¿Podrá la ciencia llegar a predecir quiénes son capaces de cometer crímenes como el de Rafael Uribe Noguera? Judith Edersheim, profesora de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la U. de Harvard, busca que los últimos descubrimientos en neurociencias ayuden a los jueces a tomar mejores decisiones.
El Espectador. La pregunta es vieja como el viento: ¿estamos condenados a destinos de los que no podemos escapar o existe el libre albedrío? A la hora de explicar un crimen, el asunto se torna más complejo. Si existen genes y condiciones neurológicas específicas asociadas a ciertos comportamientos criminales, ¿cómo se debe juzgar a esos individuos? ¿Es posible identificar a alguien antes de que cometa un crimen? ¿Es posible su rehabilitación?
Judith Edersheim se graduó de la escuela de leyes con los máximos honores. Luego de trabajar en un juzgado y en una firma privada de abogados saltó a la psiquiatría. Ahora es profesora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard y cofundadora del Centro para la Ley, el Cerebro y el Comportamiento. Su tarea, y la de sus colegas, consiste en identificar los avances más valiosos en el entendimiento del cerebro para orientar las decisiones judiciales y la política criminal.
“Históricamente hemos definido el castigo para los criminales en términos de blanco y negro. Dividiendo a los infractores en categorías como irredimible, o moralmente deficiente, versus personas que pueden ser redimibles o menos culpables por su compulsión”, explica en esta entrevista la doctora Edersheim. “La neurociencia reta esas categorías con un conocimiento más profundo de las motivaciones y lo que controla el comportamiento”.
-La psicopatía es un diagnóstico formal. En Estados Unidos usamos el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) y allí el diagnóstico análogo sería el trastorno antisocial de la personalidad. Se estima que una de cada 100 personas podría considerarse psicópata. Pero no todos los psicópatas son violentos. En general, son personas con dos dominios problemáticos. Uno es su comportamiento. No siguen reglas, a veces cometen crímenes, son oportunistas en sus relaciones, sacan ventaja de las personas y pueden ser socialmente agresivos. En el otro dominio, más interpersonal, se observa una falta de empatía. Son inmunes al sufrimiento de otras personas. En términos legales, es importante identificar a los criminales psicópatas porque generalmente tienden a ser reincidentes. Es más difícil la intervención y su pronóstico es peor que el de otros. Es un factor importante para definir la libertad condicional.
-Los neurocientíficos están intentando entender la mente criminal. ¿Cómo lo hacen? ¿Con qué herramientas?
-La pregunta aquí es si la psicopatía es un desorden del comportamiento con raíces genéticas y neurológicas. Las opiniones se dividen entre los que piensan que es una enfermedad neurológica y los que piensan que es un comportamiento aprendido. Una manera interesante de resolver esto es determinar si existen biomarcadores. Hay mucha gente alrededor del mundo haciendo investigación sobre este concepto. La forma en que se hace es tomar un grupo de psicópatas que han cometido crímenes, que están en cárceles, y compararlos con una población control de individuos de la comunidad que no son criminales violentos. Hacer este trabajo es muy difícil. Las muestras de personas son muy pequeñas. Las condiciones en las cárceles son complicadas. Pero los investigadores han encontrado cosas interesantes. Una primera generación de estudios se concentró en las anormalidades estructurales. Hay unos hallazgos consistentes. Usando imágenes de resonancia magnética se encontró una reducción en el volumen de ciertas áreas del cerebro de los psicópatas violentos. Por ejemplo, menos volumen en algunas zonas de la corteza prefrontal y lóbulos temporales. Lo que se cree es que esto está relacionado con el déficit de estas personas en sus respuestas al miedo, a sus comportamientos de riesgo, a la dificultad para anticipar resultados negativos de sus acciones. Una segunda generación de estudios ha tratado de mostrar las anormalidades en el funcionamiento del cerebro. Usando resonancia magnética funcional, que muestra los patrones de activación de las neuronas con base en flujos sanguíneos o el metabolismo del azúcar, puedes ver una menor activación de la amígdala, de la corteza prefrontal ventromedial, de la orbitofrontal. La pregunta entonces es qué significan esos hallazgos y cuál debe ser su uso.
-¿Qué cree usted que significan? ¿Si existen esas marcas biológicas quiere decir que esas personas tienen trazado un destino del que no podrán escapar y tarde o temprano van a cometer un crimen?
-La forma como usted plantea la pregunta es a lo que más le temo. Va mucho más allá respecto a la ciencia actual. Creo que todos los científicos estaríamos de acuerdo en que aún no lo entendemos. Hasta ahora no sabemos si esos cambios en los cerebros de los psicópatas son parte de su condición o resultado de permanecer en estados carcelarios. Son muy pocos los estudios en los que se compara a los psicópatas violentos con los no violentos. Así que tenemos unos asuntos muy serios que resolver. Tener un puntaje alto en la tabla de diagnóstico de psicopatía no significa que usted vaya a ser un criminal. Si muchos psicópatas no son violentos, ¿por qué ocurre eso? Mientras no tengamos una explicación para eso estas investigaciones deben ser tomadas como preliminares.
-En términos legales y para efecto de los juicios contra criminales, ¿por qué es importante esta distinción?
