En medio de la sangrienta guerra civil, centenares de arqueólogos luchan contra el saqueo, el tráfico y la destrucción del vasto tesoro histórico del país.
Como si fueran misiones de Indiana Jones, en Siria un grupo de reconocidos profesores lucha por evitar el saqueo del vasto tesoro arqueológico existente en el actualmente devastado país.
El conflicto interno no sólo tiene como víctimas a los propios ciudadanos, sino que también al patrimonio histórico. Diversas investigaciones de prensa han demostrado que, por ejemplo, el saqueo de este tipo de piezas es la segunda principal fuente de financiamiento del Estado Islámico.
Crónicas y reportajes internacionales dan cuenta del complejo accionar de centenares académicos, historiadores de arte y arqueólogos que conforman una entramada red secreta, la que salva o al menos logra documentar la gran herencia histórica de Siria.
Fuentes de inteligencia en Estados Unidos señalan que el comercio ilegal de bienes culturales genera cerca de US$100 millones anuales, abarcando desde los más organizados yihadistas -quienes mantienen el control de las zonas más atractivas- hasta los más humildes refugiados, quienes -desesperadamente- también intentan transar pequeñas piezas por alguna baja ganancia.
Sin duda, lo que más preocupa a la arriesgada red de expertos protectores del patrimonio arqueológico es que con los sectores yihadistas no existe ninguna posibilidad de diálogo, ya que para ellos toda expresión cultural que no se ajuste a su particular mirada islámica sunita debe ser completamente destruida.
Los profesores han logrado evitar saqueos con otros participantes del conflicto, aunque también han asunido la compleja tarea de introducirse a las zonas más peligrosas del país y registrar audiovisualmente lo que todavía existe en buenas condiciones.
Si el conflicto sigue extendiéndose, lo más probable es que sea destruido.
Llegando a museos, mezquitas, edificios históricos y sitios arqueológicos romanos, griegos, babilónicos y asirios, los intrépidos y reales "Indiana Jones" generan mecanismos para esconder piezas y evitar así su desaparición.
Incluso se mezclan entre los oscuros nexos de los contrabandistas, con la idea de compartir la información con las autoridades internacionales respectivas.
Se trata, sin duda, de un esfuerzo encomiable de quienes entienden que el testimonio arquelógico es una eslabón clave para comprender el desarrollo del ser humano. Pero también esa tarea implica tomar riesgos que superan con creces la naturaleza de su trabajo normal.