Por José Ignacio Moreno, rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.
Arturo Uslar Pietri solía decir que una universidad no termina de hacerse nunca y esa sentencia del gran pensador y creador intelectual adquiere plena validez en el intenso proceso de cambios que tipifica el siglo XXI, con una revolución científica y tecnológica y una globalización que se está configurando y que no tiene precedentes en la historia de la civilización.
La universidad como institución de creación y divulgación de conocimientos, debe responder promoviendo una pedagogía de educación en valores para contrarrestar las tendencias excluyentes de la globalización e incorporarle un sentido humano a este proceso.
Igualmente, debe adaptar los contenidos y estrategias docentes a las demandas de las nuevas realidades postmodernas que se están creando a un acelerado ritmo de cambios que acontecen con nuevas lógicas, en un entorno de incertidumbre y a velocidades exponenciales.
Por ello las nuevas realidades que están surgiendo en una modernidad que se está agotando y en una naciente postmodernidad, representan demandas de transformaciones importantes en el sistema educativo, sus instituciones y actores, y en especial, en el sistema de educación superior.
Los docentes deben reentrenarse para cambiar su mentalidad moderna de educar, y poder compartir eficientemente el proceso de enseñanza-aprendizaje con jóvenes ya inmersos en una cultura postmoderna, con todos los nuevos valores y antivalores que están surgiendo en esta inédita etapa de la sociedad planetaria.
Ahora la nueva educación debe sustentarse en un modelo docente con visión integral que debe concebir la enseñanza centrada en la condición humana, en los valores de la libertad y de la solidaridad con los semejantes y con el planeta.
Una educación comprometida con el desarrollo de la lucidez, que le permita al individuo de la postmodernidad enfrentar con éxito la complejidad y velocidad de los cambios que acontecen en este mundo imprevisible que se enrumba inexorablemente hacia estados superiores de progreso y transformaciones, pero que clama a su vez por un futuro de libertad, justicia y paz.
El nuevo modelo educativo debe incorporar además una pedagogía basada en competencias, es decir, centrada en el aprendizaje que permita la formación permanente e integral y pertinente, construida mediante la teoría y resolución de problemas orientados al ejercicio de la práctica de la profesión.
Ello es fundamental para que el profesional de la postmodernidad sea capaz de mantenerse en un proceso permanente de actualización de conocimientos, que le permita ser competitivo en los mercados de la economía global y para desarrollar habilidades, destrezas y capacidades para el emprendimiento y gestionar, en forma compartida, los cambios demandados; para negociar conflictos, preservando la paz; para promover acuerdos políticos y compartir con la sociedad civil; y para enfrentar con éxito situaciones de riesgo e incertidumbre.
Con la formación por competencias y la pedagogía de educación en valores el profesional de la postmodernidad estará facultado para el saber, el saber hacer y el saber ser para un exitoso desempeño en el entorno laboral, a nivel local y planetario.
El enfoque de formación por competencias se presenta como una novedosa modalidad docente y supone replantear la relación entre la teoría y la práctica, para que el estudiante tome conciencia de cómo la teoría adquiere sentido a través de la práctica.
Se sustenta en la necesidad de una vinculación más efectiva de la educación con el mundo del trabajo, dando un sentido más práctico e instructivo al proceso educativo, con todos sus sesgos políticos, ideológicos, éticos y, desde luego, pedagógicos.
Es un enfoque que descarta la autosuficiencia que tradicionalmente se les venía reconociendo a los títulos universitarios y que otorga mayor importancia a las competencias que habilitan para la solución de problemas específicos, en escenarios reales de trabajo.
Desde luego, la formación por competencias implica la necesidad de modificar las prácticas docentes para que profesores y estudiantes interactúen de manera más activa en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Supone igualmente un gran reto de cambios para las instituciones educativas y, en especial, para las universidades que deberán desarrollar programas de reentrenamiento de sus docentes y reformular sus currículos de oferta académica.
Frente a las nuevas realidades de la postmodernidad, estas son las verdaderas prioridades del sistema de educación superior y de las instituciones que lo conforman. Para ello se requiere renunciar a las diatribas, complejos y desencuentros y promover un gran consenso nacional en función de este objetivo de acoplar nuestra educación superior a las exigencias de la sociedad del conocimiento.
Esta columna fue publicada originalmente en el ElMundo.com.ve.