Por Vinicius Días, gerente general, Oracle Chile.
En 1977 y en medio de una época que anticipaba una ebullición tecnológica, tres emprendedores visionarios de la industria, los ingenieros Larry Ellison, Bob Miner y Ed Oates, crearon la empresa de consultoría Software Development Laboratories (SDL), base de lo que poco tiempo después – con un proyecto para la mismísima CIA de por medio - sería Oracle Corporation. Luego de eso vino la expansión, más ideas y la consagración; todo lo que preparó el camino para que Oracle aterrizara en Chile hace ya 30 años.
Actualmente el mundo está cosechando los frutos del trabajo de aquellos emprendedores pioneros, quienes contribuyeron a transformar profundamente nuestras vidas con la irrupción de nuevas tecnologías. De hecho, el vuelco a la digitalización ha sido abrupto. Según Accenture, actualmente la economía digital representa el 22,2% del PIB de Chile, es decir, casi US$55 mil millones del producto nacional y la cifra podría crecer a 25,3% en 2021.
Este escenario ha dado paso a nuevas preocupaciones y oportunidades. Si antes el tema era el acceso a internet, hoy es la seguridad de los datos personales, y si antes estábamos enfocados en masificar las máquinas, hoy estamos evaluando los efectos positivos y negativos de la automatización. En un estado de constante evolución que jamás se detiene, lo cierto es que ninguno de los grandes avances que hemos tenido en los últimos años sería posible sin inversión en innovación. Y ésta no surge del vacío, sino que se retroalimenta del entorno y crece cuando hay un ecosistema que la acompaña.
Las empresas tenemos la responsabilidad de contribuir a generar este ecosistema y Chile tiene un gran potencial de crecimiento si todos ayudamos a acelerar la innovación, sin embargo, los niveles actuales de inversión en investigación y desarrollo de las empresas son bajos. En Chile es de apenas un 0,4% del PIB y las compañías aportan un tercio del total. En los países de la OCDE, la inversión es, en promedio, del orden de 2,4% del PIB y las firmas aportan aproximadamente un 60% de esta suma.
Más allá de las restricciones presupuestarias, las grandes empresas tienen un capital mucho más grande que pueden aportar para incentivar la creación de nuevos productos y negocios: el conocimiento, los expertos y las redes de contacto. Estas herramientas tienen un costo difícil de medir pero son de tremendo valor para quienes requieren orientación o ampliar sus posibilidades de concretar oportunidades.
No solo las empresas de tecnología sino todas las organizaciones tenemos que concentrar todos los esfuerzos posibles en que la innovación sea siempre una prioridad a la hora de invertir recursos y tiempo. Solo de esa forma se puede avanzar para hacer de nuestro país un protagonista generador de conocimiento y nuevos negocios. El compromiso público-privado y una regulación sana que evite el mal uso tecnológico, proporcionarán el impulso necesario. Digitalización y empoderamiento ciudadano, con la innovación como estandarte, son los mejores recursos para lograr la tan anhelada transformación digital.