José Luis Scerri, gerente general de Education First.
Chile es uno de los países de Latinoamérica que dedica menos del 5% de su Producto Interno Bruto (PIB) a educación (sólo un 4,2%), muy por debajo de líderes como Brasil o Argentina que sobrepasan el 8%, de acuerdo a datos del Informe Pulso Social de América Latina y el Caribe 2016. Esto no sólo se refleja en las materias bases, sino también en la inclusión de segundas lenguas en nuestros países, que están muy por debajo la realidad europea, donde sus habitantes manejan -por lo menos- dos idiomas.
Un segundo idioma necesita plantearse no como un lujo para las futuras generaciones, sino como una herramienta esencial que permitirá acercar nuestros indicadores a los de países líderes. Actualmente, el dominio del inglés en la fuerza de trabajo, por ejemplo, se relaciona positivamente con indicadores de innovación, transparencia y facilidad para hacer negocios en países desarrollados.
Por esta razón, la inversión -desde lo público y lo privado- y las voluntades político-sociales son fundamentales en esta materia. Holanda, país que en 2016 ocupó el primer lugar en el English Proficency Index (EPI) sobre manejo de inglés a nivel mundial, enseña esta lengua desde la educación preescolar, pasando a ser obligatoria desde primero básico. En Chile, sólo toma este carácter a contar del quinto año del mismo nivel.
Asimismo, es necesario hacer hincapié en la formación que los mismos profesores especialistas están teniendo. En Chile existen más de 30 universidades que imparten la pedagogía en inglés, pero persisten problemas de acreditación con estas carreras o las casas de estudio, según datos de la Comisión Nacional de Acreditación.
Que nuestros habitantes manejen un segundo idioma no es mero capricho, sino una necesidad real de subirse al carro del desarrollo. Carro que, sin lugar a dudas, debe ser empujado por todos y no sólo por unos cuantos.