El estilismo gastronómico ya se practicaba desde el siglo XIX, aunque muchos crean ahora que recién nació con las redes sociales. Sin embargo, a partir de ellas experimentó importantes cambios, como atravesar las fronteras de la publicidad.
En un mundo cada vez más visual, en el que las redes hicieron que lo privado se transformara en público, el estilismo gastronómico se volvió cada vez más profesional y exigente, asegura Paula Masoero, estilista de alimentos, en diálogo con Télam Tendencias.
Masoero, quien trabaja en dupla con el fotógrafo Matías Quintana, asegura que “las redes sociales hicieron que el food styling esté en auge”, porque todos quieren mostrar sus productos y "esto hace también que la calidad y la exigencia sea mayor y -por ende- se haya profesionalizado más”.
De hecho, esta estilista gastronómica, quien antes se dedicó a la comunicación, luego a la gastronomía y tuvo un blog, encontró hace tres años la comunión perfecta entre las tres cosas en el food styling.
Pero el culto por la fotografía de alimentos, o mejor dicho el “estilismo de los alimentos y la comida", tal su traducción literal del inglés, nació en el siglo XIX con las primeras imágenes que apartaron la mirada de las personas que interactuaban en bucólicas escenas de pic-nics para posarla en las frutas y delicias que antes eran relegadas.
En el libro “Feast for the Eyes” (Un festín para los ojos), la curadora y fotógrafa estadounidense Susan Bright explica el largo recorrido de la comida en el mundo de la fotografía desde el 1800 hasta nuestro días y los cambios que fue sufriendo a lo largo del tiempo.
La capacidad de la comida de encantar y despertar los sentidos la convirtieron no sólo en uno de los elementos más fotografiados sino también en protagonista de películas memorables como “La Fiesta de Babette”, “Como agua para el chocolate”, “La sal de la vida”, o “Comer, rezar y amar”, entre otras.
“Hoy por hoy -explica Masoero- la clave pasa por cómo querés mostrar el producto y los elementos que entran en juego. Hubo varios cambios en el food styling a lo largo de los años, entre ellos, la intervención humana, como las manos, o los planos abiertos, algo que en los 60’ no se hacía porque las producciones eran más conservadoras, rígidas y estáticas”, explica.
Los libros de recetas y las agencias de publicidad fueron los primeros en acudir a los estilistas gastronómicos, quienes con sus trucos lograban que el producto se viera apetitoso e irresistible.
“Los trucos no van a dejar de existir aunque ahora se escapa a lo artificial y todo se pauta de antemano con el cliente”, acota Paula, en un breve descanso de la producción que está haciendo para la carta de una conocida cadena de café.
Junto a ella está su inseparable maletín en el que lleva las cosas que no le pueden faltar a un food stylist: palitos de brochette, escarbadientes, alambre fino, goma de pegar, laca, vaselina, colorantes varios, pincelitos, aceite, jeringa, y tijeritas.
Los pinceles y aceites servirán -por ejemplo- para dar brillo y volver más apetitoso los vegetales y las carnes, mientras que el spray aportará frescura a las hojas verdes de un plato.
Pero antes, la estilista trabajó en la pre producción, que incluyó recabar la información sobre lo que el cliente quiere y cómo desea mostrar su producto, la compra de verduras, frutas- según colores y tamaños- y los demás elementos que intervendrán en las imágenes.
Telas, pinceles, cartulinas, enseres de cocina, maderas viejas y chapas son todos elementos que pueden embellecer una producción y que se apuntan en la “hoja de ruta”.
“El momento de la pre producción y el de armar la hoja de ruta, ésa en la que anotas todo, incluidos los fondos que vas a usar, los materiales, las telas, es lo que más disfruto”, detalla Paula.
Matías, quien se formó en fotoperiodismo, luego pasó por el mundo de los vinos y, con los años, terminó llegando al food styling, disfruta del condimento teatral que aporta el estilismo gastronómico, ese que le permite armar su propia escena.
Las redes, sobre todo Instagram y Pinterest, que juegan un rol fundamental en el food styling, generaron también que de pronto un cliente se transforme en un food stylist involuntario.
En ese sentido, Quintana enfatiza que “hay una transformación, un intercambio de roles que genera un gran impacto en cuestión de imágenes y se da cuando un consumidor se transforma en un hacedor y publica en la redes la foto de lo que está comiendo”.
Prueba del interés que despierta el food styling se ve reflejado en los talleres que dan ambos uno destinado a chef, en el que entra en juego la importancia de las texturas y el otro al que acuden los instragramer, los foodies y las agencias de publicidad, en los que tiene más relevancia los tamaños de las porciones y los colores.
El food styling es un singular caso de tendencia en constante transformación según cambian los medios para expresarla, pero tiene un largo recorrido por delante todavía, porque, como desde siempre, la comida nos entra por los ojos.