Los españoles la llamaron Guanajuato al no poder pronunciar su nombre original, Quanaxhoato, que significa "lugar de ranas" en lengua de purépechas, para quienes este animal era sagrado.
Jardín de la Unión, en el corazón histórico de Guanajuato, es una plaza ideal desde donde conocer esta ciudad mexicana, Patrimonio de la Humanidad y capital del estado del mismo nombre, también conocido como la "Cuna de la Independencia" del país.
Todo en esta urbe de 180 mil habitantes, recorrida a diario por cientos de turistas, es una superposición de culturas, historias, leyendas, luchas y rezos en lenguas y sangres diferentes.
Los españoles la llamaron Guanajuato al no poder pronunciar su nombre original, Quanaxhoato, que significa "lugar de ranas" en lengua de purépechas, para quienes este animal era sagrado.
Esa pequeña plaza céntrica, donde los laureles de la India prolijamente podados forman un grueso y compacto techo que protege del fuerte sol del otoño, es un vértice de los atractivos de Guanajuato, como la ecléctica arquitectura que la rodea.
Entre las calles circundantes las hay de anchas veredas, donde los cafés instalan mesas y sombrillas, y angostos pasadizos sobre los cuales se juntas las barandas de balcones con reminiscencia andaluza, cargados de macetas, flores y enredaderas.
El Jardín de la Unión es además un buen lugar para comer una enchilada minera o un mocaljete, entre otras delicias de la gastronomía local, en algún restorán, o probar de los puestos al paso las fritangas y dulces caseros.
Con sólo cruzar la calle se llega al Teatro Juárez, inaugurado en 1903 y declarado "Joya Arquitectónica del Porfiriato", o al barroco templo de San Diego, punto de encuentro de las tunas guanajuatenses.
También se puede caminar hasta la casa natal del charro Jorge Negrete, en la Plaza Ropero, y fotografiarse junto a su estatua tamaño natural.
Otra opción es perderse en la bulliciosa telaraña de más de 300 estrechos callejones que zigzaguean, suben, bajan y arman un plano digno de una obra de Escher o algún otro artista incomprensible.
Los nombres del cura Miguel de Hidalgo y del indio El Pípila -Juan José Martínez-, venerados como padres de la insurgencia que llevó a la independencia de México, se repiten en calles y plazas del centro histórico.
Unas tres cuadras al norte está la Plaza de La Paz, frente a la majestuosa basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, y poco antes el inicio de la calle subterránea Miguel Hidalgo, que no es uno de los tantos túneles de la ciudad, sino el lecho de un río entubado, bajo el cual corre el actual curso de agua nuevamente canalizado.
"Esta es la Venecia mexicana", dijo el guía Rogelio Angiano -que con Gustavo Soto, de la Secretaría de Turismo local, acompañó a Télam en el recorrido- donde la calle aún a cielo abierto es cruzada por unos angostos y pintorescos puentes con mesas y sillas de confiterías, que si el río aún tuviera agua podrían recordar a la ciudad italiana de los canales.
Luego del paseo bajo tierra, de unos tres kilómetros, es recomendable cambiar el punto de vista y mirar la ciudad desde arriba, mediante el funicular que sube al cerro San Miguel, donde junto a la estatua del Pípila se tiene una panorámica con las torres de las iglesias surgiendo entre el mar de tejas.
En la Cuesta de Mendizábal resalta el gran edifico del Museo Regional Alhondiga de Granaditas -ex depósito y almacén de granos- entre cuyas paredes de piedra cantera se hicieron fuertes los españoles y desde lo alto disparaban a quien se acercara al gran portón de madera maciza.
Fue el Pípila quien se ató una piedra plana a la espalda y, con ese primitivo chaleco antibalas y una antorcha, se arrastró hasta incendiar la gruesa puerta, por la que entraron los insurgentes de Hidalgo y obtuvieron allí su primera victoria.
En lo alto de una de las esquinas permanece grabado el nombre de Hidalgo, junto a un antiguo gancho, pero no es por ese triunfo, sino porque allí fue clavada su cabeza tras ser tomado prisionero durante la guerra de la independencia.
Entre los cientos de pasajes y callejones de Guanajuato hay algunos especiales e imperdibles, como el De los Libros, para buscar algún título perdido en el mercado comercial, y el del Beso, que como no podía falta en el país de los culebrones, recuerda una historia de amor imposible y trágica.
Allí -dice la leyenda- el estrecho espacio entre balcones era el lugar de encuentro de una pareja, a cuyo amor se oponía el padre de la joven, y hoy los turistas suben hasta el tercer escalón del callejón, pintado de rojo, para besarse y así tener siete años de suerte (algunos dicen 15); si no lo hicieran sobrevendrá igual período de desventuras.
Según Anguiano, ningún turista se debe ir de Guanajuato sin entrar a alguna de las minas que desde hace siglos producen oro y plata, y así llevó a Télam a las entrañas de la mina Guadalupe, que tiene un túnel vertical de 345 metros por nueve de diámetro.
La visita turística es de sólo unos 60 metros, donde se pueden ver vetas de diferentes metales, y que son suficientes para que más de un visitante sienta mareos, claustrofobia o algún otro efecto del interior de la montaña.