Por Maribel Ramírez Coronel, periodista en temas de economía y salud para El Economista.
Transcurrida la jornada electoral que pasará a la historia entre otras cosas por la enorme participación ciudadana, hay que ir viendo qué es lo que nos espera hacia adelante y los asuntos vitales que el próximo gobierno deberá afrontar.
Realmente los contendientes, sin excepción de partido, hicieron poco caso a las innumerables propuestas y exposiciones de diferentes organizaciones privadas y sociales en torno a la urgente necesidad de voltear a ver la difícil situación del sector salud.
Durante los últimos meses hubo varios foros y eventos donde se expusieron las necesidades que enfrenta el sistema de salud mexicano aspirando a lograr que llegaran a oídos de los candidatos. La Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial, la Asociación Mexicana de la Industria de Seguros (AMIS), el Tecnológico de Monterrey, la Asociación Mexicana de Industrias de Investigación Farmacéutica (AMIIF), la Fundación Mexicana para la Salud (Funsalud), el Tecnológico de Monterrey...
Pero en realidad la respuesta de los distintos equipos partidistas fue nada esperanzadora.
Hubo incluso presión de múltiples organismos para que el Instituto Nacional Electoral (INE) aceptara incluir en el tercer debate el tema de salud. Al final las autoridades electorales aceptaron, pero los candidatos a la Presidencia sólo hablaron de generalidades e hicieron ver que realmente no tienen idea clara de la grave situación.
De hecho, Funsalud, presidida por Pablo Escandón y Héctor Valle, invitó en una sesión cerrada a los candidatos a exponer con detalle sus propuestas sobre el ámbito de la salud. Los candidatos hicieron ver que no era tema de su interés. Terminaron enviando a representantes pero éstos igualmente dejaron ver que no se tiene claro cómo resolver los problemas estructurales de la salud pública nacional.
Ni el mismo doctor Jorge Alcocer, designado secretario de Salud como parte del anticipado gabinete de Andrés Manuel López Obrador, mostró claridad sobre lo que se haría, por ejemplo, con la bomba de tiempo que inevitablemente significa la epidemia de la dupla diabetes/obesidad.
En la campaña electoral no fue posible saber propuestas por ejemplo para resolver la onerosa fragmentación del sistema ni para reducir el injusto gasto de bolsillo que es uno de los más elevados del mundo, lo cual es vergonzoso pues en la mayoría de las naciones la mayor proporción de lo que se gasta en salud lo asume el Estado.
No pudimos saber cómo se resolverá la desgracia de que una gran parte del gasto en salud es catastrófico pues sale del presupuesto familiar en forma imprevista, ineficiente y desordenada. Y no pudimos escuchar alguna idea de cómo abordar de mejor manera el cáncer y otras enfermedades costosas no cubiertas por el Seguro Popular, donde las familias empobrecen con tal de sacar adelante a su enfermo, algo que el estado mexicano tiene pendiente de resolver y detener. Es un fenómeno que está llevando a un descenso de la movilidad social por el hecho de que el Sector Salud está dejando descubiertos grandes espacios y permitiendo que siga en rangos elevados el gasto de bolsillo.
No fue posible sacarle a ninguno de los contendientes el compromiso de invertir más en el cuidado de la salud. Está por verse cómo le hará el próximo gobierno para enfrentarlo, porque las complicaciones derivadas de las enfermedades crónicas degenerativas seguirán acarreando crecientes costos y apretando los recursos ya no digamos del sector salud, sino de desarrollo social en general.
Sin embargo, la agenda de salud tendrá que ser asunto vital para el nuevo gobierno. También para el nuevo Congreso. Al momento de analizar y definir el paquete económico para 2019, los senadores y diputados entrantes ya tendrán que ver cómo se las arreglará el Estado para cubrir ese creciente gasto multimillonario que implica la atención de enfermedades.