Tres investigadores de Colombia detectaron propiedades anticancerígenas en el veneno de un escorpión que habita en Boyacá y Cundinamarca.
La primera tarea consistió en atrapar los escorpiones Tityus macrochirus. Clara Andrea Rincón fue a perseguirlos por las veredas de los municipios de Cáqueza, Choachí y Fosca, en Cundinamarca. Casi siempre de noche. Porque son animales nocturnos y huidizos. Atrapó unos 45, cuidándose de que ninguno le clavara el aguijón en el que esconden una poderosa toxina.
En el viejo y blanco edificio del Departamento de Química de la Universidad Nacional de Colombia, donde estudia un doctorado en química, les encontró una vivienda temporal. Junto con sus dos tutores, Édgar Reyes y Nohora Vega, del Grupo de Investigación en Proteínas, diseñó la dieta para mantenerlos vivos: arañas, lagartijas y larvas de escarabajos.
El veneno de escorpión es una sopa química de enzimas, proteínas, nucleótidos, sales, aminoácidos y péptidos que, de acuerdo con reportes científicos relativamente recientes, esconden propiedades que pueden resultar muy útiles. Algunos han servido para el desarrollo de nuevos fármacos. El veneno del Tityus serrulaus, por ejemplo, se ha propuesto para el tratamiento de enfermedades cardiovasculares. El de T. discrepans contiene una toxina capaz de afectar células de carcinoma de seno. El veneno del escorpión Rhopalurus junceus es un agente antitumoral en células epiteliales, y los venenos de Buthus martensii y Leirus quinquestriatus actúan como inhibidores del crecimiento de tumores cerebrales primarios y gliomas. Un prometedor arsenal quimioterapéutico.
El grupo de trabajo tenía experiencia sobre todo con compuestos vegetales con potencial médico o insecticida. Así que convivir con escorpiones significó aprender algunas nuevas destrezas. Una de ellas: ordeñar el veneno escondido en el telsón, el último segmento de la cola del escorpión. “Con una pequeña descarga eléctrica de 10 a 20 voltios en la parte dorsal y en la glándula productora de veneno de los escorpiones se logra la extracción”, explica Édgar Antonio Reyes. Conseguir el veneno suficiente para los experimentos fue un desafío. Cada escorpión produce tan sólo dos a tres microlitros cada dos semanas. Fue necesario esperar casi seis meses, ordeñando cada uno de los 45 escorpiones, para conseguir la cantidad adecuada.
El siguiente paso fue purificar el veneno para luego exponerlo a diferentes líneas celulares provenientes de tumores. Los tres científicos colombianos lo probaron en células tumorales de colon, de cuello uterino, de seno, de próstata y de pulmón. La forma de evaluar el éxito de este tipo de experimentos consiste en contabilizar el porcentaje de células que sobreviven al ser expuestas al veneno.
“El veneno funcionó en todas las líneas celulares, pero donde observamos un mayor efecto fue en el cáncer de próstata. En células de pulmón fue mínimo”, explicó la investigadora, “mientras apenas el 40 % de las células de cáncer de próstata sobrevivieron, el porcentaje en las de pulmón fue cercano al 80%.
Después de publicar los resultados en la revista Biomédica, Clara Andrea Rincón sabe bien que este es apenas un primer paso, pero está dispuesta a seguir adelante con la difícil búsqueda de tratamientos contra el cáncer: “Lo más importante para mí es poder hacer investigación y descubrir que lo que encontramos puede llegar a tener una aplicación para tratar enfermedades que afectan a tantas personas”. Entre descubrir un potencial tratamiento y aplicarlo en humanos pueden transcurrir más de 10 años. “Ya sabemos que estos venenos pueden dañar las células cancerosas, pero queremos entender cómo las pueden dañar”, dice la investigadora colombiana.
“Pasar de experimentos in vitro como estos a estudios con animales vivos es complicado”, aclara Reyes, pero a pesar de las limitaciones de presupuesto están intentando crear alianzas con grupos de otras universidades y países para avanzar más rápido. Sus ojos no sólo están puestos en escorpiones, también han comenzado a analizar el veneno del pez león y algunas serpientes. Saben que en cualquier rincón de Colombia, en medio de tanta biodiversidad, puede estar el próximo arsenal médico. Es cuestión de buscarlo con paciencia. Como en el caso de los escorpiones, puede estar en una diminuta gota colgando de la cola de un insecto.