La autoevaluación permite reflexionar sobre los temas más profundos y definir los ajustes necesarios de toda organización.
La generación del cambio en una organización comienza, generalmente, al más alto nivel, y dada la característica de propiedad de las empresas en Chile, esto suele ser impulsado por los miembros del Directorio o integrantes de su círculo más íntimo, pues son ellos los responsables de impulsar el cambio, tanto a nivel de grupo como individual.
“La autoevaluación es un ejercicio que, si es realizado de manera adecuada y con miras al aprendizaje y desarrollo sustentable, tiene la oportunidad de ser muy valioso en el corto y largo plazo, pues permite reflexionar sobre los temas más profundos y definir los ajustes necesarios de toda organización”, señaló Gonzalo Larraguibel, socio de Virtus Partners.
Desde el punto de vista de proceso, existen al menos cinco niveles en que un Directorio puede evaluar su impacto y planificar su mejora:
1. Evaluación informal del Directorio, cuando el presidente habla directa o indirectamente con algunos de los miembros de la mesa. Esta es una práctica altamente extendida en Chile, y utilizada principalmente cuando un Directorio está compuesto por “consejeros de prestigio” o por cercanos al controlador.
2. Autoevaluación formal del Directorio como colectivo, utilizando alguna herramienta que permitan una mirada más sistemática e integral.
3. Evaluación grupal complementada con una autoevaluación individual de cada Director, aunque en ambos casos siempre queda la interrogante sobre cuán abierto y autocrítico se puede ser con uno mismo.
4. Evaluación grupal del Directorio realizada por un tercero, generalmente un externo
5. Evaluación individual externa de cada Director.
En la última década, hemos visto en Chile una positiva evolución en materia de gobiernos corporativos, aunque más bien como reacción regulatoria frente a las malas prácticas que por convicción propia de las compañías. Basta hacer referencia a la norma NCG 341, donde el regulador solicita a las empresas que se autoevalúen, instándolas a informar públicamente el cumplimiento de este proceso, “lo que ha llevado a los Directorios a estar preocupados de discutir problemas de control, asuntos legales, regulatorios, de compliance y posibles conflictos de interés, en vez de lidiar con los temas estratégicos que permiten a la organización renovarse y fortalecerse en el largo plazo”, agregó Larraguibel.
Es clave que la autoevaluación sea capaz de generar un diagnóstico compartido de las fortalezas y brechas del Directorio, para derivar luego en un plan que permita fortalecer el gobierno corporativo. Este no es un proceso sencillo, pero si se conecta con una cultura de aprendizaje y adaptación, se transforma en una señal inspiradora para la organización.