Pasar al contenido principal

ES / EN

Experto Gregorio Luri propone ser "buenos padres", en lugar de "superpadres"
Jueves, Abril 3, 2014 - 16:05

Para educar a los hijos no hace falta convertirlos en seres perfectos, modélicos o sobrehumanos, sino aplicar el sentido común, cultivar el amor mutuo y utilizar tres "palabras mágicas", según el experto en pedagogía y filosofía, Gregorio Luri, quien propone una nueva forma de entender la paternidad.

¿Cómo se puede educar mejor a los hijos?. Una de las claves es utilizar las palabras "por favor”, “perdón” y “gracias”, que tienen el poder para abrir las puertas cerradas a cal y canto, y que debemos asegurarnos de que lleven nuestros vástagos en la punta de la lengua al salir a la calle, según Gregorio Luri (Navarra, España, 1955), doctor en Ciencias de la Educación y en Filosofía, y un activo conferencista en asociaciones de padres.

Luri, autor del libro ‘Mejor educados' y protagonista del blog ‘El café de Ocata’ (http://elcafedeocata.blogspot.com.es) señala que estas palabras son decisivas para resolver los problemas de indisciplina y el desgobierno que surgen con niños y adolescentes, y mejorar la convivencia con ellos, tanto en los hogares como en los centros educativos.

Este ex profesor de Filosofía en la Universidad de Educación a Distancia (UNED) recomienda utilizar estas expresiones en nuestras relaciones cotidianas, dando nosotros mismos el primer paso, predicando con el ejemplo y haciendo un uso frecuente de ellas ante nuestros hijos y volviéndolas habituales en el seno de la familia, porque –asegura- “¡Son mágicas!”.

Esta es solo una de las recomendaciones de Luri, quien propone vivir la paternidad con unos criterios claros, pero sin agobios, y desarrollar una educación más basada en la sabiduría práctica de la familia y menos “profesionalizada”, autoexigente, y bajo la carga de una enorme responsabilidad, una presión constante y el miedo al fracaso, como la viven actualmente muchos padres. “¡Ser buen padre no es tan difícil; basta con un poco de sentido común”, señala Luri.

- ¿Cómo define a los "buenos padres"?

- Son los que llevan sin aspavientos sus frustraciones y sin dogmatismos sus convicciones, porque saben que la realidad no es el capítulo práctico de ninguna teoría. No actúan encorsetados por un exagerado sentido de la responsabilidad, ni se pasan el día constatando en sus hijos su genialidad reproductora. Los buenos padres quieren ser padres, no especialistas en “coaching” o técnicos en paternidad. Son los que saben responder a la pregunta “¿qué es un buen hijo?”. 

- ¿En qué consiste "educar con sentido común"? 

- Consiste en hacerlo con tranquilidad, sin esperar lo imposible, porque no existen los padres perfectos. También significa educar con sensatez, es decir con disposición a aprender de los errores, y con amor, en lo que todos somos aficionados. Consiste en saber gestionar las neurosis cotidianas inherentes a la paternidad con ironía, sabiendo reírse de los propios excesos, y también en saber que nuestros hijos, porque son niños, tienen más energía que sentido común para gestionarla y que nosotros, porque somos adultos, no hemos de ponernos a su altura.

- ¿Cuáles son los requisitos de una paternidad sensata? 

- Sin referentes claros, no se puede ser un buen padre. Hoy hay padres tan preocupados por hacerlo todo bien, que no saben actuar espontáneamente. Si les pedimos que actúen con naturalidad, nos preguntan qué libro les aconsejamos que lean. Nuestros padres sabían lo que tenían que hacer y, cuando metían la pata, no se dejaban dominar por la mala conciencia. Por el contrario, muchos padres modernos, hagan lo que hagan, se preguntan si no podrían haberlo hecho de otra manera. Nuestros hijos necesitan referentes claros; padres seguros y con convicciones diáfanas.

- Usted habla de "ser buenos padres sin necesidad de ocultarlo" ¿Qué quiere significar exactamente?

