Se trata de ocho construcciones textiles espontáneas basadas en técnicas tradicionales como el telar de cintura, el telar de pedal, el ganchillo, entre otros ensamblajes artesanales, que tienen entretejidos elementos como algas, madera, puntas de maguey, puntas de obsidiana y metal.
Una pausa. En eso se ha convertido la sala Temporales II del Museo Franz Mayer con la exposición Man(o)rando, cortesía de la artista Luciana Corres para todo el que visite el espacio en el primer piso del recinto.
Se trata de ocho construcciones textiles espontáneas basadas en técnicas tradicionales como el telar de cintura, el telar de pedal, el ganchillo, entre otros ensamblajes artesanales, que tienen entretejidos elementos como algas, madera, puntas de maguey, puntas de obsidiana y metal. También hay remates en tlapiales, que tradicionalmente se usan en Veracruz para decorar las orillas de los rebozos.
Es un tributo a la vida, dice; un diálogo con los artesanos, agrega, y una reconciliación con la sombra, reflexiona, vestida de negro, inmersa en la penumbra de la sala, con todos los muros teñidos de negro y unas cuantas luces que proyectan las sombras de sus esculturas textiles hilvanadas, más que con las manos con las puntas de los dedos.
Un diálogo. Desde el inicio del montaje, Luciana no se despegó del proceso. Cuidó cada detalle de la sutileza de la iluminación, la ubicación precisa de cada una de las piezas y puso a dialogar su obra con fotografías de sugerencias coreográficas de brazos y manos de Roberta Vassallo y la entretejió con poesía de Silvia Siller, con versos como: “No hay rincón ni escondite para man(o)rar cuando trabajan hilos como rayos de luz de manos invisibles”.
Casi ninguna pieza tiene nombre, excepto la que comparte título con ese poema de Silvia Siller: “Semilla de Dios”: una raíz germinando y una pequeña flor en ciernes que sirve de cuna dorada para un diminuto Niño Dios.
“Quiero invitar a un ritual a la hora que uno entra a este espacio y lo recorre. El título, Man(o)rar, que es orar con las manos, habla de la concentración que requiere un proceso manual, lo que nos pone en un estado de pausa, de silencio, de claridad e, idealmente, de conciencia, para no hacer las cosas de una manera mecánica”, sustenta.
Juego de sombras. Son siete trabajos circundantes, todos con la sombra proyectada en el muro y el central: un corazón que flota, una construcción enigmática de alambres, hilos azules y rojos que forman las arterias, los ventrículos y las válvulas; que cuelgan del techo y se mecen tenuemente de un lado al otro, alumbrados desde abajo; con texturas tan delicadas como las de la tela de una araña.
Todas las esculturas textiles brillan con la luz que las ilumina. Hay una que parece que está prendida en fuego; son sus hilos de cobre de tono rojo tejidos en tela de pedal.
Otra más bien parece un flujo de agua perpetuo en el que flotan elementos marinos. La del fondo es una arquitectura vertical, casi que una torre de cintas con entretejidos de una pequeña barca de madera, una mano de papel y el pequeño rostro de una mujer, como si la fueran escalando. Siempre una sombra detrás que repite lo que hace la escultura.
“Me importa mucho hablar de la experiencia del espacio. En este diálogo de la luz y la sombra, de la dualidad, lo que planteo es una reconciliación con la sombra”, agrega.
Concluye que quiere poner algunos cojines en el suelo para que el visitante sienta la confianza, incluso, de entrar en un estado de meditación. La muestra estará disponible para dichos motivos hasta el próximo 30 de septiembre.