El libro de Walter Isaacson profundiza en las personalidades de los pioneros de la era digital.
Ada Byron heredó de su padre, el poeta lord Byron, el espíritu romántico y el amor hacia la poesía. Para corregir ese rasgo su madre Annabella Milbanke hizo que la chica de 17 años recibiera clases de matemáticas, también le prescribió una buena dosis de geometría euclidiana, trigonometría y álgebra. La combinación de sensibilidad y conocimiento hizo que Ada percibiera la belleza de las máquinas en lo que ella misma llamaría “ciencia poética”.
Walter Isaacson inicia su más reciente libro “Los Innovadores” con la historia de Ada Byron, condesa de Lovelace, quien sembró la semilla de la era digital al vislumbrar un futuro en el que las máquinas acompañarían la imaginación humana, e hizo más al poner en la mesa un tema aún vigente, más de cien años después: ¿las máquinas pueden pensar?
Isaacson (Einstein, su vida y su universo; Steve Jobs, entre otros títulos), hace una pausa en su quehacer biográfico, para contar la historia de los pioneros que hicieron posible la revolución tecnológica digital. El escritor estadounidense abunda en los orígenes y personalidades de estos individuos sólo para hacer hincapié en cómo sus personalidades abiertas o conflictivas, concatenaron con otros individuos para dar paso a la creatividad e innovación.
Es la historia de varias historias, de individuos e instituciones como los Laboratorios Bell, o la Defensa Nacional estadounidense que patrocinó buena parte de las investigaciones, e incluso obligó a Universidades como Harvard o Stanford a colaborar con ARPANET cuando estas no querían.
Del libro se desprenden varias lecciones: la innovación es fruto de la colaboración y ésta es resultado de ideas que fluyen de un gran número de fuentes. De lo contrario, como en el caso de John Vincent Atanasoff quien, al no contar con nadie a su alrededor que le sirviera de caja de resonancia o que le ayudara a superar los obstáculos, terminan como una nota al pie de página.
La obra también trata de informar cómo se produce verdaderamente la innovación en el mundo y qué fuerzas sociales, económicas y culturales crearon la atmósfera para que fuera posible. ¿Internet habría nacido sin la carrera espacial o sin la simpatía que el presidente Eisenhower sentía por los científicos?
La historia de Alan Turing también invita a la reflexión. Obsesionado con la búsqueda del computador universal, descubrió muy joven que era homosexual. La repentina muerte de su amigo Chistopher Morcom hizo de él un solitario empedernido. Años después, tras un robo en su casa, su homosexualidad queda al descubierto, por lo que fue obligado por el gobierno británico a someterse a un tratamiento hormonal para frenar su deseo sexual. Turing se suicidó el 7 de junio de 1954, mordiendo una manzana con cianuro.
Conocer las personalidades de los pioneros de la era digital permite conocer otro aspecto de cómo se da la innovación y cómo se forman los equipos exitosos. Para mantener la cohesión de estos es necesario cierto tipo de líder: inspirador, pero estimulante, competitivo y al mismo tiempo colaborador. William Shockey no lo era, de visionario pasó a alucinado, se volvió hermético, rígido y autoritario, hubo un motín en el grupo de trabajo que lideraba, los rebeldes formaron otra empresa, Fairchild Semiconductor, que más tarde daría paso a Intel.
Innovadores es un libro rico en personajes, referencias históricas, situaciones que nos hacen entender por qué son tan importantes los espacios de colaboración y los equipos multidisciplinarios, pero sobre todo nos hace ver la difusa línea entre el arte y la ciencia.