Jaime Arocha ha sido defensor de una antropología comprometida con los sectores más golpeados por la violencia, la exclusión social y el racismo.
Jaime Arocha es el antropólogo que más veces ha sido jurado en el festival Petronio Álvarez. Ese festival repleto de sonrisas del Pacífico y de otras partes del mundo, y en el que se juntan para escuchar en armonía en Cali, la capital del departamento del Valle del Cauca, esos sonidos de resistencia a la violencia y al olvido que se ha enseñado contra los habitantes de una región rica en biodiversidad y cultura.
También me atrevo a sugerir que Jaime Arocha es el investigador que más conoce las diversas expresiones identidad afro en el país, y ha denunciado con vehemencia la violencia simbólica, material y el racismo solapado que pervive en las múltiples esferas de la realidad nacional.
Uno de estos escenarios claves de denuncia fue sin duda su aporte en el libro “Colombia: violencia y democracia”, una obra clave en la que los más expertos investigadores de la época exponían las dimensiones y el curso del conflicto armado con sus diversos actores.
Arocha aprovechó la oportunidad para denunciar la violencia contra los pueblos afros e indígenas, y la falta de una verdadera inclusión al proyecto de identidad nacional. Hoy desde su columna en El Espectador no ha perdido oportunidad en pedir el respeto de los derechos humanos y territoriales de los afrodescendientes, indígenas y campesinos.
Arocha llegó a la Antropología luego de un viaje con sus amigos a las fiestas en el Carmen de Bolívar, y al ver en el festival los luces y los colores que rodeaban la plaza, entendió que debía dejar los problemas de la ingeniería por los cuestionamientos de la cultura.
Así fue como intentó cambiarse de programa en la Universidad de los Andes, e ingresar a la recientemente abierta carrera de antropología por Gerardo Reichel-Dolmatoff y su esposa Alicia Dussan de Reichel Dolmatoff, pero debido a la rigidez de las normas educativas de la época, tuvo que viajar a Columbia University para poder realizar sus estudios.
En Estados Unidos, en medio de los más intensos poderosos movimientos por los derechos civiles, en los que Arocha participó activamente, se convenció de la necesidad de comprender la diferencia, pero sobre todo de defender su existencia. Fue en ese país que la “cuestión afro” que hoy tanto le apasiona tomó otro rumbo al poder adentrarse en la literatura existente sobre la situación africana.
Activista desde sus años de pregrado de ingeniería, cuando con estudiantes de arquitectura se unió a otros estudiantes en una apuesta de trabajo comunitario en el Departamento de Córdoba para hacerle frente a los cuerpos de paz en la región, y mucho más adulto, participó en el movimiento FIRMES que agrupaba a personalidades tan importantes como el exrector Gerardo Molina y al dirigente comunista Gilberto Vieira.
También, por invitación del Eme 19 estuvo en Santo Domingo, Cauca, dialogando con los guerrilleros que se estaban desmovilizando, sobre la importancia de la cuestión afro y étnica para lograr la paz en el país.
Aun así, su compromiso con el cambio social por la vía democrática, no lo salvaron de comentarios malintencionados que lo relacionaban con las agencias de seguridad estadounidenses por su formación académica en Columbia.
Arocha hizo su doctorado en Columbia sobre la violencia en el Quindío, en uno de sus muchos municipios caficultores, y en Córdoba haría importantes investigaciones sobre el campesinado colombiano.
Junto a Nina de Frieedemann, escribió “Herederos del jaguar y la anaconda” una obra que se convirtió en un clásico de la antropología, que evidencia las transformaciones de las comunidades indígenas frente a un mundo que se transforma rápidamente privilegiando el individualismo y la mercantilización de los valores culturales.
Como docente, algunos de los estudiantes de la época lo recuerdan como una persona atenta y preocupada por el bienestar de los estudiantes, además de impulsar la investigación práctica en terreno por encima de la teorización de escritorio. “A Jaime uno podía acudir para que le ayudara a encontrar el hilo de tesis, pero también para contarle los problemas personales, siempre encontré el respeto y la coherencia que todo maestro debe tener, y que paradójicamente, en otros profesores, nunca había”, anota Nini Rodríguez, estudiante de antropología en los años ochenta.
“Lo más valioso de la Universidad Nacional son sus estudiantes”, anotaba Jaime Arocha durante esta entrevista al preguntarle por lo más importante del claustro educativo cerca a cumplir 150 años. Por su contribución a la difusión de las ciencias sociales en el país, su preocupación y defensa de la ‘cuestión afro’, y de la promoción de una ciencia popular y útil a las necesidades de las comunidades campesinas, indígenas y afros, es que lo consideramos uno de los Grandes Maestros de la Universidad Nacional.
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