Fabrizio Lorusso, profesor en Administración de Empresas por la Universidad L. Bocconi de Milán y doctorando en Estudios Latinoamericanos de la Unam, México.
En su teoría general del interés, el empleo y el dinero, el economista J.M. Keynes destacaba que “las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto correctas como equivocadas, son más poderosas de lo que se piensa comúnmente. Por cierto el mundo es regulado por pocas cosas más. Los hombres prácticos, quienes creen ser casi exentos de cualquier influencia intelectual, normalmente son los esclavos de algún economista finado. Los hombres locos en el poder, quienes oyen voces en el aire, van purificando sus ansias con algún escribano académico de unos años atrás. Estoy seguro de que el poder de intereses personales es enormemente exagerado si se compara con la gradual invasión de las ideas”.
Ya en 1971, el académico estadounidense Joseph Nye jr. publicó un artículo titulado, en inglés, “Transnational Relations and World Politics” (“Relaciones transnacionales y política mundial”), en el cual abogaba en favor de un papel mayor de las organizaciones internacionales en las relaciones mundiales. En 1977, Nye, junto a Robert Keohane, escribió un libro, “Power and Interdependence” (“Poder e interdependencia”), el cual completaría la elaboración de un enfoque que hace hincapié en las escasas posibilidades de una guerra constante entre los Estados en un mundo cada vez más entrelazado. Por ello, se preveía una progresiva convergencia y condivisión de valores, instituciones, organizaciones e intereses en la arena internacional lo cual habría de caracterizar también las décadas posteriores.
Finalmente, la idea de “poder blando” se popularizó, sobre todo en Estados Unidos y Europa, a partir de los años noventa en las disciplinas de las relaciones internacionales, la geopolítica e incluso en el lenguaje periodístico y político, en particular el estadounidense, y tiene como referencia los trabajos del mismo Joseph Nye, director de la Kennedy School of Government de Harvard y ex director del National Intelligence Council de Estados Unidos, quien publicó su primera síntesis sobre el “poder blando” y sus interacciones con el ya noto “poder duro” en 1990 con “Bound to Lead: The Changing Nature of American Power”.
El autor señala los origines de esta idea en lo que Bachrach y Baratz en 1963 habían llamado “la otra cara del poder”, refiriéndose al que Nye bautizaría como “soft power o poder blando”, es decir, uno de los elementos que permiten el ejercicio pleno de alguna forma de poder, es decir, hace que otro agente actúe según patrones deseados y favorables al actor que lo instrumenta. La publicación del libro se consideró como una respuesta a las más pesimistas profecías de algunos autores como Paul Kennedy quien, en su notorio libro “The Rise and Fall of Great Powers” (El surgimiento y el declino de las grandes potencias de 1987) había previsto el repentino fin de la hegemonía estadounidense una vez ganada la Guerra fría.
Kennedy sostenía que, sin un grande enemigo, los intereses y tareas globales de Estados Unidos serían más difíciles de legitimar y justificar política y económicamente. Nye opina que “Si un Estado puede hacer que su poder se legitime ante los ojos de los demás, encontrará una menor resistencia hacia sus objetivos. Si su cultura e ideología resultan atractivas, los otros serán más propensos a seguirlo. En fin, la universalidad de la cultura de un país y su habilidad para establecer un conjunto de reglas e instituciones favorables que gobiernen las áreas de la actividad internacional, son fuentes fundamentales de poder”.
Hay dos aspectos profundamente relacionados entre sí que son componentes fundamentales de los flujos de soft power atribuibles a los Estados Unidos: (a) la configuración de las sabidurías convencionales sobre el desarrollo y las políticas más adecuadas, las que vienen adquiriendo una aceptación general en el mundo político y en la opinión pública sin tener una eficacia empírica universal comprobada; (b) la influencia académica y educativa, sobre todo al nivel de los estudios universitarios y de posgrado tanto en las escuelas latinoamericanas de negocios como en los mismos EE.UU., que han ido formando a una clase de tecnócratas latinoamericanos y una generación de empresarios y administradores (públicos y privados) con cierta forma mentis común, derivada, en alguna medida, del modo norteamericano de entender los negocios, el mercado y la sociedad.
El conjunto de estos enfoques o visiones del mundo en las disciplinas económicas y empresariales se ha tornado determinante, también en un nivel “macro”, para el manejo de las políticas de reajuste estructural y negociación internacional de la deuda después de la crisis de 1982 y, asimismo, para el cambio social relacionado con el crecimiento de la economía de mercado y la interdependencia internacional. De ahí, arranca la idea del MBA como artefacto o producto cultural de cuño norteamericano que va difundiendo en el mundo las prácticas y teorías de los negocios, lo que constituye un marco interesante para entender de donde venimos y hacia donde vamos como docentes y aprehendientes en estos temas.