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Esquel, una ciudad con alma en la Patagonia de Argentina
Viernes, Octubre 13, 2017 - 09:49

Transportarse en el tiempo puede ser una realidad. Sin semáforos, luchando contra la minería y rodeada de cerros blancos, Esquel nos devuelve en el tiempo y nos enseña a resistir.

La laguna La Zeta es uno de los atractivos de Esquel, en la Patagonia argentina, una ciudad con escenarios naturales privilegiados y raíces culturales profundas. Cortesía: Turismo de Esquel

Parar muchas veces es tan importante, y difícil, como avanzar. Hacer una pausa para ver qué nos gusta y qué no. Qué queremos, qué sentimos y qué pensamos; lo que está funcionando y lo que podría ir mejor. La vida a veces se nos va y no nos damos cuenta.

En la Patagonia argentina, en el noroeste de la provincia de Chubut, está Esquel, una ciudad que parece detenida en el tiempo. Solo hay un semáforo, que nunca ha servido y que algunos habitantes, dicen es “el faro de la misteriosa ciudad subterránea donde aparecen seres intraterrenos”.

Cuentos, mitos, historias y leyendas con un escenario perfecto, paisajes naturales privilegiados, raíces culturales profundas y una ubicación estratégica en la tradicional Ruta 40, tan soñada por viajeros de todo el mundo.

Kilómetros antes de llegar a Esquel se ven la imponente estepa patagónica y el bosque andino. Si la música que acompaña el camino no siguiera sonando, fácilmente se podría pensar que el tiempo se detuvo. Al llegar a la ciudad, las cosas no cambian. Ubicada al pie de la cordillera de los Andes, en un valle de origen glaciar, Esquel invita a sentir y admirar. Esta ciudad tiene la magia que le confiere el estar rodeada de montañas, de vida, de resistencia.

Los días 4 de cada mes, desde hace 14 años, la Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Esquel realiza manifestaciones en defensa de la vida, el agua y las actividades auténticamente productivas y contra las pretensiones del sector minero y los gobiernos de imponer la minería a gran escala en la provincia. Los esquelenses aseguran que fueron los primeros que le dijeron oficialmente no a la minería en el mundo, el 23 de marzo de 2003.

Esta ciudad, además, en los últimos días ha sido muy mencionada por la desaparición, hace más de dos meses, del artesano argentino Santiago Maldonado y el conflicto que hay entre los mapuches y la Gendarmería Nacional Argentina, el cuerpo policial encargado del control de fronteras y otros sitios estratégicos.

El valle en donde se asienta Esquel era utilizado por las poblaciones originarias de la zona principalmente como lugar de tránsito. Los Tehuelches, anteriormente llamados Puelches, (“gente del este”), y luego los mapuches (“gente de la tierra”), fueron los que más tiempo habitaron la zona. Según el ente mixto de turismo de la ciudad de Esquel, los registros más antiguos que existen sobre población humana en la Patagonia datan de 11 mil años. Una cultura ancestral que se respira en cada calle de esta ciudad, que se encuentra a 1.880 kilómetros de Buenos Aires.

Actualmente no es extraño que en un salón de una escuela de Esquel convivan niños de ascendencia mapuche con hijos de gendarmes. Tampoco es raro ver en las vitrinas de las tiendas de la 25 de Mayo, o la 9 de Julio, algunas de las tradicionales avenidas de la ciudad, zapatos de tacón de aguja, blusas anchas y coloridas, jeans de talle alto y bota campana, sombreros de cuero, vestidos y hasta armas como de otra época; la Casa los Vascos, por ejemplo, es prueba de ello.

Atravesar su puerta de entrada es como si se cruzara a otra dimensión, como a través del espejo de Alicia o del armario de Narnia: el “Gran Baratillo Los Vascos”, como se inauguró el 1° de septiembre de 1926, conserva todas las tradiciones de la época. Actualmente sus secciones son: bazar y regalería, perfumería, tejidos, lencería, ropería, mercería, zapatería, ferretería, pinturería, corralón, talabartería y almacén. Un pedazo de historia en el presente, completamente vivo.

Caminar de noche por Esquel también tiene su encanto. Mientras cae la tarde y se empiezan a perder los picos nevados que rodean la ciudad, los románticos faroles con luces amarillas se encienden y la brisa de la cordillera empieza a rozar nuestra piel recordándonos que estamos vivos, solo por eso habría que agradecer.

Paredes pintadas con frases como “Sin poesía no hay ciudad”, en una de las esquinas del parque principal, o “No sabía qué ponerme y me puse feliz”, o una de las tradicionales de Frida Kahlo: “Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”, son solo algunos de los mensajes que hay por las calles de la ciudad. Los mensajes en contra de la minería también son muy frecuentes, “La montaña está de pie gracias a su gente. NO a la mina. NO es NO”, es uno de los más representativos.

“Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tienen…”, escribió Ernesto Sábato en La resistencia. Esquel nos da la oportunidad de conectarnos con la naturaleza y con los detalles más simples, con la familia, la poesía y la buena comida. Esquel nos da la posibilidad de parar y volver a nacer. De volver a soñar y no dejar de creer.

“Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida”... La resistencia de Sábato pudo haber estado inspirada en Esquel.

No son necesarios los lujos, los altos edificios, los semáforos, ni la tecnología. Las luces, el ruido, ni los hoteles cinco estrellas: Esquel, con su alma que se convierte en magia, también enseña a resistir. Como el amor, que emociona, inspira y a veces duele, pero nos mantiene vivos, resistiendo.

Autores

María Alejandra Castaño Carmona/ El Espectador