- El buen padre no necesita llevar la máscara de buen padre, entre otras cosas porque sabe que sus fallos son bastante similares a los de los demás. No se preocupa por estar a la altura de las retóricas al uso de la paternidad políticamente correcta, ni pretende ser un ‘superpadre’, ni anularse como individuo para ser solo padre las 24 horas del día. Sabe que ser un padre normal ya es suficientemente difícil y no está dispuesto a sobrecargar esa dificultad intentando aparentar que es lo que no es.

- ¿Cómo podemos aprender de nuestros aciertos y nuestros fracasos como padres?

- Estando dispuestos a aprender. Sabiendo que nos vamos a equivocar con frecuencia. Nuestros hijos crecen tan rápidamente que, en cuanto nos descuidamos, nos quedamos en ‘fuera de juego’. Y, con frecuencia, nos descuidamos. Lo notamos al verlos protestar airadamente porque consideran que los tratamos como si fueran más pequeños que lo que son, mientras que nosotros creíamos estar tratándolos de la manera habitual. Sus protestas son también nuestras lecciones. A pesar de todo, sabemos que hemos tenido éxito cuando somos capaces de reírnos juntos de nuestros pequeños fracasos coyunturales.

- ¿Cómo se cultiva el amor mutuo entre padres e hijos?

- La familia es el único ámbito de nuestra vida en el que somos queridos de manera incondicional simplemente por ser quienes somos. Más allá de los límites familiares somos valorados por lo que sabemos hacer. Hay muchas formas de cultivar el amor mutuo, pero dos me parecen imprescindibles: las capacidades de perdonarse mutuamente y de mantener la palabra dada. Por cierto: un buen hijo es el que sabe corresponder con generosidad al amor que recibe.

- ¿Cómo pueden los padres fomentar o inculcar la autodisciplina en sus hijos de forma eficaz? 

- Siendo ellos mismos autodisciplinados. A los niños les suele costar mucho más obedecer conscientemente a sus padres que imitarlos inconscientemente. Conviene también que, en lugar de ponerles la etiqueta de genios, envolviéndolos en una burbuja narcisista, estimulemos y premiemos su capacidad de trabajo. Los niños que nos escuchan decir continuamente lo listos que son, suelen desarrollar un enorme miedo al fracaso, por temor a defraudarnos.

- Elegir la escuela de los hijos suele ser una decisión clave: ¿qué hay que tener en cuenta para esta elección?

- Los hijos tienen derecho a tener unos padres tranquilos, que no estén todo el día estresados llevándolos y trayéndolos de aquí para allá. La proximidad de la escuela a casa es un criterio importante, pero no el principal. Más importante es llevar a nuestros hijos a una escuela a la que, sin reticencias, podamos llamar “nuestra escuela”, aún sabiendo que no es perfecta. Si no es así, tenemos un problema de confianza con ese centro educativo.

- ¿En qué consiste ser un buen modelo de aprendizaje para los hijos? y ¿cómo se consigue en la práctica? 

- La escuela es muy importante para nuestros hijos, pero solo pasan en ella el 13% de su tiempo a lo largo del año. Mientras están con nosotros no debiéramos pretender ser para ellos un modelo de sabiduría. Es agotador… y más tarde que temprano se acaban poniendo al descubierto nuestras lagunas. Es mucho más importante que nos esforcemos por ser un modelo de aprendizaje, es decir, que nos vean investigar lo que no sabemos y alegrarnos cuando encontramos las respuestas que buscamos. Nuestros hijos aprenden de nosotros por impregnación.

- La relación entre paternidad y pantallas suele ser conflictiva. ¿Qué normas de "uso saludable" de las nuevas tecnologías conviene trasladar a los hijos?

- La primera y principal: no debemos ser unos ‘hipócritas digitales’ con nuestros hijos. Más que decirles lo que deben hacer, debemos ofrecerles el ejemplo de lo que hacemos. ¿Qué relación tenemos nosotros con el móvil? Las conexiones digitales suelen ser la prolongación de las conexiones familiares. Dicho esto, añado que nuestros hijos adolescentes pasan seis horas diarias conectados a sus prótesis digitales. Los riesgos que corren, que no se pueden minusvalorar, son inversamente proporcionales al número de amigos que tienen. El adolescente que intercambia con sus amigos sus experiencias digitales está menos expuesto a ser subyugado por fantasmas, que aquel adolescente solitario cuya única conexión con el mundo es su modem.

Autores

María Jesús Ribas