Por Dr. Leonardo López Guzmán, para El Universo.
Si usted viviese en una aldea de idilio rodeada por grandes áreas de cultivos orgánicos y con afluentes de agua alcalina y no contaminada, si usted no sufriese de tensión, estrés por la delincuencia, preocupación por los pagos de cuentas, no, posiblemente no lo necesitaría.
El problema actual es que nuestras frutas, verduras y alimentos agrícolas vienen cargados de todo tipo de sustancias: plaguicidas, matamalezas y preservantes. En la actualidad lidiamos con los transgénicos y un alto porcentaje de lo que tomamos lleva colorantes y saborizantes. La carne que consumimos proviene de animales a los que se les aplicó grandes cantidades de hormonas, antibióticos y hasta arsénico (veneno) en el caso de los pollos. Incluso nuestro pescado ya no es necesariamente criado en su medio natural.
En síntesis, tenemos alimentos pobres y contaminados, que sumados a nuestro amor por la comida chatarra, no hacen sino llevarnos hacia la enfermedad.
Alguien dirá “no consumo chatarra” pero nuestro amor por las grasas, frituras y el azúcar, nos llevan por la misma dirección.
El aire que respiramos tampoco es puro, tenemos problemas de contaminación ambiental, el smog generado por los motores de los vehículos de diésel y gasolina, la quema de desechos, etc.
Todo y mucho más, que no alcanzamos a mencionar, genera requerimientos nutricionales que nuestro cuerpo no obtiene de la dieta y que prácticamente nos obliga a suplementarnos con vitaminas