Expertos del instituto para estudios internacionales de paz de la Universidad de Notre Dame hablan de cómo la educación y la ética en los negocios son cruciales en el posacuerdo.
Después de más de 50 años de conflicto armado en Colombia, el país tiene la oportunidad de escribir nuevas historias que se caractericen por la búsqueda del bien común, el trabajo en equipo, la construcción de escenarios con mayor equidad y un profundo compromiso por respetar los derechos humanos. La tarea no es fácil; se requieren años, pero ya existe una hoja de ruta que se enfoca en la educación como una aliada clave para lograr implementar los acuerdos a los que se llegaron en La Habana entre el Gobierno y las Farc.
Una educación que se caracterice por la innovación, la inclusión social y la ética. “Si logramos entender que es un trabajo articulado, los resultados serán positivos”, destaca el profesor George López, uno de los principales referentes a escala mundial del Instituto para Estudios Internacionales de Paz de la Universidad de Notre Dame, mientras explica que la academia, las empresas, el Gobierno y la comunidad tienen una responsabilidad desde su rol para implementar la paz y tienen la obligación de alinearse para cumplir un objetivo mutuo y desde ahí crear nuevas narrativas de la historia del conflicto.
Como ejemplo, el profesor George López habló del caso de España, donde se dio paso al reconocimiento del pueblo vasco en la historia del país como alternativa de reconciliación. Y para el caso de Colombia lo traduce en el “reconocimiento de los dilemas de las personas en el campo, así como de las personas que han sido marginalizadas y vulneradas en el pasado. La educación para la paz da luces para que los problemas que no se han abordado aún estén en el foco de la conversación y así desarrollar programas que contribuyan a solucionar cada situación.
Según los docentes, uno de los retos más grandes de Colombia es encontrar diferentes maneras para reconciliar a las comunidades. Una de las propuestas es invertir en la gente e involucrarla en todo el proceso, para que se sientan en posiciones no marginales ni vulnerables, y cambien a una posición de inclusión y de esperanza hacia el futuro. “Allí es cuando se crean las condiciones para la innovación social que, a su vez, generan desarrollo”, explica el profesor George López, mientras reflexiona sobre el tema del valor mutuo mediante la ética empresarial.
En este contexto, es vital entender cómo los negocios y la innovación social pueden aportar a la construcción de paz. En este punto el profesor Philip Nichols, experto en el tema de corrupción y ética en los negocios de Wharton Business School de la Universidad de Pensilvania, afirmó que “hay elementos estructurales que pueden incidir en la corrupción y que estos son distintos para cada país, por lo que su manejo no siempre es igual”. También destacó que el componente “ética” juega un papel clave en virtud de que, además de ser conscientes de las leyes existentes, las buenas empresas son cumplidoras de las leyes sociales.
De los parámetros o normas que crean las colectividades, esto es un arancel ético que crea la sociedad para permitir o sancionar la actuación de las empresas. Dado que los negocios forman parte de la sociedad y no son ajenos a ella, su conclusión es clara: “Si mejora la comunidad, los negocios mejoran”. Si las empresas logran crear esos escenarios de confianza, moverse en campos que se caractericen por la legalidad y cero corrupción puede contribuir “de una forma muy fuerte en la construcción de paz. Porque lidiar con las malas prácticas conlleva conflictos”, concluye el profesor Philip Nichols.
El encuentro “Enseñanza para la construcción de paz, ética empresarial e innovación social” permitió reconocer la importancia de generar espacios y oportunidades para analizar cómo resolver conflictividades sin el factor de violencia. Entender que la academia y los distintos actores de la sociedad deben apostarle a trabajar en quipo y solucionar conflictos pensando en el bien común. En palabras de Henry Bradford, rector del CESA, “queremos estar seguros de crear las condiciones en la academia que nos permitan entender cómo encarar de la mejor manera posible el posacuerdo y, ante todo, apropiar los criterios que sirvan a la enseñanza de la paz para que sea duradera”.
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