El cantautor colombiano cuenta cómo cayó en las adicciones y el camino hasta salir de ellas.
Lo que me mantiene en el camino que yo considero correcto es una relación saludable con el miedo. Para mí, volver a las épocas más oscuras que tuve en mi vida es uno de los miedos más profundos que tengo. Con el paso de los años, lo que hice fue convertir ese sentimiento en aliado, lo tengo muy presente siempre y eso es lo que me invita todos los días a mirar hacia adelante.
No siempre fue así. Tal vez la admisión de un problema, de una dependencia, es el primer paso para superar el obstáculo, y eso se lo dicen a uno en cualquier terapia de recuperación, mientras que la negación es seguir con los ojos cerrados. Yo tuve mucha gente alrededor que me intentaba hacer ver que las decisiones que estaba tomando no eran las más acertadas, pero yo tuve como ventaja siempre que algo desde el interior también me lo decía.
Durante mi adicción al alcohol y a la cocaína, mi familia siempre trató de ponerme el espejo frente a mí para evidenciar mi equivocación. Yo no lo tuve tan consciente hasta que lastimé a una persona que quiero mucho, a mi hermana, y en ese momento me dije: “Yo no quiero pasarme el resto de mi vida pidiendo perdón a la mañana siguiente”. Las excusas por algún desmadre de mi parte se volvieron la constante de todas mis mañanas.
Colombia es un país en el que el consumo del alcohol es permitido y celebrado, y nuestra cultura estimula ese hecho, y cuando uno tiene asuntos pendientes por resolver en la relación con uno mismo, la laxitud con el licor se vuelve un caldo de cultivo para una catástrofe. Al final de cuentas, yo no veo que el problema sea la sustancia, el problema es del consumidor de esa sustancia.
Yo, por ejemplo, tomé trago desde muy joven, pero el problema se me salió de las manos cuando el consumo de alcohol estuvo acompañado por cocaína, porque ahí sí tomó un tinte mucho más grave, sin decir que lo anterior no lo era. Cuando se involucró el perico en la ecuación, yo terminé de descarriarme por completo. Creo que tomé trago durante unos quince años, y los últimos cuatro incluí el ingrediente adicional de la cocaína.
Este 2019 completo 13 años de vida limpia, pero yo en algún punto de mi historia me comí el cuento de los artistas rebeldes y pensaba que la música necesitaba de la miseria del artista para tener algún tipo de peso. Esa es una trampa en la que muchos de los que estamos vinculados en este oficio caemos.
Contrario a lo que pudiera pensarse, yo nunca fui de los que dijo: “Vamos a montar el dragón para ver hasta dónde llego”. Mi consumo siempre fue recreativo, y nunca fue un motor para la inspiración. De hecho, cuando yo empecé la terapia con el doctor Néstor Mejía le pregunté al especialista: “Y si yo me pongo bien, sobre qué voy a escribir”, a lo que él me contestó: “Yo le prometo que va a escribir más que nunca”.
Todo eso fue cierto porque en los diez años anteriores a la terapia fue, en promedio, una canción semestral; y durante el primer año y medio de la recuperación escribí más de treinta canciones. Es más, en este tiempo publiqué Cruce de caminos, el disco que marcó mi carrera musical.
Ahora en retrospectiva no trato de reconciliarme con el Santiago Cruz vinculado con las drogas y el alcohol, porque entiendo que eso fue parte de mi proceso de aprendizaje y comprendí también que a la vida no se le puede hacer photoshop. Hoy acepto eso como parte de mi proceso vital. Evidentemente me hubiera gustado no vivirlo, pero lo veo como un momento de muy baja autoestima y como producto de una relación muy mala conmigo mismo.
La canción más cercana que yo tengo con el miedo se llama Al otro lado de la puerta y hace parte de mi álbum Equilibrio, pero puedo decir con toda la certeza que Baja la guardia es producto de ese proceso en el que supe que había lastimado a distintas personas, porque está inspirada en el imaginario de lo que yo les diría a todos a quienes les hice daño durante los años de consumo.
Baja la guardia cambió mi vida en muchos sentidos. Por eso es una causalidad muy bonita que una canción que surgió de un perdón de la parte más genuina de mí haya sido el tema que marca un antes y un después en mi actividad musical.
Yo logré salir adelante con un convencimiento muy propio, con una voluntad muy férrea, con el apoyo de gente muy cercana y dejando al lado a aquellas personas que no se sentían cómodas con mi proceso, porque eso también hay que entenderlo. Recuerdo que en una oportunidad uno de mis grandes amigos me dijo: “Un traguito o sigue mariquita”, y en ese momento me tocó ponerme serio y le dije: “Yo me estoy tomando esto de la manera más seria y si usted quiere seguir en mi vida me va a respetar este proceso y me lo va a acompañar, sino nos vemos más adelante cuando estemos en la misma sintonía”. Por fortuna lo entendió y sigue estando muy cerca mío.
Mis hijos todavía son muy pequeños, los hijos del primer matrimonio de mi esposa son más grandes y están entrando en la etapa de descubrir el alcohol, pero nunca hemos hablado sobre ese momento de mi vida. Todos están siendo educados con el ejemplo, porque están en un hogar en el que no han vivido episodios de borrachera.
Mis hijos, por ejemplo, saben que su papá cada 4 de diciembre celebra un cumpleaños además del habitual del 1° de febrero. Saben también que ahí festeja la recuperación de las riendas de su vida y eventualmente lo irán entendiendo o eso espero por lo menos. El rol que desempeña María Paz, mi esposa, es muy especial porque estoy totalmente convencido de que en la atmósfera de la oscuridad en la que yo estaba no hubiera podido conocer a una mujer como ella.
Mis adicciones no son un tema que yo aborde mucho, no porque me avergüence, ni mucho menos; de hecho, en algunas publicaciones en redes lo he mencionado y en las entrevistas en las que me han preguntado al respecto no lo he negado, aunque yo prefiero hablar de otros temas. Sin embargo, si con este testimonio puedo convencer a alguien de que se puede salir adelante, aquí está listo para ser leído.