Por Germán Retana, Ph.D. y profesor pleno de INCAE Business School.
"Si me atrevo a discrepar con los que mandan me botan de aquí", dicen quienes se resignan a trabajar con jefes que parecieran tener encarceladas a sus propias organizaciones. ¿Cuáles son cuatro posibles escenarios que originan esta situación?
El temor a verse expuesto por sus errores ante los miembros de la organización, o la búsqueda de satisfacciones individuales, puede provocar que el jefe se aísle del resto, reduciendo el contacto al mínimo necesario. Es un ausente, su tiempo es absorbido por actividades externas o ajenas a las funciones principales de la empresa. Eso sí, mantiene el control de las decisiones claves y provoca dependencia hacia él. Su aislamiento hace que dichas decisiones tiendan a ser impopulares por no ser acordes a la realidad que vive la organización.
Una limitada inteligencia emocional puede llevar a un jefe a exhibir autoritarismo, intolerancia a la opinión ajena y verticalidad de sus decisiones. Intenta compensar su incapacidad para gestionar sus emociones con la imposición de su criterio sobre los demás. Su cuenta de poder es grande, por lo que ni siquiera se preocupa de la respuesta de los miembros de la organización.
"Si no están de acuerdo tienen la puerta abierta", dice con frecuencia. En cada autoritario podría haber un ser humano necesitado de reconciliación consigo mismo; y mientras no lo logre, el equipo seguirá siendo el lugar para desahogar sus penas personales.
En ocasiones, el jefe se rodea de un círculo inmediato de personas que lo aíslan del resto de miembros. Son un anillo protector que filtra las "malas noticias", para que no lleguen arriba y así la versión de la realidad es parte en dos: la de los jefes y la de los colaboradores. El exceso de confianza del jefe en sus reportes directos provoca que al final termine siendo él quien está "secuestrado" y no la organización.
Otra posibilidad es que el jefe sea una excelente persona y con buenas relaciones con todo el equipo de trabajo; sin embargo, su mentalidad gerencial dejó de innovarse hace años y ya sus actitudes y modelos de gestión están desfasados respecto a las necesidades del equipo. Aquí, el talento colectivo sufre por la camisa de fuerza colocada por su propio jefe y la capacidad de la organización continuará prisionera, mientras él no cambie o sea cambiado.
En tanto jefes con estos comportamientos sigan al mando, los miembros de las empresas no estarán alineados sino alienados. Las capacidades seguirán secuestradas, el progreso será casi imperceptible y los resultados serán apenas un pequeño porcentaje respecto a lo que
ocurre en un ambiente de trabajo caracterizado por la libertad de
opinión, el respeto a la diversidad de criterio,la participación entusiasta de todos y la responsabilidad conjunta para concretar un ideal.