Recuperado de una necrosis avascular, un intrépido viajero se propuso reunir fondos para luchar contra esta inusual pero grave enfermedad.
Blogthinkbig.com | No era la primera vez que daba una charla, tampoco sería la última. Todos aquellos que esperaban sentados en las sillas del auditorio querían escuchar los consejos de un gurú, de un hombre que se había sobrepuesto a una enfermedad, que había convertido la adversidad en la mejor de las oportunidades. Tal vez sea esto lo que mejor define el carácter de Scagnetti, su virtud para encontrar la luz en los túneles más oscuros.
Con paso firme, Hugo entró en escena. Ya no llevaba las muletas que le habían acompañado los últimos meses, ni el bastón que usaba hacía tan solo unos días.
Un año antes le habían diagnosticado necrosis avascular de la cabeza de fémur, una enfermedad poco frecuente que en países como Gran Bretaña afecta a tres de cada 100.000 personas. La falta de riego sanguíneo en esta área produce una necrosis que acaba en fractura y pérdida de la funcionalidad de la cadera. Hasta hace poco más de tres años se consideraba una afección intratable cuya única solución era sustituir la cadera por una prótesis metálica, una cirugía complicada con un postoperatorio largo y doloroso y que no es posible realizar en niños en período de crecimiento.
Hugo la sufrió en su cadera izquierda y, justo cuando se había recuperado, la necrosis le afectó también a la derecha. Quiso evitar por todos los medios una nueva intervención y comenzó a buscar alternativas. Así fue como conoció a un grupo de investigación con células madre formado por el Servicio de Hematología del Hospital Puerta de Hierro y el Servicio de Traumatología del Hospital La Paz, ambos en Madrid. A principios de 2014 se había aprobado la realización de un ensayo clínico para regenerar el hueso y evitar el trasplante. Él fue uno de los primeros pacientes en someterse a una prueba que fue todo un éxito.
Hugo miró al auditorio, que le escuchaba en silencio. Habló de sus muchos viajes en bicicleta de montaña a lo largo de los años, de sus peripecias en decenas de países, de cómo la necrosis avascular le había hecho parar en seco muchos de sus proyectos y animado a empezar otros. Tenía dos opciones, contaba, quedarse parado durante seis meses o mantenerse activo, involucrarse en la cura de su enfermedad. Compartió la pregunta que se había hecho, “¿cómo aplicar lo que sé de las nuevas tecnologías a esta dolencia?”. Y explicó cómo había fabricado una cadera orgánica y biodegradable donde inocular células madre o cómo propuso a los médicos aplicar la tecnología 3D para la realización de prótesis. Una idea se había ido fraguando en su cabeza: devolver el favor a aquellos que le estaban ayudando a curarse. No sabía ni cómo ni cuándo, pero sabía que encontraría la manera.
Hugo relacionaba sus experiencias viajeras con su enfermedad, por la pasión con la que se enfrentaba a ambas, por los retos que deseaba seguir superando. De pronto, todo encajó: ¿Por qué no marcarse un nuevo reto? Y así fue cómo se comprometió consigo mismo y con los demás: en un plazo de un año comenzaría una vuelta al mundo solidaria. Lo haría en moto y tardaría 80 días. Convertiría su travesía en un documental para TV, y todos los derechos de distribución que obtuviera irían destinados íntegramente al equipo de investigación del Servicio de Hematología del Hospital Puerta de Hierro y al Servicio de Traumatología de La Paz, que trabaja con la regeneración de tejidos óseos.
A los médicos no les pareció buena idea. Él había hecho una promesa y pensaba cumplirla.
Scagnetti trabaja en el departamento de innovación tecnológica de Telefónica, así que su promesa se convirtió también en un reto profesional: utilizar todo aquello en lo que estaban investigando en la compañía para su viaje. Y decidió realizar la primera vuelta al mundo en una moto conectada 24 horas. Su espontánea propuesta se había convertido en un ambicioso proyecto.
