200 años después de su nacimiento y 150 años después de la publicación de El Capital, la interpretación de su pensamiento es cada vez más arbitraria.
Tréveris, cuna de Carlos Marx, erige una estatua con motivo de los 200 años de su nacimiento. Una estatua inmensa y de bronce. Pero Marx es hoy solo un artículo más del supermercado global.
Pero ¿a quién se le rinde homenaje? ¿Al filósofo? ¿Al revolucionario? ¿Al agitador? En una pose heroica, dando un paso adelante, con una mirada decidida hacia un futuro mejor. En su mano izquierda sostiene un libro: El Capital.
Como se supone que la estatua debe embellecer la ciudad, estará a la altura indicada: 5,50 metros de altura, contando la plataforma, que estará en el centro del casco antiguo, cerca de la Porta Nigra, famoso vestigio de la época romana.
Ahora, cuando se trata de Karl Marx, ningún superlativo parece ser demasiado grande. "El Capital" es uno de los libros más influyentes de la historia moderna, mientras que "El Manifiesto Comunista", un libro mucho más pequeño y más fácil de leer se convirtió en lectura obligada de dos tercios de la población mundial.
En el apogeo de los movimientos socialistas y comunistas en la década de los 70, los gobiernos en 60 Estados de todo el mundo invocaron las enseñanzas de Carlos Marx. Millones de personas en todo el mundo relacionaron su nombre con la esperanza en un futuro más justo y mejor. Estaba en juego la libertad y la dignidad humana.
La religión fue para Marx "el opio para el pueblo", lo que no evitó que sus seguidores lo adoraran como un santo. Después de su muerte, crearon una secta alternativa y dogmática que llamaron "marxismo". En su nombre, se han cometido algunos de los peores crímenes en la historia de la humanidad: genocidio, persecuciones y hasta deportaciones indiscriminadas. Al mismo tiempo, se han cometido crímenes similares para luchar contra los crímenes cometidos en nombre de las ideas de Marx.
Desde hace décadas se debate sobre hasta qué punto puede considerársele responsable de todo lo emancipador y criminal que sucedió en su nombre. Sus apologistas afirman que Marx fue instrumentalizado por dictadores y déspotas. Los críticos ven, por su parte, la dictadura ya establecida en los fundamentos de su pensamiento. Pero no hay que olvidar que fue él quien soñó con una "dictadura del proletariado".
Es más probable que Marx no fuera ni profeta ni demonio, sino una superficie de proyección en la que todos pintan la imagen que más les conviene. En la historia de los movimientos comunistas y socialistas las ideas libertarias y opresoras han ido, a menudo, a la par. Tanto que apenas se percibe la transición de una a otra corriente, por lo que cada lado ha podido encontrar pasajes en su opulenta obra adecuados para la legitimidad de sus acciones.
E incluso hoy, 200 años después de su nacimiento y 150 años después de la publicación de El Capital, la interpretación de Marx es cada vez más arbitraria. Su nombre ha sido degenerado en un artículo de marca.
La estatua de Tréveris es un fiel ejemplo de esto, puesto que es un regalo de China. Una oferta casi imposible de rechazar. Un regalo de una potencia económica mundial en donde reina un capitalismo desenfrenado pero que, al mismo tiempo, es gobernada por un régimen comunista. Y eso que en China el marxismo está incluso plasmado en el preámbulo de su Constitución.
A su vez, los chinos son ahora un importante grupo turístico, que visita regularmente la pequeña ciudad de la región vinícola del Mosela. Y cuando llegan a Tréveris solo parece importarles la casa natal de Marx, o mejor, su tienda. Allí pueden comprar bustos de Marx, grandes y pequeños, negros o plateados, así como bolsas con textos impresos del Manifiesto Comunista, y "Chocolate Supremo Karl Marx", en rojo, también con caracteres chinos, del que solo 100 gramos cuestan 4.95 euros. Y pronto habrá pequeñas réplicas de la nueva estatua de Marx.
Aunque Marx no lo dijo, interpreta su espíritu: el dinero hace girar el mundo. Marx conocía muy bien el capital.