"Tres tristes tigres" es un libro que habla de exilio cubano. Y de cómo el lenguaje rescata la idiosincracia de un pueblo.
Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) creó la imagen de La Habana “desde las palabras”, como Alejo Carpentier (1904-1980) lo hizo “desde el punto de vista barroco”, y José Lezama Lima (1910-1976) desde el imaginario.
“Hay un proceso muy importante en la literatura de Cuba, que es la creación de la imagen del país a través de la construcción de la imagen de La Habana. Y estos tres escritores crean definitivamente ese universo”, afirma el narrador Leonardo Padura.
“Ningún escritor cubano posterior a Cabrera Infante puede desconocer su obra como aprendizaje de un lenguaje habanero-literario que él patentizó y que magnificó en novelas como Tres tristes tigres”, dice Padura sobre esta obra que celebra medio siglo de su primera publicación.
“Mi generación, desde los años 70, se alimentó muchísimo con la literatura de Cabrera Infante”, comenta el creador de la saga del detective Mario Conde, a pesar de que los libros del Premio Cervantes 1997 nunca se publicaron en Cuba, a petición del autor.
Considerada una de las propuestas más importantes de las letras hispanoamericanas, Tres tristes tigres se caracteriza por el uso ingenioso del lenguaje, introduciendo coloquialismos cubanos y constantes guiños y referencias a otras obras literarias, volviéndose un texto complejo y de gran riqueza lingüística, fuertemente oral, que recrea el ambiente nocturno de La Habana de 1958, a través de las andanzas de tres amigos en el transcurso de una noche.
Para el crítico literario peruano Julio Ortega, es la mejor apología de la lengua urbana en la novela latinoamericana. “Su genialidad radica en su lenguaje, y en la manera de recrear las clases sociales, los grupos étnicos, las generaciones y los géneros; en cómo funde la cultura literaria y la cultura de la calle. Nos dice que el habla oral es democratizadora y es una metáfora de la mezcla, ese principio moderno de nuestra creatividad”.
El catedrático de la Universidad de Brown señala que lo más singular de esta novela es el entusiasmo de ese lenguaje. “Es un habla que afirma lo vivo, critica lo establecido y amplía con su vitalidad nuestra posesión del presente. Pocos libros tienen esa plenitud”.