Por Maribel Ramírez Coronel, Periodista en temas de economía y salud para El Economista
La cirugía de mínima invasión es un procedimiento que inició desde los años 80, hace casi 4 décadas, y como es mucho más costo/efectiva porque causa menos dolor, menos complicaciones, menos riesgo de infecciones, menos medicamentos y reduce al mínimo la estancia hospitalaria, en muchos países ha prácticamente eliminado a la cirugía abierta mucho más agresiva y costosa.
En algunos países la cirugía convencional de corte abierto prácticamente ya no se ejerce. En México el acceso a cirugía de mínima invasión es común en hospitales privados, pero en el sector público su penetración es muy baja; acaso para 30% de los pacientes. Es uno de los indicadores donde se percibe que hay mexicanos de primera o de segunda en función de donde atienden su salud.
Ya no son procedimientos innovadores, aunque sigue habiendo avances, pero en México no logramos incrementar el volumen. Hay una barrera de capacitación -muchos médicos no saben hacer cirugía de mínima invasión- pero también de insuficiencia de equipos.
Algo similar pasa con el marcapasos en cardiología, cuyo precio en México es de los más bajos del mundo, y aún así la penetración de esta tecnología aquí es ínfima; se sigue usando mucho medicamento porque parece lo más barato. La realidad es que si hubiera más pacientes cubiertos, sería más económico y eficiente el uso del marcapasos.
Es un problema que puede agravarse. Las compras públicas de equipo médico están en función únicamente del precio, no de ver cómo elevar el volumen para ampliar el acceso de avances tecnológicos a más pacientes.
Para quienes hoy hacen las compras gubernamentales, el máximo objetivo es cómo gastar menos, no cómo cubrir a más. Si gastan 1 millón de pesos (US$ 52.490) en cirugía de mínima invasión, piensan cómo hacer lo mismo por 900.000 pesos (US$ 47.200) en vez de cómo hacer más con el millón de pesos. Son ahorros malentendidos.
Falta una mirada con más amplitud de los responsables de las adquisiciones. Quienes integran la Asociación Mexicana de la Industria de Dispositivos (AMID) juegan con componentes no muy bien entendidos.
El punto en este sector nos comenta su vicepresidente Fernando Oliveros, es que no sólo venden los equipos de tecnología, sino que van ligados a servicio de mantenimiento y capacitación. Además, no tienen el elemento de las patentes, como sucede con los medicamentos. Los registros tienen mucho mayor peso para dispositivos: si se le va a dar registro a cualquier empresa del exterior que dé más barato, ahí ya les dejaron fuera. El problema será después para los hospitales cuando tengan equipo instalado pero descompuesto, o sin gente que lo pueda manejar por no incluir en el contrato la garantía de mantenimiento y capacitación constante. Es algo que ya se había superado. El riesgo es que ahora retrocedamos.
Se entiende, dice Oliveros, que quieran conseguir ahorros, y como industria pueden apoyar en conseguirlos pero no de la noche a la mañana; en tecnología se debe invertir primero y es un hecho que se consiguen eficiencias y ahorros.
En lo relativo a distribución, les preocupa antetodo la indefinición: si tuvieran claro que se harán cargo de la entrega, simplemente lo incluyen en el precio y ya, pero hay señales encontradas y gran incertidumbre para este sector que tiene un peso importante en México pues conforme datos del INEGI, genera hoy 150.000 empleos directos.
Se ha convertido en la 9ª fuente de generación de ingresos del exterior al exportar US$ 9.800 millones, siendo el principal proveedor de estos productos a Estados Unidos y el octavo a nivel mundial. Lo malo es que de todo ese equipo médico que exporta, muy poco llega a nuestros pacientes debido a que los mexicanos invertimos poco en tecnología para nuestra salud.