La bodega, ubicada en Mendoza, ha sido premiada por su diseño, mientras que sus vinos no se han quedado atrás en cuanto a los reconocimientos: uno de ellos fue elegido dentro de los 25 mejores del mundo.
Hace 20 años Juan Manuel Ortega trabajaba en banca y poco sabía de vinos. Le gustaba tomarlos en reuniones con amigos, pero no era un gran conocedor. Hoy, este español ha dado pasos agigantados en el mundo vitivinícola, no sólo porque es dueño de vinos O.Fournier, que se producen en Argentina, y de Alfa Centauri, creados en Chile, sino también porque ha innovado y porque varias de sus creaciones han logrado importantes premios.
Por ejemplo, Alfa Crux Malbec 2010 fue seleccionado como uno de los 25 mejores vinos del mundo en el Wine Spectator Top 100 World List. A los diez años de su fundación, la bodega ya había producido 14 vinos con 92 puntos o más, según ese medio especializado.
Pero los premios van más allá, dado que también han llegado a su bodega, ubicada en Mendoza, la que fue declarada por el portal Desing Crave como una de las diez maravillas del mundo del vino, en cuanto a su diseño, el que es vanguardista y enfocado en la sustentabilidad, mientras que en el concurso Great Wine Capitals recibió el premio a la “Mejor Bodega de Arquitectura”.
Pero la lista sigue, dado que su restaurante Urban de O. Fournier, que trabaja sabores mediterráneos con ingredientes locales, fue elegido hace cuatro años como el "Mejor Restaurante de Bodega del Mundo", según la revista canadiense "Wine Access".
Para este español aún falta para hacer un concepto aún más completo, por lo que se encuentra trabajando en la creación de un hotel de lujo, el que estaría listo en 2018.
Elegancia, finura y equilibrio, son las palabras que se le vienen a la mente a Ortega cuando piensa en sus etiquetas. Pero también es legado y es tradición. Por eso, busca crear vinos que duren mucho tiempo, para que luego cuando pasen los años y alguien descorche una botella de un O. Fournierse pueda transportarse a un mundo de sabores y sensaciones, incluso mejor al que conoció Juan Manuel Ortega. Esa es su forma de hacerse inmortal.
- ¿Cómo nació la idea de entrar en el mercado de los vinos?
- Trabajaba en banca, en Goldman Sach y en Santander, tenía un fondo de inversiones en Latinoamérica con el banco Santander y siempre había pensado en el tema del vino. Me vine Mendoza a través de una amiga que tenía parientes aquí, vi la zona y tomé una decisión. Cuando compramos, hace 15 años, no había nada: ni viñedos, bodega, casa, ni hotel. Era todo un terreno pelado y tras mucho sacrificio y esfuerzo lo creamos. Esto está hecho de cero.
- Si la tierra parecía tan agreste ¿qué te motivó a instalarte acá?
- Cuando vine, nosotros teníamos un perfil de vinos que queríamos hacer, que no eran los vinos de ese momento, más elegantes, con más acidez, con diferentes técnicas, más frío. Cuando le explicamos, la persona que nos guiaba dijo que sí se podía. Yo casi ni bebía, me gustaba el vino, socialmente, me gustaba el campo, pero no era gurú, lo que sí, era inversor en vinos. Como no creo en la bolsa, en los mercados de valores, empecé a comprar botellas de vinos como inversión financiera para volverlas a vender más caras a futuro. Una cosa llevó a la otra y esa conexión se quedó y nunca más vendí una botella de vino de esa colección, después compré esto y me vine a vivir aquí hace 16 años. Mi mujer, Nadia Harón, es una chef muy famosa porque ganó el premio al mejor restaurante de Argentina, que instaló en Mendoza. Ella llevó el restaurante de la viña durante los seis primeros años y entrenó a la chef, quien ahora lleva cuatros años a cargo.
- ¿Cómo nació la idea de apostar por un diseño tan sustentable?
