Inspiradas en Malala Yousafzai, quien hace cinco años decidió alzar su voz y luchar por el derecho a la educación en su país, ocho niñas participaron del foro “Contando lo invisible, primero las niñas”, organizado por El Espectador.
Hace cinco años, Malala Yousafzai, la mujer más joven en ganar un Premio Nobel de Paz, recibió un disparo en la cabeza cuando regresaba de su escuela en la ciudad de Mingora, en el noroeste de Pakistán. ¿La razón? No se quedó callada, decidió alzar su voz y luchar por el derecho a la educación en su país. Sin pensarlo, su valiente labor se convertiría más adelante en un referente global para niñas y adolescentes que sueñan con cambiar el mundo desde lo local. Su discurso es el resultado de una realidad que no conoce de fronteras, razas ni edades: el de la violencia, en todas sus formas.
Como Malala hay muchas otras mujeres que han decidido empoderarse y trabajar conjuntamente para que sus derechos fundamentales sean respetados. Por eso El Espectador, con la colaboración de Fundación Plan, presentó el foro “Contando lo invisible, primero las niñas” para que expertos de diferentes áreas pudieran debatir sobre aquellas estadísticas que dicen mucho, en términos generales, de la clase de sociedad que somos, pero poco sobre la condición particular de las niñas, sus historias y temores.
Todo esto adquiere relevancia en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que prometen transformar nuestro mundo para 2030, por lo que los países deben trabajar arduamente por combatir la pobreza, el hambre y la desigualdad, mejorar la salud y la educación, y combatir el cambio climático. Pero también deben trabajar en la igualdad de género, un punto que pareciera ir a paso de tortuga.
Por esa razón llegaron al auditorio de Compensar ocho jóvenes de diferentes ciudades, de zonas que han sido crudamente golpeadas por la guerra en Colombia, para contarles a los asistentes, al país entero, que tienen miedo, que se han sentido rechazadas, olvidadas y violentadas de diferentes maneras, pero, sobre todo, que nacieron con “poderes” para ser lideresas en sus regiones y que no están dispuestas a desfallecer en el intento. Liceth, Adila, Soeyi, Sara, Yudis, Jisleny, Verónica y Hanna hablaron del poder de la voz, del arte y la cultura, de la reflexión, la valentía, la perseverancia y la fuerza para alcanzar sus metas.
Contaron que tenían que gastar mucho tiempo en los quehaceres del hogar mientras sus hermanos sí podían jugar u ocupar su tiempo como más les gustara, que no podían practicar fútbol en la escuela por ser considerado un deporte exclusivo para hombres, que deben caminar muchas horas al día para llevar agua a sus casas, que no pueden andar libremente por su barrio producto de las barreras invisibles que pandillas y grupos armados ilegales han creado. También dijeron que no suelen ser tenidas en cuenta en la toma de decisiones, que son criticadas por llevar el cabello afro, como si eso significase estar “mal arregladas o despelucadas”, y que no necesitan plata sino soluciones concretas.
“En vez de jugar, bailar o hacer rondas infantiles tenemos que estar trabajando, cocinando, lavando, tocando la puerta de cada casa preguntando quién necesita una empleada porque necesitamos el dinero”, dijo Liceth, quien ayer se enteró que 753.000 niñas en Colombia están dedicando más de 15 horas semanales a trabajos del hogar y fuera de él.
“Si quiero seguir estudiando tengo que ir a otras ciudades, tengo que dejar a mi familia y trabajar como aseadora en otra casa. En mi comunidad no tengo las posibilidades para seguir superándome”, remató Soeyi.
El país cuenta con cifras desgarradoras que respaldan sus historias y deberían encender las alarmas sobre la condición de vulnerabilidad en la que se encuentran los menores, en especial las niñas. Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), en 2015 nacieron en Colombia 132.567 bebés de madres entre 15 y 19 años, y el 73 % de todos los presuntos abusos sexuales que hay registrados son contra menores de edad.
“Ser niña es muy difícil. Somos presas fáciles para los hombres, es como un delito ser mujer porque nuestro cuerpo se va desarrollando y ellos quieren apoderarse de él, como si desde un principio les perteneciera”, piensa Adila.
El conflicto armado también ha marcado rudamente sus historias y las de muchas otras. “Cerca de 2,5 millones de personas se convirtieron en víctimas siendo aun menores de 18 años, y aproximadamente la mitad de esta cifra fueron niñas. El desplazamiento, el reclutamiento, las minas anti personales, la violencia sexual, el secuestro, la desaparición y la tortura deberían avergonzarnos como sociedad, pero son parte de la realidad”, dijo Paula Gaviria, consejera presidencial para los derechos humanos.
La funcionaria llamó la atención sobre la importancia de escucharlas, de restablecer sus derechos, de acompañar los procesos desde las regiones y trabajar en la salud mental de las víctimas, porque algo en lo que estuvieron de acuerdo todos los panelistas es que el país no es sólo Bogotá. Son 32 departamentos con condiciones geográficas y económicas muy diferentes, con historias invisibles que urge hacer visibles.
“Necesitamos un cambio ya. No somos el futuro, somos el presente. Estamos cansadas. Pónganse en nuestro lugar y empiecen a tomar decisiones desde el sentir de las niñas”, pidió Verónica a los asistentes. Luego siguió Adila: “Dejen de estar tan pendientes del chat y vayan a nuestras comunidades a ver la realidad”.