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Giorgio A. Tsoukalos, el hombre más allá del meme
Miércoles, Agosto 30, 2017 - 08:45

El conductor de History Channel plantea que seres de otro mundo, o “antiguos astronautas”, compartieron el conocimiento y la tecnología que llevaron a la evolución de la humanidad.

Justo antes de comenzar, en la puerta del salón del hotel donde se realizó el encuentro, en pleno corazón de Ciudad de México, me advirtieron que tenía apenas 15 minutos para entrevistarme con Giorgio A. Tsoukalos, que eligiera muy bien las preguntas, pues sus respuestas eran prolongadas y muy detalladas. Me dijeron también que podía formularle cualquier cuestionamiento, pero eso sí, que no me podía referir al meme con el que han querido caricaturizarlo y, de alguna manera, mofarse de lo que para él y otros investigadores supera la mera teoría y se convierte en un estilo de vida: la hipótesis de los antiguos astronautas. ¿En qué consiste? Se trata de una creencia que plantea que en la antigüedad, cuando la humanidad apenas comenzaba a desarrollarse, llegaron al planeta seres de otros mundos que nos compartieron su conocimiento y tecnología. Fue tal circunstancia, en opinión de Tsoukalos, lo que le permitió a la especie avanzar y perfeccionar ciertas prácticas, costumbres y habilidades que son las que hoy, precisamente, hacen posible nuestro desarrollo.
 
Es su visión de mundo y la defiende con entusiasmo. No obstante, su trabajo trasciende la pasión y se encarga de indagar por aquellos indicios que respaldan su teoría y dan peso científico a su convicción. No se trata de buscar una aeronave que haya chocado contra la Tierra, de establecer contacto con un alienígena o de descubrir armamento extraterrestre, me advierte. “Los hallazgos, la evidencia de los antiguos astronautas, se encuentra en las tradiciones orales y los documentos escritos de nuestras antiguas civilizaciones. Todo ello nos comunica algo, nos habla de aquellos seres que descendieron de los cielos y compartieron conocimiento a nuestros ancestros”.
 
Las señales, agrega, están presentes también en los ritos, la cultura y las estructuras físicas de sociedades antiguas que se asentaron en todos los rincones del planeta. Para ejemplificarlo me cuenta de una estructura megalítica en Bolivia llamada Puma Punku, la cual fue construida a unos 3.840 metros de altitud. Es un complejo caracterizado por sus enormes piedras y que siempre ha generado fascinación por la precisión con la que cada bloque fue colocado y cortado. “Estos grandes bloques están constituidos por dos tipos de piedra: arenisca roja, que es verdaderamente enorme, y andesita ígnea, que, por su dureza, era imposible que fuera cortada con las herramientas que se tenían en la antigüedad. Entonces, uno se pregunta, ¿cómo fue que estos grandes bloques fueron transportados? No se puede dejar de lado que los pobladores estaban a casi 4.000 metros de altura. ¿Cómo lo hicieron? Lo cierto, lo fáctico, es que tenemos estos bloques en este recinto, lo que me prueba que se utilizó otro tipo de tecnología de la que se disponía en aquel entonces”, manifiesta Tsoukalos, haciendo énfasis en que fueron los nativos quienes la construyeron: “Yo nunca he dicho que los alienígenas lo hicieron. Fuimos nosotros, la humanidad, con el conocimiento que nos compartieron”.
 
 
“Y en Colombia, ¿qué pruebas hay de estos antiguos astronautas?”, lo interpelo. “¿Tú eres de Colombia, verdad? ¡Esto es de Colombia!”, me responde mientras me muestra un broche que carga en su camisa. “Esto es del Tolima. Es un objeto precolombino y es uno de mis favoritos. Data de por lo menos 1.000 años. Pero parece una aeronave, un avión moderno. En 1986, dos ingenieros alemanes tomaron este diseño, lo hicieron a escala y le pusieron una hélice. Lo mandaron al aire y voló. Es, sin duda, evidencia, un indicio físico de la aviación en la antigüedad. Otros ven esto y dicen: ‘No, es fantasía, una coincidencia’. No estoy de acuerdo. Si alguien mañana me dice que estoy equivocado y me da evidencia, me prueba que estoy mal, lo creo, pero hasta ahora nadie ha podido hacer algo así”, afirma enérgico.
 
Le pregunto qué tanto nos falta descubrir de los hallazgos, las pruebas o indicios que respaldan la hipótesis de los antiguos astronautas. “Ni siquiera estamos en la punta del iceberg”, me responde con emoción, mientras trata de desmitificar que aquellos seres sean como los ha imaginado la ficción. Son más corrientes y ordinarios de lo que podría creerse, me dice, al punto de que los seres humanos podríamos ser esos antiguos astronautas. “Imagine que usted y yo vamos a otro planeta y nos encontramos con vida primitiva en materia de tecnología. Es decir, seres que probablemente no saben cómo hacer fuego o construir un refugio. Lo natural sería que nosotros les compartiéramos ese conocimiento básico y sentáramos algunas bases en agricultura, matemática o astronomía. Luego nos vamos y a partir de allí esa sociedad comienza a generar sus ritos y creencias, sin dejar de lado que seres de otro planeta, que los visitaron y que llegaron de los cielos —o sea, nosotros— fueron quienes los coadyuvaron a su desarrollo. Si se revierte este planteamiento, esa creación desde el origen, podríamos hablar de Dios”.

Autores

Javier González Penagos/ El Espectador