A pesar de tener un papel protagónico en el origen del vino, el país perdió su relevancia con el paso del tiempo.
Cuando hablamos de Georgia, nación de la antigua Unión Soviética, lo hacemos casi que exclusivamente para recordar que hace ocho milenios, en sus dominios –en las faldas del Cáucaso–, se cosechó por primera vez la uva para convertirla en vino. Hasta ahora los hallazgos arqueológicos así lo certifican.
Desde aquellos albores, Georgia no ha dado mucho más que hablar ni ha desempeñado papeles protagónicos en el mundo de la enología. Y eso que durante centurias fue la proveedora natural de vinos de todo el imperio ruso.
Con el advenimiento del comunismo –y como consecuencia de las restricciones agrícolas impuestas por el régimen–, la demanda interna de vino se desplomó y la mayoría de los viñedos y bodegas cayeron en el olvido. ¿Parecido a lo que pretende hacer el gobierno de Duque con los nuevos impuestos contra las bebidas alcohólicas?
Hoy, sin embargo, Georgia está viviendo un renacimiento inesperado por cuenta de planes diseñados para rescatar olvidadas y abandonadas cepas (cerca de 500), con el fin de sacarle justo provecho a su condición de gran precursor de la bebida.
No conforme con ese objetivo, un puñado de emprendedores georgianos está trabajando afanosamente para desarrollar procedimientos agrocientíficos que le permitan a Georgia convertirse en el primer productor de uvas en la rojiza superficie de Marte.
Si Georgia dio origen al primer viñedo de la humanidad, ¿por qué no aspirar a plantar el primer cultivo y producir los primeros vinos extraterrestres?
Un reciente informe aparecido en The Washington Post, escrito por la corresponsal en Moscú Amie Ferris-Norman, revisa al detalle todos los objetivos del programa IX Milenio, mediante el cual Georgia pretende desarrollar material genético capaz de enfrentar las duras condiciones atmosféricas y climáticas de Marte, como elevada radiación, fuertes tormentas de arena, temperaturas bajo cero, altos niveles de monóxido de carbono y presiones atmosféricas equivalentes a unos 6.000 metros de altura en nuestro planeta.
Aparte de encontrar una variedad que eluda esas duras condiciones, los investigadores, mediante los avances obtenidos, también se proponen beneficiar a la actual vitivinicultura terrícola frente el reto del cambio climático.
Las variedades blancas lucen como las más prometedoras, gracias a su capacidad de resistir enfermedades y entornos extremos. En particular, se menciona la intensa cepa georgiana Rkatsiteli, caracterizada por un hollejo grueso, altos niveles de acidez natural y marcadas insinuaciones a piña e hinojo. Es cierto: el camino apenas comienza.
Hasta la fecha, los alimentos galácticos solo han puesto énfasis en el valor alimenticio, por lo que un proyecto destinado a producir vinos marcianos suena superfluo. Sin embargo, expertos en la exploración cósmica, incluida la NASA, comentan que los futuros colonos humanos deberán disponer de víveres saludables y activadores de placer.
El Post cita el caso de Budweiser, que, en 2017, lanzó al espacio un lote experimental de semillas de cebada para indagar sobre la producción de cerveza en un entorno de ingravidez, similar al de Marte.
Todavía estamos lejos de los vinos y cervezas siderales, y de todo lo que su cultura de consumo despierta. Pero, ¿quién anticipó en la antigüedad lo que representarían esas bebidas para nuestra civilización? Por eso Georgia quiere embarcarse en ese viaje.