Experta española investiga el rol de esta vestimenta existente 20 mil años antes de nuestra era y encuentra datos notables.
La falda, esa prenda de vestir primigenia del ser humano, cuyo uso no siempre fue exclusivo de la mujer, sigue vigente en todas las culturas y ha tenido una evolución como ninguna otra vestimenta.
Esta es la razón por la que la investigadora española Nieves Torralba quiso acercarse a este accesorio singular y verlo desde diferentes disciplinas, como el arte, la literatura, el diseño, el cine, la tecnología y la moda, para desentrañar su significado, su magia y sus secretos.
La doctora en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia invitó a ocho estudiosos para dar vida al libro “El papel de la falda”, que reúne el mismo número de ensayos y acaba de ser publicado en México.
“La falda ha pasado por la historia subiendo y bajando sus largos, abriendo y cerrando su vuelo, cambiando tejidos y colores y añadiendo complicadas estructuras internas para cambiar su arquitectura. Pocos elementos de la indumentaria humana han tenido tanta riqueza”, afirma la experta.
“Incluso el Diccionario de la Real Academia Española, etimológicamente no centra bien su origen. A lo largo de todas las civilizaciones se mantiene como una especie de esquema vigente”, asegura.
La estudiosa del Instituto Superior de las Enseñanzas Artísticas explica que la primera huella, “el primer vestigio”, del que se dispone en cuanto a la indumentaria humana la aporta la “Venus de Lespugne” (Alto Garona, Francia), pequeña estatua que data de 20 mil años antes de nuestra era, del paleolítico superior.
“Aquí, una representación del cuerpo femenino muestra una falda posterior, una especie de pampanilla hecha de fibras vegetales retorcidas formando cuerdas y suspendidas de una cinta ajustada a la cintura. Es el primer y más claro indicio de que había algo con que los hombres se cubrían o se adornaban”, detalla.
Dice que también en Dinamarca se han encontrado prendas del comienzo de la Edad del Bronce en dos tumbas: faldas elaboradas de cordoncillos verticales, fijados a un cinturón tejido y terminado en flecos. “Atavíos parecidos se observan aún hoy en algunos pueblos africanos”.
Torralba aclara que, “viendo los restos que nos quedan tanto de esculturas como pinturas, la falda era la indumentaria usada en todas las culturas primitivas, tanto por hombres como por mujeres y niños, no había diferencia ni de sexos ni de edades”.
Por ello se pregunta cómo se produce la identificación falda-mujer. “La respuesta la encontramos en la cultura occidental, que ancla el sistema abierto (vestido, falda) como el que define la indumentaria femenina y, por tanto, su identidad y el sistema cerrado opantalón como identificativo de lo masculino.
Nieves Torralba comenta que la transformación de esta vestimenta a lo largo del tiempo ha sido asombrosa, aunque el uso actual, excepto en países como India y Japón, es totalmente femenino.
Para la investigadora, la historia demuestra que la imaginación es el único límite para la falda. Por esta razón, propuso a sus alumnos una experiencia académica: crear faldas de papel, que no sólo sean de la cintura a la rodilla, sino que pueden llegar a los pies o hasta la cabeza.
De esta investigación surgió la idea del libro. Para la investigadora “la falda es atmósfera, es atuendo, es prenda que indica o se refiere a mujeres o disfraces, o etnias y grupos culturales; pero la falda puede ser centro, símbolo, arrebato, circunstancia”.