por Victoria Gimeno, coach ejecutivo y directora de Alumni en IE.
¿Por qué una misma realidad se percibe de forma diferente por distintas personas?, ¿por qué a la hora de reaccionar o actuar, cada uno lo hacemos de una manera distinta? Cuando vemos la realidad y cuando actuamos, lo hacemos además de con nuestros valores, motivaciones, genes, experiencia… con nuestras creencias.
Las creencias, muchas de ellas inconscientes, nacen en todas nuestras etapas de la vida, infancia, adolescencia, madurez y vejez, y se forjan en nuestras relaciones con nuestra familia, amigos, compañeros, jefes, subordinados, vecinos, incluso, con lo que leemos y vemos en los medios de comunicación, encontramos en internet y en las redes sociales o en nuestros viajes. Continuamente pueden nacer nuevas creencias, desaparecer o reforzarse. Las creencias son, además de inevitables porque aparecen libremente, necesarias pues nos ayudan a explicar nuestro pasado, interpretar nuestro presente y prevenir el futuro.
A las creencias les damos tanta autoridad que las convertimos en hechos y a veces son más poderosas que la realidad. En este sentido, es muy importante que sepamos que hay creencias muy útiles que nos dan fuerza y nos hacen poderosos para conseguir nuestros objetivos, creencias potenciadoras, y hay otras que nos bloquean, paralizan, atrapan y no nos dejan avanzar, creencias limitantes.
Un niño a quien en su familia le hayan repetido una y mil veces “eres un inútil” es probable que esa creencia le lleve a no hacer nada, o al menos nada importante, ya que si no confía en sí mismo, ¿cómo van a confiar los demás? Por el contrario, un niño con la autoestima muy alta reforzada a nivel familiar, estará empoderado para emprender cualquier reto. Por esto, pedimos a los padres que refuercen a sus hijos, que empaticen con ellos y vean siempre la parte positiva de lo que hacen, también se lo pedimos a los profesores.
En una conferencia sobre creencias y miedos, al finalizar la clase se me acercó una de las participantes para decirme que estaba sin trabajo porque hacía cuatro meses que la habían despedido. Así mismo, me confesó que en su empresa llevaban dos años haciéndole mobbing, dándole cada vez menos funciones y reduciéndole su trabajo. Su autoestima estaba por los suelos, y creía que no valía para nada, ni si quiera para buscar un nuevo trabajo. Al echar un vistazo a su experiencia profesional anterior, llevaba muchos años trabajando y siempre en una trayectoria de desarrollo creciente. La situación que había padecido, la estaba minando y había hecho surgir esta creencia que le estaba limitando, impidiéndola avanzar. El peligro de la autoestima es que es muy fácil perderla y cuesta mucho ganarla.
También me he encontrado a gente que ha hecho grandes logros en su vida, y cuando le he preguntado cómo lo han conseguido, me han dicho que nunca dudaron de que lo lograrían con esfuerzo. Esta creencia es muy poderosa, porque el límite está -para quien la posee- solo en el empeño, no en sus capacidades. Henry Ford decía “Si crees que puedes y si crees que no puedes, estás en lo cierto”.
Como vemos, las creencias pueden ayudarnos a crecer y también pueden suponer un lastre que llevamos a cuestas y no nos deja avanzar e incluso llegar a nuestra meta. La buena noticia es que las creencias se pueden elegir.
Un ejercicio que deberíamos hacer es pensar en nuestras creencias, identificarlas, escribirlas en una hoja de papel e intentar analizar por qué nos han venido. Es posible que las hayamos heredado de nuestros padres, o que las hayamos incorporado de una persona de alguno de nuestros círculos, que analicemos cómo afectan e influyen en nuestro comportamiento y percepción de la realidad, tanto de los demás como de nosotros mismos.
Además, es conveniente que las clasifiquemos y trabajemos con las creencias limitantes que detectemos. Para ello, si estas nos han llegado de los demás, nos debemos preguntar sobre la autoridad moral de la persona o personas que nos la han transmitido, tal vez esto simplemente puede hacer que la desechemos totalmente. Además, tenemos que ver si podemos decirnos esta creencia con otro lenguaje y dar la vuelta a la creencia, esto es convertirla en positiva. Por ejemplo, si me creo que “yo soy muy baja para correr y nunca podré ser atleta”, puedo transformar esta creencia en “para ser atleta hay que esforzarse y no importa la estatura”, posiblemente correré gracias a mi esfuerzo. Convirtamos las creencias limitantes en poderosas, y reforcemos estas.