Esta modalidad educativa dejó de ser un simple medio para pasar los exámenes de admisión y se convirtió en un mecanismo de preparación para la vida universitaria.
Uno de los momentos más difíciles para cualquier joven es lo que sigue después de la graduación del colegio. No sólo hay que elegir una carrera, sino conseguir pasar en la universidad y no todos lo logran. Solamente en el segundo semestre de 2014 se presentaron 63.386 aspirantes a la Universidad Nacional y únicamente pasaron 5.635.
Para aliviar las tensiones que genera este escenario nacieron los preuniversitarios, programas que prometen ayudar a superar los exámenes de admisión, pero que con el tiempo han ido evolucionando hasta transformarse en un extraordinario medio de preparación para la vida universitaria.
Al principio sólo se concentraban en el desarrollo de competencias de tipo analítico y razonamiento crítico, y en realizar repasos conceptuales, así como en entrenar a los jóvenes para que conocieran los criterios que se deben tener en cuenta al leer un enunciado, reconocieran los tipos de pregunta y adquirieran destrezas para elegir la respuesta correcta.
Una labor que, como señala Ciro Buitrago, coordinador general del preuniversitario Ingrese a la Universidad, empezó a demostrar que muchos bachilleres ignoraban fundamentos claves y además estaban confundidos con lo que querían para su futuro. Factores que más adelante los podrían llevar a cambiar de programa o abandonar la universidad.
María Patricia Gómez, directora del Programa de Integración a la Universidad de la U. de la Sabana, explica que esto se puede deber a que se trata de “jóvenes de 15 o 16 años que se ven empujados por la cultura y el sistema educativo a tomar una decisión rápidamente”. Por ello, la misión de este tipo de instituciones de hacer coincidir todos los contenidos de 11 años de formación en el colegio con la estructura general de las pruebas se vio en la necesidad de complementarse con la labor de “prepararlos para que vivan la experiencia universitaria y obtengan una visión general de la carrera”.
Y ha funcionado, especialmente entre quienes aspiran a ingresar a programas como ingeniería, negocios, relaciones internacionales o medicina guiados más por moda que por vocación.
A pesar de su acogida e impacto, estos cursos son considerados como educación informal porque tienen una duración inferior a 160 horas. Su regulación no depende del Ministerio de Educación sino de las secretarías de la ciudad o municipio en el que se encuentren y por ello no hay consolidados datos exactos de cuántos existen en el país o el número de estudiantes matriculados. Se sabe que la mayoría están en Medellín, Bogotá y Manizales.