Joaquín Garralda, decano de Ordenación académica de IE Business School.
Para una institución académica el reto está en educar en este tema tan complejo por la amplitud de variables y por su carácter sistémico. Sin embargo, al utilizar en el título la palabra “aprender” lo que quería poner de relieve es la dificultad que tiene este aprendizaje para una persona, que va más allá de la dificultad en comprender los conceptos meteorológicos. No es cuestión sólo de capacidad intelectual, sino también de una actitud hacia el cambio personal.
El último día Internacional de la Educación, que se celebró en Enero bajo el lema cuyo tema este año es “el aprendizaje para los pueblos, el planeta, la prosperidad y la Paz”. Ante la complejidad de la dinámica del clima, muchas personas abandonan el esfuerzo de comprensión y se escudan tras una confianza “líquida” que les da cierta tranquilidad: “La innovación tecnológica acabará solucionando de alguna manera los efectos catastróficos atribuidos al cambio climático”.
Sin embargo, además de ser un optimismo discutible, este enfoque del problema no tiene en cuenta las implicaciones que pueden suponer esos avances tecnológicos. Los productos innovadores que se logren con estos avances tecnológicos probablemente obligarán a cambios en los comportamientos habituales y aquí es donde la formación es fundamental para superar la natural resistencia al cambio de una conducta que se ha mostrado satisfactoria con la experiencia. Para lograr su propósito, esta formación tiene que cumplir dos condiciones: que se base en una argumentación lógica, sin “fallas”, sobre las consecuencias; y que el individuo perciba un interés personal en evitar esas consecuencias. Estas condiciones son especialmente difíciles en el ámbito de la sostenibilidad.
Comencemos por la lógica de los argumentos. Para valorar el mérito ambiental de estas innovaciones tecnológicas - como soluciones aceptables y que resolverán los problemas - se debe distinguir entre los “productos”, los “resultados” y el “impacto”. Un ejemplo: el “producto” es un coche eléctrico; si en una ciudad se limita el acceso de coches que no sean eléctricos, el “resultado” es un mejor aire para sus ciudadanos; el “impacto” perseguido es limitar la emisión de CO2 a la atmósfera y por tanto hacer posible que se logre el objetivo a largo plazo del Acuerdo de París: “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales”.
Los “resultados” son relativamente fáciles de medir a corto medio/plazo; los “impactos” tienen una medición más compleja y se aprecian a más largo plazo. Pero el reto es que los “resultados” suponen muchas veces cambios en el comportamiento que suelen provocar resistencias considerables. Ahora bien, sin estos cambios de conducta no se logra el “impacto” final deseado.
El carácter sistémico del medioambiente dificulta la comprensión y aceptación de las razones que exigen un cambio de comportamiento. Siguiendo el ejemplo, si bien mejoraría el aire de la ciudad, es probable que muchas personas afectadas - porque tienen un coche no eléctrico-, critiquen la medida al señalar el origen de la electricidad que necesita el coche eléctrico, argumentando que, si en su generación se utiliza el carbón, el impacto final es discutible, ya que el carbón emite más CO2 para producir esa electricidad, que el que se emite al utilizar un coche de gasolina en ese trayecto (además de las críticas sobre el impacto de las emisiones en la producción de las baterías, la contaminación de su desecho o la escasez de las materias primas utilizadas). Es decir, que al encontrar “fallas” en la argumentación lógica de las consecuencias - tarea fácil en un entorno sistémico - el individuo pierde el interés en esforzarse en un cambio de comportamiento. La consecuencia es que existen circunstancias emocionales que tienden a retrasar el proceso de adaptación, aunque se descubriesen innovadoras nuevas soluciones tecnológicas.
En definitiva, que para aprender sobre sostenibilidad y cambiar los comportamientos, es clave la actitud de aceptación de los cambios necesarios en las pautas de conductas y costumbres personales. El gran reto de la formación sobre el tema medioambiental es principalmente psicológico, se debe lograr superar la racionalización parcial de unos “resultados” - que se hacen para mantener unas costumbres – para motivar el esfuerzo en desarrollar unos esquemas mentales que permitan comprender y aceptar el carácter sistémico de los “impactos”.