Durante más de un siglo se pensó que las células nerviosas se comunicaban en una sola dirección. Isabel Llano, radicada en París, demostró que era un error.
Isabel Llano conoció a Rodolfo Llinás en los años setenta. Ya no recuerda muy bien el año. Fue en algún congreso de neurociencias. En Canadá. Ella era una médica recién graduada de la Universidad del Valle y comenzaba un doctorado en fisiología en la Universidad de Michigan. Su tutor sabía que Llinás también era colombiano y decidió presentarlos.
“Rodolfo sacó un papel y me dijo: ‘Deríveme estas ecuaciones que presenté ayer’”, recuerda la neurocientífica. “Obviamente yo no podía. Me acuerdo que dijo: ‘En ese caso, si todavía no has llegado a ese nivel de biofísica, es mejor cambiar de rumbo por ahora. Abandonar las neurociencias y enfocarse en biofísica”.
Las palabras de Llinás resultaron un baldado de agua fría. Después de varias semanas de reflexión decidió hacerle caso y cambiar de rumbo. Si quería llegar lejos en la comprensión del cerebro tenía que tomar ese largo desvío. Francisco Benzanilla, un biofísico chileno que trabajaba en la Universidad de California, la aceptó en su grupo.
Por un tiempo se esforzó en mantener a raya la ansiedad por entender cómo se comunican las neuronas, cómo emerge la conciencia del tejido nervioso, dónde residen la memoria y el razonamiento. No fue fácil renunciar al lado más seductor de las neurociencias para encerrarse por horas y horas a estudiar matemáticas y los fundamentos de la física. Treinta años después, desde el Laboratorio de Fisiología Cerebral de la Universidad París Descartes, sabe que aquella fue la decisión más inteligente. Aunque su nombre no sea muy popular en Colombia, sus investigaciones han abierto nuevos caminos en la comprensión del cerebro humano.
Una de sus primeras y más importantes contribuciones, en los años ochenta, consistió en adaptar una técnica para estudiar y medir el voltaje de las neuronas a las células del sistema nervioso central. Un escollo que hasta ese momento había resultado difícil de superar para otros científicos.
Más adelante, y contrario a lo que se había pensado durante más de un siglo, Llano demostró que la comunicación entre neuronas no ocurre sólo de manera unidireccional entre la neurona que envía un mensaje y la que lo recibe.
Al descubrir los “mensajeros retrógrados”, Llano y sus colegas demostraron que una neurona puede avisarle a su antecesora que “debe disminuir su actividad”.
Aquel descubrimiento ocurrió en la década de los noventa. “Este hallazgo provocó una explosión gigantesca de nuevas investigaciones”, cuenta Llano. Hoy es un intenso campo de trabajo.
Durante varios años, su vida como investigadora siguió cruzándose con la de Llinás. Cada verano en Woods Hole, un pequeño poblado en la Costa Este de Estados Unidos, sede del Marine Biological Laboratory, los dos neurocientíficos colombianos siguieron compartiendo discusiones y trabajos. Es un lugar ideal para investigar, por el acceso a especies marinas que, gracias a sus grandes neuronas, como el caso del calamar, facilitan el trabajo de los que quieren entender la transmisión nerviosa.
Llano concentró gran parte de sus esfuerzos científicos a lo largo de su carrera en entender mejor el funcionamiento del cerebelo, una pequeña estructura del tamaño de una pequeña manzana que reposa en la parte posterior del cerebro y está asociada al control del movimiento. Llinás, en la década de los sesenta y setenta, trazó los principales mapas fisiológicos de esta zona cerebral.
Es una mujer seria. Rigurosa. Es discreta y con una voz tranquila va rescatando recuerdos de una vida dedicada a la ciencia. Llano sin duda está en la lista de los cerebros fugados de Colombia, pero siempre ha hecho lo posible por seguir vinculada de alguna forma al país.
Tras la conformación de la Comisión de Sabios que presidió Llinás, junto con Gabriel García Márquez y otras mentes brillantes del país en 1994, Llano se encargó de la creación de un laboratorio de biofísica en Colombia con el apoyo de Colciencias. Aquel intento de ayudar al país terminó causándole más de un dolor de cabeza. “En algún momento pensé que era el fin de mi colaboración porque el nivel de frustración fue terrible”.
Cada vez que puede regresa al país para volver a probar sus comidas favoritas, visitar la familia y mantenerse al tanto de la realidad colombiana.