Pasar al contenido principal

ES / EN

La mujer sorda que lee los labios en cinco idiomas
Jueves, Mayo 18, 2017 - 10:10

A sabiendas de que el lenguaje de señas la limitaría, la madre de Jennifer Cañaveral la instó desde pequeña a hablar. Hoy, la joven colombiana es arquitecta y, además del español, sabe inglés, alemán, japonés y coreano.

Jennifer tiene una discapacidad auditiva, pero no se comunica a través del lenguaje de señas. Su mamá, Gloria Guzmán, siempre tuvo claro que ese medio de comunicación, en lugar de abrirle puertas, la limitaría: solo podría hablar con aquellas personas que conocieran esas palabras escritas en el aire con las manos. Por eso prefirió motivarla a leer los labios, para que entendiera a todo aquel que la rodeara. Y la impulsó a hablar con esa voz que sale frágil y borrosa de sus cuerdas vocales. Gracias a la visión de su madre, pudo entrar a un colegio como cualquier otro, estudiar Arquitectura en la Universidad La Gran Colombia y convertirse en una oradora experta.
 
Todo comenzó cuando era una niña, en Armenia, y una amiga de su mamá la saludó. Ella, afligida, miró a Gloria y le explicó con señas que no entendía. Entonces, su madre le indicó que debía aprender a leer los labios para poder comunicarse con todos. Y las clases iniciaron justo en ese instante. La mujer repitió una y otra vez ese “Hola, Jennifer. ¿Cómo estás?”. Ella tenía miedo, pero puso todo su esfuerzo en entenderle y finalmente lo hizo. Su madre, consciente de la dureza de una sociedad excluyente, quería darle alternativas para que su discapacidad no limitara su autonomía ni sus deseos. Por eso, desde muy pequeña, su hija aprendió a leer los labios y a reconocer las vibraciones del lenguaje. Se concentró tanto en esa tarea, que se le olvidó hablar con señas y ahora le gustaría retomarlas para comunicarse con algunas personas con discapacidad auditiva.
 
Imparable
 
Empezó con el español. Leyó y practicó mucho. Después pasó al inglés y luego avanzó un poco en alemán y japonés. Además, ha aprendido coreano para ver las novelas que se producen en ese país. “Me encantan esas historias porque la cultura es hermosa”, afirma la caleña. Ella, que no oye y habla con dificultad, seguramente se comunica mejor que cualquiera de nosotros con personas de otros rincones del mundo.
 
Aunque al leerlo parece que su camino ha sido fácil, no es así. Ha aprendido, del empuje de su madre, a no darse por vencida, pero, sobre todo, a no sentirse víctima. Sabe que las ciudades no son amables con aquellas personas que no se ajustan al modelo de sociedad que hemos construido; por esta razón, sueña con crear una fundación que trabaje por la inclusión de las personas con discapacidad y para promover el respeto hacia ellas. Todos somos ciudadanos. El mundo deber adaptarse a nosotros, no nosotros al mundo.
 
En camino a cumplir ese sueño, Jennifer fundó, junto con su socia Maryori Girlesa Lizcano, un emprendimiento social que busca eliminar la discriminación social y laboral con la que se encuentran las personas con discapacidad auditiva. Su intención es que la sociedad empiece a valorarlas y que aquellos que tienen esta condición pierdan el miedo y empiecen a trabajar para alcanzar sus metas. Ellas consideran que pueden llegar muy lejos por medio de la educación y el empoderamiento de esta comunidad.
 
 
El arte de comunicarse
 
En ocasiones no es fácil entenderle. Ella ha trabajado para comprender a todos los que se atraviesan en su camino, pero el resto de nosotros no estamos entrenados. Por eso, solo hablar con ella es una lección de empatía: ella nos forza a entenderla, a que nos pongamos en sus zapatos, a que dediquemos el tiempo necesario para lograr comunicarnos. Ella rompe las barreras y nos invita a atravesarlas con ella. Se convirtió en una oradora experta, con una capacidad sorprendente de envolver al público, de conmoverlo, de inspirarlo. Para ella no es fácil comunicarse con personas que están acostumbradas a oír, pero aún así lo hace. Y va mucho más allá de las palabras.
 
Desde hace seis años, Jennifer ha participado en charlas y congresos. Es conferencista emprendedora de TEDx Bogotá, dejó boquiabiertas a las personas que asistieron al Webcongress que se realizó en la capital colombiana hace unas semanas y ahora será ponente en el foro que relizará Cromos durante Women’s Weekend, los días 20 y 21 de mayo. Siempre habla sobre emprendimiento, género, independencia, accesibilidad y justicia.
 
Además trabaja en el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) y es voluntaria de Global Shaper, una iniciativa del Foro Económico Mundial creada para motivar a los jóvenes a desarrollar actividades que generen un impacto positivo dentro de sus comunidades. También es el enlace para Suramérica de la organización Arquitectura Sorda Mundial –de la que sólo hacen parte personas con discapacidad auditiva– y estudia una Maestría en Urbanismo, en la Universidad Nacional.
 
Su discapacidad nunca ha sido un obstáculo. Fue modelo desde los tres años, jugadora de voleibol desde niña y reina de belleza en la universidad. Ahora, como arquitecta y oradora, apasionada por la planificación urbana, anda con el motor a toda máquina dispuesta a cambiar el mundo.
 
Las primeras notas musicales
 
En 2015, por primera vez, Jennifer pudo oír cómo sonaba el mundo por fuera de su cabeza. Le pusieron un implante coclear.
 
Una de las cosas que más la conmovieron de esa experiencia fue conocer qué era la música. Julián Gómez, su novio -quien no tiene ninguna discapacidad -, le puso un vals y le regaló una compilación de canciones colombianas para que conociera más sobre sus raíces. Pero fue hasta que un amigo le presentó a los Beatles que ella entendió realmente el poder de la música: “Hey Jude, don't make it bad, take a sad song and make it better…”. A Jennifer se le erizó la piel y un impulso eléctrico recorrió todo su cuerpo. Su corazón palpitó a mil. Lloró.
 
Actualmente, el implante de Jennifer no funciona. Hay que reemplazar la batería, que es costosa. Ella no lo necesita realmente. Está acostumbrada al silencio y sabe cómo comunicarse con el mundo. Sin embargo, tiene la ilusión de que el implante vuelva a servir, solo por el placer de oír a Paul McCartney una vez más.

Autores

Cromos/ El Espectador