-En Estados Unidos existe la pena de muerte, y muchos tribunales usan estas imágenes. Sobre todo en casos de asesinatos de niños. Cuando se considera la pena de muerte, el fiscal querrá argumentar que el jurado está ante uno de los criminales más peligrosos y la defensa tratará de mitigar la pena, argumentar que es menos culpable por razones como una niñez difícil, adversidades o enfermedad psiquiátrica. Entre esta última categoría estaría la psicopatía. Si la defensa argumenta que la psicopatía es una enfermedad, intentará plantear que es menos culpable porque la enfermedad no es una elección para mitigar la pena.
-Desde que el médico español Santiago Ramón y Cajal comenzó a estudiar las neuronas hasta hoy ha pasado un siglo entero de descubrimientos en neurociencia que han transformado nuestras ideas sobre el cerebro y el comportamiento humano. ¿Cuál es para usted el principal cambio en la forma como entendemos el crimen?
-Creo que la neurociencia está retando las categorías sobre el comportamiento. Históricamente hemos definido los castigos en términos de blanco y negro. Dividiendo a la gente en categorías como irredimible, o moralmente deficiente, versus personas que pueden ser redimibles o menos culpables por su compulsión. La neurociencia reta esas categorías con un conocimiento más profundo de las motivaciones y lo que controla el comportamiento. Por ejemplo, dos de las grandes contribuciones de las neurociencias están relacionadas con el concepto de culpa moral en dos grupos poblacionales. Uno es el de personas adictas a drogas ilícitas. El otro es el de adolescentes. Hay un tremendo cambio en Estados Unidos sobre la culpabilidad moral entre los infractores juveniles. La neurociencia ha permitido comprender que los infractores juveniles son diferentes porque la maduración del cerebro no está completa. Y ha revolucionado el sistema legal. En los próximos años ocurrirá lo mismo con los infractores adictos a las drogas. Ser adicto a las drogas no es una falla moral. Es una enfermedad. Es una enfermedad que reconfigura circuitos del cerebro. Conocemos qué partes del cerebro son. Entendemos que hay compromiso neurológico y, si lo podemos intervenir, revertir, son personas que no van a recaer y podrán ser rehabilitadas.
-En uno de sus artículos escribió que “no hay mentes criminales sino momentos criminales”. Podría explicarlo.
-No es una frase mía. Fue acuñada por un académico excepcional, Owen Jones. Es una frase que debe ser interpretada con prudencia. Los comportamientos humanos son complejos. Los psiquiatras que estudian la genética entienden que no hay un gen, un solo sistema que defina el comportamiento humano, sino que son cientos y miles de genes. Los determinantes del comportamiento humano son en parte genéticos, en parte neurológicos, y otra parte corresponde a factores ambientales. Entender esa interrelación será importante para la sociedad. Simplificar a un gen, a una enfermedad, no va a funcionar. La neurociencia se está alejando de la idea de la geografía cerebral, de que esta parte del cerebro hace esto, aquella parte hace aquello, para entender el cerebro como redes neuronales. Tenemos que ser muy cuidadosos al plantear teorías reduccionistas del comportamiento humano. No podemos ser reduccionistas diciendo que tu cerebro te hizo hacerlo, porque el cerebro te hace hacer todo y hay personas que hacen cosas malas y otras no. De ahí la frase sobre los momentos criminales.
-¿Cuál es su consejo para padres y maestros que están cerca de niños con algunas señales de estos comportamientos psicópatas?
-Cuando miras hacia atrás en la historia de un psicópata, de alguien con trastorno antisocial de la personalidad, encuentras desórdenes en la conducta. Pero invito a los lectores a no hacer lo contrario. Es un error científico mirar hacia adelante y decir que alguien con dificultades en la conducta será un psicópata. Simplemente no lo es. Lo que debes hacer es amar a tus hijos, dedicarles la mayor atención que puedas, entender que los niños no están formados y tienes mucho que decir sobre su identidad y hay opciones de tratamiento psiquiátricos para trastornos del comportamiento. La mayoría de niños son rehabilitables. La plasticidad cerebral puede llegar hasta los 26 años. Lo que los niños necesitan es estabilidad, límites, regularidad y consecuencias de sus actos. Así que los viejos modelos de enseñanza son útiles aquí. La psicopatía no se puede diagnosticar hasta después de los 18 años. Se reserva para adultos.
-¿Qué es la maldad para usted?
-Creo que necesitas a alguien más sabio que yo para responder esa pregunta. La línea entre maldad y enfermedad es mas filosófica. No podría pretender conocerla. Creo que muchas veces castigamos por ciertos comportamientos sin importar mucho los determinantes. Nuestros sistemas legales castigan por razones que van más allá del individuo. Castigamos por seguridad pública o porque el propósito de la ley es sentar un ejemplo para otros individuos. Así que, a veces, si estamos frente a un enfermo o alguien malo no resulta relevante. Pero esa respuesta se la dejaría a los filósofos. Es ese el territorio donde vive esa pregunta. Es una pregunta hermosa.
-¿Qué está investigando en este momento?
-En el Centro para Leyes, Cerebro y Comportamiento del Hospital General de Massachusetts estamos también interesados en enfermedades de la vejez. En las próximas décadas un gran número de personas tendrán algún tipo de demencia. Demencia vascular, demencia frontotemporal, alzhéimer, entre otras. Muchos de ellos serán victimizados desproporcionadamente y otros serán perpetradores de crímenes. En la demencia frontotemporal se ha generado un gran interés porque esta condición altera los sistemas de comportamiento del cerebro, los mecanismos de inhibición o desinhibición sexual. Esos sistemas se dañan antes de la memoria y el lenguaje. Y estas personas se meten en problemas. La pregunta es cómo intervenimos estas demencias, cómo las identificamos más temprano.