- La idea siempre fue ser un poco vanguardista en todo. Nunca me metí, sinceramente, en el diseño de la arquitectura, le di dos mandatos a los arquitectos, Bórmida & Yanzón, que son mendocinos. Uno era que la bodega tenía que ser técnicamente perfecta, porque habíamos visitado otras bodegas de otros arquitectos famosos que, finalmente, la arquitectura podía sobre la técnica, que habían errores técnicos muy serios que afectan la calidad del vino. A mi la arquitectura me encanta, pero me dedico a hacer vinos. Tienes que tener el objetivo principal claro. La idea es que el enólogo mandara a su arquitecto. La número dos era que fuera algo que la gente odiara o le encantara pero que nadie quedara indiferente. Esos eran lo únicos mensajes que les di a los arquitectos, por lo que podría haber salido cualquier cosa. Hicieron algo bastante particular y creo que, por lo menos, el objetivo se cumplió porque creo que nadie que pasa por aquí le da igual, no te olvidas nunca, para bien o para mal. Gracias a Dios, la parte de los que le encanta es más.
- ¿Cómo es le proceso cuando piensas un vino?
- No quiero que suene arrogante, porque somos lo contrario, pero tenemos una ambición sana de siempre intentar hacer las cosas lo mejor y más prolijas posible. En la bodega se ve más o menos esa filosofía. Entonces, hacemos siempre vinos de alta gama para poder intentar conseguir que estén entre los mejores. Ahora hemos sacado un espumante que aún no sale al mercado, y los periodistas especializados que lo han probado han dicho que, probablemente, sea el mejor espumante de Latinoamérica.
Para mí, mis vinos no son como productos, son como experiencias. Este año va a ser una cosecha que va a quedar marcada en nuestras vidas porque ha sido súper complicada, porque ha llovido un montón y otro tipo de problemas, no sé si será la mejor, la peor o la mediana, pero para mí tendrá ese recuerdo, de todos los días lluvias y el sacrificio que esa cosecha va a llevar. La del 2001, por ejemplo, fue la primera cosecha que hicimos como grupo, la del 2010, la que se llevó el premio. Cuando bebo un vino es como una especie de déjà vu, en mi mente veo como flashes de lo que fue ese vino y cada una de las cosas y eso es muy fuerte. El vino es un producto que es extraño, primero, lleva con el ser humano más de 8 mil años, datados, y es un producto que está unido a la Torah y la biblia, por lo que tiene una trascendencia que no tiene ningún otro producto agrícola, por eso, es tan especial y hay bodegas en Europa que llevan 700 años con la misma familia, en el Nuevo Mundo 150 años, y eso no es normal en un negocio.
- Considerando que tiene vinos en Argentina y Chile ¿cuál es el análisis que hace de ambos vinos?
- Son dos áreas muy distintas, una más seca y otra más húmeda. En Chile ha habido, en los últimos cuatro o cinco años, una revolución, que era necesaria, de hacer cosas más finas, más pequeñas, más de autor, menos carménère y más carignan. El vino chileno, desgraciadamente, tenía un concepto demasiado industrial, grandes viñas, demasiada producción, siempre los mismos varietales. No soy quién para decirlo, pero, por ejemplo, el carménère me pareció un error estratégico, no me parece que sea una variedad mala, pero creo que no debería haber sido la variedad nacional de Chile, primero, porque no es necesario, segundo, porque hay otras variedades como el carignan que es mucho más interesante. La cepa país nunca podrá hacer un vino de altísima gama, pero sí podrías hacer uno de US$8 fantástico que ayudará a mucha gente y al productor pequeño.
En Chile hay un terroir infinitamente más amplio que Argentina, nunca entendí por qué eran siempre las mismas viñas, las mismas zonas. Los chilenos son bastante inteligentes y rápidos, con cuatro años Chile está aprendiendo el mensaje y ahora es diversidad y le da importancia a la zona. Algo que vemos, que Argentina lo ha hecho bien, tiene que ver con el mercado de alta gama, no hay un mercado para el vino chileno de alta gama. A nosotros nos cuesta mucho vender un vino de US$25 a US$50 en Estados Unidos, en cambio, Argentina, porque su marketing lo hizo distinto, ha podido hacerlo, aunque con dificultades. Logro vender 40 mil botellas de mi vino de US$50 de Argentina y 6 mil de mi vino de Chile, cuando tienen igual calidad o mayor que el chileno.
* Fotografía panorámica de la bodega Ciudad de Mendoza