En la vida real, está preso desde 2007 con condena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Desde un paraje perdido en el estado de Wisconsin llamado Manitowoc, un hombre que responde al nombre de Steven Avery revolucionó el streaming. Su vida, en conjunto con un caso criminal que lo involucra y que aborda la primera temporada de Making a murderer, dio el puntapié inicial a un tipo de contenido audiovisual que Netflix explotó a mansalva en años posteriores: el true crime serie. En este tipo de producciones se sigue un caso/juicio a lo largo de varios episodios, con entrevistas a los acusados, a los testigos, con observaciones criteriosas y, a veces, con la particularidad de que ese producto final termina incidiendo en el propio objeto de estudio. Ejemplos de este tipo de series son The Jinx (HBO), The Keepers (Netflix) y The Staircase (Netflix), uno de los más seguidos en la actualidad.
Making a murderer fue una de los pioneras dentro de la plataforma más popular del momento, y se convirtió en un verdadero éxito, sobre todo en el hemisferio norte –en Uruguay, en 2015, Netflix no tenía la masividad que tiene ahora–. Este viernes, la serie continua con el caso de Steven Avery por otros 10 episodios, que dan forma a la segunda parte de la saga de Manitowoc.
Pero antes que nada, la pregunta fundamental: ¿Qué pasó con Avery y por qué Making a murderer fue el suceso que fue?
Respuestas
Steven Avery es la imagen del whitetrash por excelencia. El término refiere a una serie de estereotipos que, como si de una lista se tratara, Avery cumple al dedillo. Es oriundo, por ejemplo, de un condado rural pobre en el norte de Estados Unidos. Está inmerso en una sociedad rancia, recalcitrante y adjudicada a valores vetustos. Es, también, producto de un ecosistema que desecha a los de su clase con desdén. Pero la serie, además de presentarlo, recorre su prontuario delictivo a través de los años. Porque sí, Avery es un delincuente. O eso parece.
Todo comienza en 1985, cuando Avery tiene 23 años. En esa época es detenido y condenado por la violación e intento de homicidio de una mujer, aunque ese no era su primer escarceo con la ley. En su registro hay de todo: asaltos, peleas, crueldad animal, amenazas a punta de pistola. Y a pesar de que la coartada es bastante sólida, el muchacho tiene todos los boletos para ser condenado. Y, de hecho, lo condenan. Por ese delito doble Avery pasó 18 años en prisión. Pero el avance de la tecnología le abrió las puertas de la cárcel. Su ADN fue cotejado con el que se encontró en la víctima y el resultado fue negativo, y Avery, que había pasado casi la mitad de su vida entre rejas, hizo lo lógico: demandó al Estado.
Pero dos años después, la ley le cayó con todo. En 2005 fue acusado, junto a su sobrino Brendan Dassey, de asesinar a la fotógrafa Teresa Halbach. Al parecer, poco antes de desaparecer, la mujer se había reunido con Avery en su chatarrería para hacer unas fotos de una camioneta que él quería vender. Tras una contundente confesión de su sobrino, Avery fue condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Y desde la cárcel, aún sigue peleando.
¿Y por qué peleando? Porque lo que quiso demostrar Making a murderer –que fue rodada en un período de tiempo de 10 años– fue que tanto Avery como su sobrino son víctimas de un sistema que, según la directoras de la serie, consigue confesiones bajo presión, desestima coartadas factibles y utiliza chivos expiatorios para resolver crímenes imposibles. Por ejemplo, una de las cosas que se ponen más en tela de juicio es la confesión de Dassey. Esta fue realizada bajo mucha presión policial a un muchacho que arrastra varios problemas emocionales y una clara discapacidad mental. Además, no tuvo un abogado a su lado durante el interrogatorio.
Lo cierto es que, durante la primera temporada de la producción, las dudas quedan plantadas hasta en el espectador más escéptico. Avery y su sobrino, después de ver los primeros 10 episodios de la serie, tienen tantas chances de ser culpables como de ser inocentes. Y varios de los espectadores se tomaron tan a pecho la inocencia del estos hombres que tras la emisión del documental elevaron una petición a la Casa Blanca en la que se reclamó su libertad. Barack Obama, presidente en esos años, debió salir a aclarar que no tenía la potestad de involucrarse en casos federales.
Ahora se estrenará la segunda temporada y, según los avances, las pistas de la inocencia de estos dos hombres parecen ser cada vez más claras. Entre los argumentos más poderosos de esta nueva entrega está el hecho de que la última llamada de la fotógrafa asesinada fue registrada a varios cientos de millas de la chatarrería de los Avery, donde la justicia estableció que fue asesinada.
A partir de este viernes 19, el caso de Manitowoc se vuelve a abrir en Netflix. Habrá que ver si, al final, esta serie en tiempo real termina por tumbar una decisión tomada por la justicia y que parece muy difícil de revocar. Porque, quién sabe, tal vez Avery y Dassey de verdad lo hicieron. O quizás no. Habrá que darle play este viernes y averiguarlo.
Los hechos
Primeros problemas
A los 18 años, Avery fue condenado junto con un amigo por robar un bar. Pasó 10 meses preso. A los 20, fue sentenciado a nueve meses de cárcel por prender fuego un gato con nafta. A los 23 fue procesado por amenazar a su prima con un arma.
18 años preso
Ese mismo año fue condenado a su primera “gran” etapa de cárcel: 18 años preso por la violación e intento de asesinato de una mujer. Quedó libre en 2003, cuando una prueba de ADN reveló que era inocente de los cargos de violación.
La actual condena
Avery está preso desde 2007 bajo cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. En 2005 fue encontrado culpable, junto a su sobrino Brendan Dassey, del asesinato de una fótografa que se había encontrado con él. El caso ha sido muy controversial y el juicio estuvo plagado de inconsistencias. Aún así, Avery sigue entre rejas.