Antonio Ángel Pérez, es profesor de ENAE Business School y socio-director de Influye.
Nos encontramos que la diversidad se está abordando como un hecho; algo encontrado y no buscado (Gestionar la Diversidad), cuando en realidad, es un propósito, una búsqueda de “los otros” para construir algo nuevo entre todos.
Las primeras nociones que tenemos de diversidad nos remiten a la coexistencia de personas de diversa nacionalidad, raza o religión dentro de una organización.
La migración de países extracomunitarios, los intercambios culturales y educativos (Erasmus), y la movilidad laboral dentro de la UE, otorgan relevancia a este término, que inicialmente se percibe como algo no previsto, un contratiempo a solucionar: el idioma o las costumbres (comidas, trato entre personas de distinto género, el mirar a los ojos, el tocarse, el día de descanso o el periodo de vacaciones).
Esta es para muchas empresas su concepto de diversidad: vamos a gestionarla para que no produzca conflictos. Pero la diversidad es algo más grande, y fuente de creatividad, estimulo y desarrollo en las organizaciones.
Puedo no tener una sola persona de color en mi empresa, ni de otra nacionalidad, religión o raza, y promover una política activa de diversidad que contemple género, identidad sexual, características físicas (discapacitados) o emocionales, origen social, imagen, formación (sin títulos), edad y sobre todo, formas de pensar diferentes, mentalidades distintas y procedencias de sectores ajenos al de mi actividad.
Es decir, está ligada al talento, eso que no vemos ni nos preocupamos de descubrir en nuestra gente, y que nos hace a cada uno singular, único y diferente.
La diversidad camina del brazo de la diferencia, y ahí reside su valor. ¿De verdad en nuestra sociedad, en nuestras organizaciones, nos ocupamos de identificar, cuidar o al menos proteger las diferencias? Creo que más bien al contrario, las diluimos, ocultamos o suprimimos. Se bienvenido, pero deja fuera todo aquello que no coincida con nuestra cultura, forma de trabajar, pensar o comportarse.
Si, ya se que existe se cumplen), pero por favor, trascendamos la diversidad del emigrante, que es la primera y que no consiste solo en fijar carteles en varios idiomas y en facilitar clases de español, y pensemos en lo que supone diferir, plantear otras miradas, hablar con acento, vestir de otra manera, o mantener una opción ideológica distinta a la exhibida por la dirección de la organización.
Creer en la diversidad supone abrir las puertas para que entre todo lo anterior y permitir con generosidad que todo sume, que nada es para siempre si puede mejorarse, y que el talento si se proporciona el espacio y la motivación necesarios, puede codearse con otros muchos y dar lugar a la inteligencia colectiva.