poco estrés, nuestro cerebro se comporta de forma muy similar a cuando tenemos alto estrés: distraído, desorganizado, desfocalizado y olvidadizo.
Teniendo en cuenta eso es que deberán asignarse las tareas y los plazos, con el nivel de exigencia indicado para que cada empleado pueda trabajar en el estado que lo hace más productivo. La cualidad del neurolíder es, entonces, conocer esas particularidades para incrementar el rendimiento de cada integrante de su equipo.
Otro de los mitos asociados al liderazgo que la neurociencia vino a derribar es, paradójicamente, el que sobrevaloraba lo que se conoce como un líder “cerebral”, capaz de tomar decisiones frías basadas exclusivamente en cifras y datos. Por el contrario, los estudios realizados en este campo han destacado la idoneidad de aquellos que se apoyan también en las emociones.
La lista sería casi interminable, tanto como los vericuetos de nuestro cerebro. Lo que está claro es que aquellos líderes que se capaciten y conozcan más a fondo su funcionamiento tendrán una ventaja sustancial sobre quienes no lo hagan, lo cual se verá directamente reflejado en los resultados de las compañías que integran.
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