La primera de sus tareas fue definir la ruta. Un recorrido que pudiera realizarse en moto y en menos de tres meses. Tras evaluar distintas posibilidades, decidió que empezaría por Francia, Italia, Grecia y Turquía. De allí pasaría a Georgia, Azerbaiyán, Uzbekistán, Kazajstán, Rusia, antes de llegar a Corea del Sur. Un avión lo llevaría a Estados Unidos y otro a Francia y terminaría el viaje en España, después de cruzar el Océano Pacífico y el Atlántico. En total, 37.000 kilómetros.
La tecnología era un pilar importante en esta aventura. Diferentes equipos de Telefónica de España trabajaron con Yamaha y 18 socios tecnológicos para preparar la máquina que le acompañaría en esta aventura, una Yamaha Super Ténéré XT1200Z a la que se incorporó una cámara de seguridad y una pasarela de internet de las cosas -IoT por sus siglas en inglés- capaz de captar datos recogidos por sus sensores y enviarlos de forma securizada a la nube gracias a la plataforma Smart m2m, permitiendo la transmisión en tiempo real de parámetros como temperatura, presión atmosférica, gases ambientales, aceleración e inclinación de la moto.
Un guante biométrico facilitaba información sobre las emociones y los procesos cognitivos de Hugo
Su casco contaba con un navegador GPS Premium con pantallas táctiles de alta sensibilidad y con GSM, un sistema global para la comunicación móvil. Pero lo más novedoso lo llevaría en la mano: un guante biométrico para medir la actividad bioeléctrica de su piel y facilitar información sobre las emociones y los procesos cognitivos de Hugo, así como sus constantes vitales. El equipo perfecto que le acompañaría durante 80 días. Una nave de dos ruedas sobre la que recorrería caminos de todo el mundo.
El 27 de mayo de 2016 arrancaba la moto. Ya no había vuelta atrás.
“Hice un viaje en solitario, pero no me sentí solo nunca. La moto era mi cordón umbilical con Madrid”, contaba al llegar. Y así fue. Cada día, mientras recorría carreteras o caminos pedregosos en algún desierto de Asia, Hugo mantenía en todo momento contacto con España.
Desde las oficinas de Telefónica sus compañeros iban recibiendo información de cada uno de sus movimientos. A pesar de aquel control exhaustivo, Hugo no quería renunciar a la aventura en su travesía: decidió que la mejor ruta la elegiría sobre la marcha y que dormiría allí donde la noche le encontrara. Y esto supuso algunas veces dormir a la intemperie, otras pasar la noche en casa de personas con las que solo podía entenderse con la mirada o con un fuerte apretón de manos.
Mientras recorría aquellos 37.000 kilómetros, con su guante siempre enfundado y con la pantalla de su moto marcando infinitos valores, Hugo no imaginaba la cantidad de información que sus compañeros de big data estaban recopilando. Aquella experiencia de casi tres meses se prolongaría durante mucho tiempo más, con él ya paseando por las calles de Madrid.
El cruce de datos que el equipo de Telefónica llevó a cabo reveló, por ejemplo, que los pequeños seísmos que son imperceptibles para el ser humano producían en Hugo alteraciones emocionales positivas. Además, cruzando los índices de criminalidad de algunos puntos clave de la ruta con el tiempo de las paradas que realizaba el piloto, se dieron cuenta de que en los lugares más peligrosos Scagnetti hacía paradas especialmente cortas, aunque él desconociera a priori si aquel lugar era conflictivo o no. Poner a prueba instrumentos como este guante biométrico ha permitido abrir nuevas posibilidades en el campo del neuromarketing y de las tecnologías móviles.
Un sábado frío de marzo de 2017, Hugo camina por los pasillos que tantas veces ha recorrido en silla de ruedas o valiéndose de muletas. A su paso, saluda a médicos, enfermeras y celadores. Es alto y grande, su mirada es entrañable, sincera, como la de un niño. Uno siente, nada más verle, que puede confiar en él. Entra en la habitación de un paciente joven, un chaval diagnosticado con necrosis avascular de cabeza de fémur. Le han dicho que tal vez no pueda jugar al fútbol. Está abatido.
Hugo le mira, aprieta su mano y le sonríe: “¿Sabes? yo di la vuelta al mundo. ¿Qué no podrás hacer tú?”.