Por Ana Cristina Evans, psicóloga laboral de la Universidad del Aconcagua.
La empleabilidad, desde una perspectiva general, es el conjunto de variables que explican la situación de empleo o de desempleo de una persona, destacando que al decir empleo incluimos también el autoempleo.
Desde la perspectiva individual, la empleabilidad hace referencia al conjunto de competencias que una persona posee, que le permiten acceder a un trabajo y mantenerlo satisfaciendo sus necesidades profesionales, económicas, de promoción y de desarrollo.
Para entender que es empleabilidad también debemos definir que es competencia. Las competencias son configuraciones psicológicas complejas que integran en su estructura actitudes, conocimientos, aptitudes o habilidades cognitivas, habilidades psicomotrices, intereses, motivaciones y rasgos de personalidad. Estos factores interactúan en forma armoniosa, y determinan y posibilitan la predicción del comportamiento laboral. Cuantas más competencias tiene un sujeto, mejor es su probabilidad de acceder y mantener un empleo.
En un mundo donde la tecnología quita espacio a la formación de nuevos puestos de trabajo, existen acciones consideradas "preventivas", tanto desde el gobierno, el medio educativo y las organizaciones empresarias, como desde los que tienen empleo o aspiran a logarlo. Se pueden implementar a fin de que la gente sin empleo lo obtenga, y la gente con empleo disminuya el riesgo existente de quedarse desempleada, aumentando sus posibilidades de empleabilidad y mejora profesional.
La empresa ya no puede garantizar, como lo hacía en el pasado, un empleo de por vida, ni por consiguiente posibilitar que la carrera profesional de un o una empleada se desarrolle en ella. Sin embargo, la empresa puede y debe, desde una perspectiva moral, garantizar, a través de la gestión de sus recursos humanos, programas de formación por los cuales los conocimientos y técnicas de sus empleados no solamente queden obsoletas, actualizándolas en forma continua, sino que además faciliten la adaptación a los cambios que se avecinan.
El empleado debe incrementar las competencias que se pueden desarrollar, entre ellas, la flexibilidad, entendida como la disposición para aceptar una nueva oportunidad laboral que puede presentarse y que implique una mejora en la situación laboral previa existente. Este es el caso de un empleado o empleada que está dispuesto a trasladarse de ciudad, estado o país, en la medida que este cambio favorezca su situación de empleo.
El gobierno también interviene en materia de empleabilidad. No sólo debe amparar a quienes pierden su empleo, asegurando la satisfacciones de sus necesidades primarias -comida, techo y servicios médicos- sino que también debe legislar para que las empresas cumplan con su obligación, hasta ahora moral, de mantener y desarrollar las condiciones de empleabilidad de sus miembros.
Por su parte, las instituciones educativas deben adecuarse a la realidad actual, y no perder de vista que forman personas para que puedan acceder a un trabajo, lo cual las obliga a modernizarse en forma constante desde lo que enseñan, pasando por cómo lo enseñan hasta los títulos que otorgan. Es prioritario que brinden ayuda en la inserción laboral de sus estudiantes y de quienes egresan, para lo cual deben vincularse con las organizaciones empresariales en las que sus estudiantes deberán acoplarse.
En definitiva, la empleabilidad es responsabilidad de todos los actores sociales. No obstante, la persona es la protagonista de su empleabilidad, y si no asume la necesidad de mantenerse al día y de mejorar la calidad en el desempeño de sus actividades, por medio de nuevos aprendizajes e incluso con terapias breves conocidas como “coaching”, poco se puede hacer para mejorar.