Las personas que hablan varios idiomas ejercitan más la mente y aprenden de forma natural a desechar distracciones.
El cerebro de una persona bilingüe funciona como un semáforo. Cuando tiene que elegir una palabra, da luz verde al idioma que está usando y frena con una luz roja el término del que no necesita. Este proceso natural de selección, que hace centenares de veces al día, es como una gimnasia involuntaria que mejora la materia gris.
Los efectos del bilingüismo en el cerebro se han analizado profusamente en los últimos años desde distintos puntos de vista. Hay investigaciones que apuntan a que hablar dos idiomas permite combatir mejor el Alzheimer o la demencia. Dos equipos de investigación estadounidenses estudian en la actualidad las ventajas que una segunda lengua supone para el día a día. “Los cerebros bilingües están mejor equipados para procesar información”, señala la profesora Viorica Marian, psicóloga y autora principal de un estudio de la Universidad de Northwestern (Evanston, Estados Unidos).
En la misma línea trabaja otra institución norteamericana, el Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington (Seattle, EE UU), que recientemente ha entrado en contacto con las autoridades españolas y planea trasladar parte de su investigación aquí. Sus codirectores, Patricia K. Khul y Andrew N. Meltzofr, analizan el proceso informal que desarrollan los niños para aprender varios idiomas a un tiempo.
Ambos equipos se centran en la observación de las partes del cerebro que se activan en las personas que solo dominan un idioma frente a aquellas que funcionan en el caso de los que se comunican al menos en dos lenguas con fluidez. La profesora Marian, de la Universidad de Northwestern, realizó su estudio con participantes de 18 a 27 años de edad seleccionados por la Universidad de Houston. 17 de ellos eran bilingües en español e inglés mientras que otros 18 solo hablaban inglés. “Elegimos estos idiomas porque es el bilingüismo más habitual en Texas, aunque suponemos que los resultados serían similares con otras lenguas”, señala la investigadora.
El trabajo, desarrollado a lo largo de tres años, partía de un experimento bastante simple. Después de escuchar una palabra en inglés, leída por una voz masculina con acento neutro, les enseñaban a los integrantes de ambos grupos un dibujo con cuatro objetos: dos cuya pronunciación es similar en inglés y otros dos que suenan totalmente diferentes. Por ejemplo, clown (payaso) y cloud (nube); candy (caramelo) y candle (vela) o pig (cerdo) ypicture (dibujo). Mientras los participantes elegían el término correcto, el equipo de investigación revisaba el comportamiento de su cerebro a través imágenes por resonancia magnética.
Cuanto más oxígeno o sangre fluye a una región, más esfuerzo realiza esa parte del cerebro. Los que solo hablan un idioma tenían más activadas las regiones de control de inhibiciones del cerebro que los bilingües, es decir, “trabajan más duro para encontrar las respuestas”, añade Marian, autora principal del estudio publicado en la revista Brain and Language.
¿Qué efectos tiene que el cerebro funcione de uno u otro modo? Según las conclusiones del equipo de Marian, los niños bilingües, por ejemplo, desechan “con más facilidad” el ruido en la clase para concentrarse en la lección. “Si estás conduciendo u operando en un quirófano es importante enfocarte en lo que realmente importa e ignorar lo que no”, añade.
El equipo de trabajo de Seattle, incluye investigadores postgraduados que analizan el aprendizaje y el comportamiento del cerebro de sus propios hijos, que son bilingües de inglés combinado con diferentes idiomas.“El cerebro de una persona que habla dos lenguas es mucho más flexible, enfrenta situaciones más complejas por lo que busca mejor las soluciones y acaba resultando mucho más ágil”, explicaba Khul, cuando estuvo en España con Meltzofr a finales de septiembre y visitó la red de colegios bilingües de la Comunidad de Madrid.
Meltzofr y Khul han presentado ya sus investigaciones en el Congreso de los Estados Unidos. Sus conclusiones “sirvieron para tranquilizar a la sociedad frente al temor bastante extendido que un alumno que crece entre dos idiomas perjudica la lengua materna y el aprendizaje de otras materias”, explicó Meltzofr.
El mejor momento para aprender un idioma
Cuanto antes mejor. Los investigadores del Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington, Patricia K. Khul y Andrew N. Meltzofr, lo tienen claro. El cerebro de un niño de cero a siete años “se adapta fácilmente a cualquier innovación”. “A esa edad puede notar sin problema si su abuela habla un tercer idioma y adquirirlo de forma natural”, explica Meltzofr. “Si vas de visita con tus hijos a otro país, es probable que ellos vuelvan sabiendo varias palabras relacionadas con el fútbol después de jugar un partido con otros niños, mientras que tú no pilles nada compartiendo el tiempo con sus padres”, añade.
Entre ocho y 18 años de edad, según estos expertos, el aprendizaje se vuelve “más académico y lento”. A partir de entonces, el reto se complica. “Si está leyendo esto y ya es adulto, es demasiado tarde para usted”, ironiza Meltzofr.
“Nunca es tarde para aprender otra lengua”, considera, por contra, la profesora Viorica Marian, de la Universidad de Northwestern. Ella creció hablando rumano y ruso, su tercera lengua es inglés y tiene nociones básicas de español, francés y holandés. Esta investigadora admite las ventajas de adquirir una segunda lengua de niño, como “la posibilidad de sonar como un hablante nativo sin acento extranjero”, pero defiende que el dominio de otro idioma “puede llegar a cualquier edad” y mejorar el control de la función de inhibición del cerebro en apenas unos meses.
Artículo publicado por Cromo.