Bachelet logró apaciguar el frente boliviano, sin hacer ninguna concesión sustantiva. Así, dejó en manos de su sucesor la tarea de propinar el tiro de gracia a la aspiración boliviana de un acceso soberano al mar. Y a Sebastián Piñera no le tembló la mano a la hora de apretar el gatillo.
Cuando seobserva al presidente de Bolivia, Evo Morales, posar sonriente para la foto protocolarjunto con la presidente de Chile, Michelle Bachelet, uno no diría que se tratade dos países que rompieron relaciones diplomáticas en los años 70, cuando lanegociación para resolver el problema de la mediterraneidad boliviana sufriríaun naufragio estrepitoso.
A su vez, cuandoel presidente del Perú, Alan García, sostiene que Bolivia renunció ya para todoefecto práctico a obtener un litoral marítimo (mientras el presidente deBolivia lo acusa de estar obnubilado por la gordura), uno no diría que laposición oficial de la cancillería peruana respalda (al menos en principio),esapretensión boliviana. ¿Cómo así se trastocaron todas las certezas previas?
Conciente de quesuelen estar asociadas a la paranoia, permítaseme sin embargo urdir una pequeñateoría conspirativa para responder a la pregunta. Cuando Michelle Bachelet eraministra de Defensa en 2003, la entonces canciller de Chile, Soledad Alvear,reiteró por enésima vez la posición oficial de su gobierno respecto a la demandaboliviana: aunque Chile estaba dispuesto a conceder a Bolivia todas las facilidadesnecesarias para un acceso libre de trabas al Océano Pacífico, concederle unasalida soberana al mar no cabía dentro de lo posible. ¿Qué provocó que en 2006,una vez convertida en presidente, Michelle Bachelet aceptara que la demanda bolivianaera materia negociable, junto con otros 12 temas de la agenda bilateral?
Creo que elcambio en la posición del gobierno chileno se explica por la conducta recientede sus pares de Bolivia y Perú. De un lado, el gobierno boliviano logróproyectar a nivel internacional la imagen de un Goliat andino, que habíaprivado al David de la región de su derecho a un pedazo de mar. Por eso actorestan disímiles como el Secretario General de la ONU, los presidentes de países como Argentina yBrasil, el Centro Carter, el Parlamento Europeo y hasta el propio Vaticano(que, cuando menos formalmente, es también un Estado mediterráneo), ofrecierono bien su respaldo a la demanda boliviana, o bien sus buenos oficios comomediadores.
A ello habríaque añadir, desde el gobierno de Carlos Mesa, la decisión boliviana de asociarel posible acceso chileno a los recursos energéticos y acuíferos de Bolivia(por demás escasos en Chile en general, y en el norte de ese país enparticular), al acceso recíproco de Bolivia a un espacio marítimo propio.
Como si ese nofuera ya un escenario ingrato para la diplomacia chilena, en 2004 el gobiernoperuano planteó formalmente al gobierno de Chile la necesidad de negociar untratado de límites marítimos, planteamiento que contradecía la posición chilenasegún la cual ese tratado ya existe y, por ende, no había nada que negociar. Laprevisible negativa chilena abrió las puertas al proceso en curso ante la Corte Internacionalde Justicia, con sede en La Haya.
A falta deamenazas militares, el gobierno chileno enfrentaba ofensivas diplomáticas concurrentesen dos flancos distintos. En ese contexto, incluir el tema de lamediterraneidad boliviana en la agenda bilateral conseguía dos objetivos. Elprimero, era el de neutralizar temporalmente uno de esos flancos: una de lascondiciones exigidas por Chile para incorporar la demanda marítima boliviana enla agenda bilateral es que la negociación se lleve a cabo en absoluta reserva(con lo cual el tema virtualmente desapareció de los foros internacionales). Elsegundo objetivo era el de asociar los intereses bolivianos a la posiciónchilena en su diferendo limítrofe con el Perú, alegando que la demanda peruanareduce el espacio marítimo disponible para Bolivia, en la eventualidad de queChile le conceda una salida soberana al mar por el territorio de Arica.
Nótese que elgobierno chileno se compromete por primera vez a negociar el tema de lamediterraneidad boliviana, pero que jamás se comprometió a resolverlo en lascondiciones que exige Bolivia. En otras palabras, Bachelet logró apaciguar elfrente boliviano y contribuyó a modificar la política de alianzas de ese paíssin hacer a cambio ninguna concesión substantiva. Así, dejó en manos de susucesor la tarea de propinar el tiro de gracia a la aspiración boliviana deobtener un acceso soberano al océano Pacífico, y asumir el costo político. Y aSebastián Piñera no le tembló la mano a la hora de apretar el gatillo.