Esto propone degustar sin mirar: tocar, oler y saborear; así se vive esta suerte de experimento social con condimentos de todo tipo.
Se apagaron las velas y la penumbra se convirtió en oscuridad. El aroma de la comida empezó a llegar hasta el fondo de la sala y eso abrió el apetito de los comensales que, por esta vez, no sabían lo que cenarían. Por lo menos hasta poder tocarlo y, en algunos casos incluso seguirían con la incógnita hasta después de comerlo.
Por obligación, todos tenían que apagar sus celulares. Si bien es solo una sugerencia de los organizadores, la presión de escuchar las protestas de los otros 39 concurrentes ante un mínimo atisbo de luz la convirtió en mandato. Hasta el más mínimo brillo podía causar un escándalo –aunque entre risas–, protegido por la impunidad de la ausencia de luz.
Suelen decir que la falta de un sentido potencia los otros, pero el volumen de las voces, que crecía a medida que los ojos se acostumbran a la oscuridad, parecía contradecir esta creencia. La inseguridad de no ver, la expectativa del plato sorpresa y el encuentro con desconocidos fueron el caldo de cultivo para una sala llena de personas que, a falta de imágenes con las que estructurar los estímulos que recibían, subían el volumen de sus voces, risas e impresiones. Y la escena se repite en todas las cenas, según explicaron los organizadores.
Cena con curaduría
Desde el momento en que se llama para reservar un lugar entre los 40 disponibles, Carlos Martínez, productor de la Cena de los Sentidos en La Commedia, en Uruguay, detecta las características del cliente para ubicarlo en la mesa correcta. Edad, formalidad al hablar y preferencias alimenticias, todo esto cuenta a la hora de decidir con quién comerá cada uno, pues las mesas son para cuatro personas y se suelen compartir entre extraños.
Días antes del evento se puede elegir el plato principal de entre tres opciones, que incluyen siempre uno vegetariano y carnes, acompañados por vinos Don Pascual. En esta oportunidad, las opciones eran ravioloni mediterráneo, rissoto negro o ragú rústico al tannat.
La sorpresa está en los cinco aperitivos y los dos postres que comparten el plato final de la cena. El menú siempre contempla las necesidades del público, por lo que se puede advertir a los organizadores de algún alimento en particular que se tenga que evitar por razones de salud o simples preferencias.
Entre los mozos hay un psicólogo, una telefonista, un profesor de yoga y un empleado de la intendencia. Lo que tienen todos en común es que son personas ciegas o con baja visibilidad. Nadie mejor que ellos para andar en la oscuridad manipulando platos con destreza. Además, aseguró Martínez, se busca que la recepción sea cálida, que los mozos tengan soltura y que, más que buenos mozos, sean buenos anfitriones.
La comida no se sirve en bandejas, sino en carritos que tienen varios estantes, lo que sirve para saber qué contiene cada plato. Una vez que llega el primero con los cinco aperitivos sorpresa, hay que improvisar. Lo más instintivo puede ser usar las manos. Sentir texturas difíciles de catalogar lleva a recurrir a otros sentidos, aunque en mi caso opté por lo que me era familiar: el pan. El olfato fue un buen aliado, aunque en un mismo plato los aromas se confunden. Lo que quedaba era probar.
La sensación se podría comparar con lo que se siente cuando se toma agua esperando que sea una bebida cola. Al principio es contradictoria, pero una vez detectado el aperitivo, la cautela dio paso al disfrute. Otro de los desafíos de la noche es adivinar qué tipo de vino hay en cada copa. Y, a la misma temperatura los paladares más expertos se pueden confundir.
Tanteando con los pies y con la ayuda de una cuerda que guía el camino hacia el baño, el traslado puede parecer fácil. Sin embargo, es una de las primeras advertencias de los organizadores.
Lo que viene como parte del menú pero que nadie avisa es la aventura de ir al baño. En el medio de la sala hay un ducto en línea recta (que en las primeras ediciones se improvisó con una manguera), que la divide en dos. Esto sirve como columna vertebral del lugar, que indica a mozos y comensales la ruta que seguir para encontrar su lugar. Tanteando con los pies y con la ayuda de una cuerda que guía el camino, el traslado puede parecer fácil. Sin embargo, es una de las primeras advertencias de los organizadores.
"Es importante que sepan en qué mesa están porque nos ha pasado que hay gente que sale al baño y cuando vuelve no sabe en qué mesa estaba. Ya tenemos dos divorcios y tres casamientos de gente que se cambia de mesa", bromeó Martínez.
La ansiedad que la propuesta puede generar está cautelosamente cuidada por los mozos, que siempre se muestran dispuestos a colaborar. A cambio, reciben preguntas de todo tipo. La oscuridad da lugar a todo tipo de situaciones, como una mujer que confundió los brotes de alfalfa con pelo y otra que pensó que una cuchara dada vuelta era un huevo duro con cáscara.
Para Ir
En noviembre, la Cena de los Sentidos cumple cuatro años, a través de los cuales pasaron más de 2.500 personas. Se realiza el segundo lunes y martes de cada mes a las 21 horas en el restaurante La Commedia Trattoría, en Uruguay. Las mesas se pueden reservar contactando a la página de Facebook Cena de los Sentidos Uruguay.
* Imágenes Obserador - C. Lebrato