Para terminar con la autonomía que adquiría cada vez más la ciudad ubicada hoy en la zona de Zaragoza, la capital del imperio romano optó por invadir con buen tiempo y adelantar el calendario.
El origen del 31 de diciembre como fin de año parte por un conflicto bélico, hace más de dos milenios. Roma le declara la guerra a Segeda, cerca de la zona actual de Mara, en Zaragoza, España.
Y es que para adaptar organizativamente el mando de las tropas, la capital del imperio cambia el calendario que regía hasta entonces en el mundo occidental.
Más de 30.000 hombres moviliza Roma hacia Segeda. El imperio busca adelantar el estratégico nombramiento de los cónsules, a lo que la actual zona española se negaba.
Roma no sólo adelantó el nombramiento e invadió Segeda, también adelantó el calendario. Como el nombramiento de los cónsules se hacía el 15 de marzo y el imperio estaba apurado por el trámite, se cambió la fecha y el calendario, dándose por comienzo de inmediato el 1 de enero una vez resulta la invasión.
En el año 179 antes de Cristo, la ciudad de Segeda y Roma sellaron un acuerdo de paz. A cambio de ciertos impuestos y del compromiso de no edificar nuevas ciudades, Roma se compromee a mantener la paz con Segeda.
Pero en el año 154 antes de Cristo, Segeda inicia la ampliación de sus murallas, para alcanzar hasta los 8 kilómetros de perímetro. Roma lo interpretó como una acción hostil que vulneraba el acuerdo de paz firmado veinticinco años antes.
El despliegue militar se hizo con rapidez. En vez de esperar al 15 de marzo para elegir a los cónsules, el senado romano decidió hacerlo de inmediato, y marcó el 1 de enero. De esa forma, la operación militar se podía desarrollar a principios de verano.
Si hubieran esperado al 15 de marzo para elegir al cónsul, los preparativos habrían demorado la maquinaria bélica hasta el invierno. Y los romanos sabían bien lo cruda que es esa época del año en estas tierras peninsulares.
Segeda había adquirido fuerza y valor estratégico para el Imperio romano. Crónicas de la época se refieren a la ciudad como “grande y poderosa”. Era capital de la etnia de los Belos, controlaba un amplio territorio que abarcaba a varias de las actuales provincias españolas y, entre sus privilegios, tenía el de acuñar moneda, lo que a su vez era una clara muestra del poder social y económico que tenía.