Por Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista.
La industria farmacéutica que opera en México, declarada estratégica porque es una de las que aportan más al PIB junto con la petrolera y automotriz, busca ser escuchada por el presidente Andrés Manuel López Obrador porque considera que en lugar de destruir al sector introduciendo productos de fuera de baja calidad, se podría aprovechar de muchas maneras, pues es un sector que tiene mucho por dar y apoyar para conseguir los objetivos que en materia de salud el gobierno se ha impuesto.
Así nos lo hace ver Miguel Ángel Salazar, director general de Boehringer Ingelheim, al señalar que si se sigue por el camino de atentar contra el marco legal trayendo productos médicos baratos y de baja calidad de India, China o Pakistán, sería un gran error porque es ir en contra de una capacidad productiva que en este rubro México ha construido a lo largo de décadas; se pone en riesgo a los pacientes pero además a una planta productiva que se ha fortalecido en las últimas décadas y que hoy puede cubrir 100% de las necesidades del sector público.
Es cierto que las fábricas de medicamentos en México no tienen nada que ver con las de hace 20 años, pues los propios avances del país les han convertido en productoras de enormes volúmenes y les ha exigido mayores niveles de calidad. La industria farmacéutica en México es hoy sólida y fuerte, con productos genéricos y de innovación que aportan valor, y muchos sí son cambiadores de vida.
Ello es reflejo del propio avance y potencial de nuestra economía que tiene todo para conseguir los objetivos que se ha impuesto nuestro primer mandatario: acabar con la corrupción y los abusos, eliminar el desperdicio y rescatar a los mexicanos menos favorecidos.
No hay nadie que pueda estar en contra de eso. Y se puede conseguir. El punto, como dice Miguel Salazar, es que sea con reglas claras y no fuera de la ley. Si el presidente López Obrador fuera menos desconfiado, escuchara e hiciera caso a quienes sí conocen de cada sector, habría mayor claridad en los cómos y más certeza de poder alcanzar los retos. Por ejemplo, en el caso de la distribución de medicamentos, quienes deciden deberían saber que hay empresas dedicadas a investigar, desarrollar y fabricar medicamentos, pero no tienen nada que ver con el negocio de la distribución, el cual aparte de reparto, implica definir cobranza, devoluciones, reabasto de productos. Y que no hay almacén en todo el gobierno, ni en IMSS ni en ISSSTE que pueda almacenar y organizar los millones de unidades de fármacos que se están adquiriendo. En todo el mundo, la distribución de fármacos está concentrada y tiene sus niveles de exigencia.
Es de destacar el caso de Boehringer Ingelheim (BI) —una empresa familiar alemana que no cotiza en Bolsa y está cumpliendo 65 años en México—, que es de las pocas que no cerró su planta en Xochimilco cuando el país eliminó la obligatoriedad. Ahí ahora tiene dos plantas a donde ha logrado traer desde Alemania la producción de sus exitosos antidiábeticos desarrollados en alianza con Laboratorios Lilly. El objetivo actual es expandirlas, invirtiendo 1.100 millones de pesos de aquí al 2021. Desde dicha fábrica, BI exporta para Estados Unidos, Canadá y Europa, pues ha pasado todas las inspecciones de la FDA y EMEA, los reguladores de mayor exigencia.
No de a gratis la meta de BI en México de crecer 21% este 2019. Originalmente era 25%, pero conforme el primer trimestre, la redujo a 21, un nivel muy destacable para una economía mexicana que ojalá crezca más de 1% este año. Su clave es que es altamente exportadora.