Una buena parte de la historia de la música uruguaya puede escucharse a través de iTunes, Spotify, Google Play y Amazon.
Desde que se introdujo el soporte del disco compacto como el estándar para difundir y comercializar los fonogramas, la industria musical internacional hizo fortunas echando mano a su catálogo. Al principio fue la reedición en el nuevo soporte de todo lo que se estimó que valía la pena (comercialmente hablando) de lo que se había editado antes en discos de vinilo. Cuando ese negocio se terminó, comenzaron las "ediciones especiales", ya sea en cajas recopilatorias juntando toda la obra de un artista, ediciones de lujo o con agregados que no estaban en los discos originales.
Hoy que la industria discográfica tal como se conoce está en crisis terminal, el tener un catálogo importante de artistas ha sido una tabla de salvación para los grandes sellos que pueden seguir lucrando con ediciones conmemorativas, volviendo al formato del vinilo, por ejemplo, o publicando los viejos clásicos en plataformas digitales.
La industria musical, como su nombre lo indica, se guía principalmente por los réditos económicos, pero maneja bienes culturales. La edición de un disco, como la de un libro hace que una obra quede registrada y tenga la posibilidad (siempre incierta) de difundirse y llegar a mucha gente. También hace que la obra permanezca y tenga la posibilidad de ser conocida por nuevas generaciones. No sabríamos, por ejemplo, cómo cantaba realmente Carlos Gardel si este hubiera desarrollado su carrera unos pocos años antes, cuando no existía aun la tecnología de la grabación.
Entre el desdén y el homenaje
En Uruguay la edición fonográfica de artistas nacionales nunca fue un gran negocio. Los sellos locales, que comenzaron en su gran mayoría en la década de 1960, aunque se guiaran por criterios comerciales cumplieron un gran rol cultural difundiendo la música hecha en este país. Sin embargo, la pequeñez del mercado, la falta de incentivos estatales, la censura durante el periodo dictatorial y también muchas veces el clásico desinterés por lo nuestro, hizo que cantidad de discos interesantes tuvieran ediciones mínimas y nunca fueran reeditados, privando así a la mayoría de la gente de tener contacto con esa música.
Hay una cantidad de música uruguaya que por mucho tiempo solo pudo escucharse si se conocía a alguien que tenía las raras ediciones originales, o si, con mucha paciencia, uno estaba dispuesto a recorrer la feria de Tristán Narvaja o visitar las pocas tiendas de discos usados.
La popularización del formato CD a inicios de la década de 1990 en un principio no cambió demasiado las cosas. La mayor parte de los sellos optaron por editar complicaciones de artistas en vez de los álbumes originales, lo que era un mejor negocio. El primer CD uruguayo, por ejemplo, fue una antología de Jaime Roos.
Pero, poco a poco, algunos discos descatalogados volvieron a la vida en el entonces nuevo formato. El sello que hizo el trabajo más serio en ese sentido fue Ayuí, quien además de álbumes de su catálogo, editó bajo licencia discos fundamentales de otros sellos, entre ellos la discografía de Daniel Viglietti, el disco conjunto de Fernando Cabrera y Eduardo Mateo o Pelota al medio, de Jorge Lazaroff.
Sondor, otro de los sellos históricos de Uruguay, también reeditó varios álbumes de su catalogo que incluían artistas fundamentales del rock nacional de los primeros años de la década de 1970.
El aporte más importante fue la serie 30 años de música popular, llevada a cabo por la desaparecida revista Posdata junto a los sellos Ayuí y Sondor en 1998. Allí pudieron rescatarse trabajos de Psiglo, Totem, el Kinto, Eduardo Mateo y Dino entre muchos otros.
El sello Orfeo, la otra compañía histórica de la música uruguaya, pasó varios años de ostracismo tras su venta a la multinacional EMI, aunque en ese periodo hizo una muy interesante reedición de la discografía de Jaime Roos. Cuando el sello Bizarro Records rescató el catalogo de Orfeo, volvieron a ver la luz algunos discos fundamentales de Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños, parte del legado del rock uruguayo de la década de 1980 y algunos discos imprescindibles de Fernando Cabrera.
El factor extranjero
Durante un largo tiempo la música uruguaya fue una especie de secreto local, conocido en parte en el otro lado del Río de la Plata. Sellos argentinos como La Vida Lenta, reeditaron discos de Eduardo Mateo en sus versiones originales antes que en Uruguay por ejemplo.
Pero la revolución más importante vino a través de un supuesto enemigo de los sellos discográficos. A medida que internet se iba transformando en una gran e incontrolada discoteca virtual a través de sitios como YouTube, mucha gente fue subiendo trozos de la historia sonora de Uruguay, desconocidos por una gran parte de los propios uruguayos. Esa nueva disponibilidad permitió a gente inquieta en todo el mundo comenzar a escuchar e interesarse por lo nuestro.
Así, pequeños sellos europeos y estadounidenses editaron de manera lujosa algunos discos uruguayos que años atrás eran imposibles de conseguir en cualquier formato.
El sello estadounidense Lion Productions, especializado en música de la década de 1970, editó el clásico Mateo solo bien se lame de Eduardo Mateo en vinilo y CD así como el único disco de la banda El Kinto, fundada por Mateo y Ruben Rada. Y también dio a conocer al mundo rarezas (para los propios uruguayos) como el único disco de la banda Limonada, el mítico disco de Dino con Montevideo Blues o los primeros trabajos de Vera Sienra y Pippo Spera entre otros.
El sello español Vampisoul, mientras tanto editó, también en vinilo y en CD, a Totem, Opa, Mike Dogliotti y a un desconocido proyecto de los años 1970, el grupo instrumental Maranata. Pequeñas compañías de otras partes del mundo hicieron los propio con bandas como los Killers, los Mockers, Los Shakers o Días de Blues.
Todos estos discos son hoy fáciles de conseguir a través de las tiendas de internet.
Asimismo, una buena parte de la historia de la música uruguaya puede escucharse a través de iTunes, Spotify, Google Play y Amazon. El interés internacional por la música uruguaya (y el casi nulo riesgo económico que conlleva la edición digital) ha hecho que varios sellos nacionales pusieran muy recientemente parte de su catalogo en esas plataformas.
Se podrá decir, con razón, que la experiencia es incomparable a la de tener una linda edición discográfica en las manos. Pero este sucedáneo digital comienza a llenar un vacío cultural que quizás haga valorar mucha música que estuvo demasiado tiempo perdida. Y puede ser el puntapié inicial para hacer crecer el interés por nuevas ediciones de estos discos.
Mateo según el New York Times
"Eduardo Mateo está considerado el Bob Dylan o el Caetano Veloso de Uruguay. Mateo solo bien se lame suena como la cosa más moderna del planeta. Casi un nuevo tipo de folk, como la versión acústica de bandas populares hoy como los Shins o Death Cab for Cutie. Tiene reminiscencias incluso a temas acústicos de Sleater-Kinney (...). Aunque Eduardo hizo música entre los 60' y los 70' y tuvo una influencia enorme en artistas latinoamericanos como Juana Molina, su música es verdaderamente fresca y única, totalmente futurista".
El exaltado comentario pertenece al músico estadounidense Devendra Banhart, que escribió en el New York Times acerca de la edición del disco Mateo solo bien se lame por el sello Lion Productions (www.lionproductions.org). Este álbum fundamental reeditado en forma muy lujosa puede conseguirse a un precio accesible tanto en vinilo como en CD a través de internet.