Rolling Thunder Revue, una producción de Martin Scorsese está disponible en Netflix para contar una histórica gira del cantante.
La clave que revela el truco está al principio. Solo hay que mirar bien, prestar atención y pensar un poco. La película de Martin Scorsese sobre la gira Rolling Thunder Revue de Bob Dylan que Netflix estrenó este mes fue un gran engaño. Porque no es un documental. Es, como dice al comienzo en una placa de texto: “Una historia de Bob Dylan por Martin Scorsese”. Ahí está la respuesta correcta: es una historia, basada en hechos reales, pero filtrada por la fantasía y la memoria, que borronea los contornos, omite algunos detalles y confunde momentos.
Bob Dylan siempre fue un mentiroso. Ha contado historias contradictorias sobre su vida desde su juventud, ocultó su vida doméstica, sus adicciones, sus hábitos, a tal punto que su vida siempre tuvo un halo de misterio autogestionado por el artista, que distintos biógrafos se han dedicado a desarmar a lo largo de los años. Pero Scorsese (que ya lo retrató en el documental No direction home) no hace esta película con esa intención. “No me acuerdo de nada de la Rolling Thunder. Pasó hace tanto tiempo que no había nacido”, dice el Dylan del presente, anciano, mirando al piso.
Y ahí se abre la puerta para que las falacias se crucen con los eventos reales de la gira que empezó en 1975. Se había terminado la guerra de Vietnam con la caída de Saigón, la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia aún estaba fresca y un Estados Unidos en plena confusión pero a la vez organizando el festejo de su bicentenario era el telón de fondo para que Bob Dylan se pusiera al volante de una casa rodante, cargara con amigos y colegas como el poeta Allen Ginsberg, la cantante (y su pareja) Joan Baez, el guionista y actor Sam Shepard, Joni Mitchell, Patti Smith y la misteriosa violinista Scarlet Rivera para una gira por pequeños escenarios, con entradas a 8 dólares y una formación sobre el escenario que cambiaba cada noche.
“Si hay algo que puede conmovernos, hacernos pensar, incluso hacernos sentir antes de pensar, eso tiene que ser preservado (...) La gira tiene un elemento de diversión. Es hacer algo para la audiencia, abrir sus mentes, para que no se esperen lo normal. Lo convencional. No hacés algo que resulta predecible”
Martin Scorsese
Director de Rolling THunder Revue
Dylan venía de años de inactividad escénica, hasta su regreso en 1974 acompañado por The Band, que llenó estadios allá adonde fue. Para su siguiente truco, cambió la escala, el formato y el estilo de la gira; perdió dinero pero se ganó un lugar en el Olimpo de los tours del rock, e incluso tuvo momentos, como su final en el Madison Square Garden de Nueva York, en que las ganancias fueron destinadas al boxeador Rubin “Hurricane” Carter, a quien le había compuesto una canción para acompañar su lucha por salir de prisión, donde había terminado luego de ser acusado de un crimen que no cometió.
Esa historia está en el “documental”, pero también hay otras que son falsas. Como la de Sharon Stone, que cuenta cómo se cruzó con Dylan en la entrada de un show, este la hizo entrar junto a su madre, y así, con 19 años, se sumó a la gira como asistente de vestuario. La actriz relata cómo el músico un día le cantó Just like a woman en el backstage, y le pronosticó que un día sería una estrella del cine. Hay fotos de los dos juntos, hay unas cuantas anécdotas compartidas. Pero las fotos son trucadas. Los cuentos son mentiras. ¿Y qué?
En realidad no es lo importante lo real, o la verdad. Si no se conoce en profundidad la vida y obra de Dylan, puede verse como un documental real y maravillarse con lo increíble de la historia (que siendo honestos, es demasiado buena para ser verdad); si se conoce al detalle la trayectoria del señor Zimmerman, puede verse como una forma en la que el artista derriba algunos mitos y leyendas, crea otros y dibuja su propia realidad, fiel a su estilo.
Y la base de esta historia en realidad es verdadera. La gira existió, tuvo a todos esos integrantes (bueno, salvo a Sharon Stone), fue filmada y fue tan descontrolada como épica. Hay momentos impresionantes que están en el relato de Scorsese, como una visita de Dylan y Ginsberg a la tumba del escritor Jack Kerouac, donde leen un fragmento de Mexico City Blues y presentan sus respetos. Los shows y las canciones están ahí en toda su gloria y fuerza.
¿Y qué si el documentalista europeo Stefan Van Dorp es en realidad el humorista Martin Von Haselberg, las imágenes de la gira son descartes de la película Renaldo y Clara, y fue el propio Dylan el que dirigió ese rodaje? ¿Cambia algo si sabemos que el presidente Jimmy Carter nunca vio el show de la Rolling Thunder Revue? Recordemos, esto no es un documental, es una historia, un invento. Y como suele pasar con las anécdotas, con el tiempo se van mejorando y agrandando.
Dylan se ríe de sí mismo y de su figura, aunque se cuida, de común acuerdo con Scorsese. Su cara desencajada frente al micrófono seguramente no tenía que ver solamente con el éxtasis de la música, porque está bien documentado que en esa gira corría el polvillo blanco. Su matrimonio con Sara Dylan se fue decomponiendo en la gira. Pero eso no lo vemos.
Entre mentiras y verdades, la película es otra reafirmación del talento de Scorsese para crear historias y contarlas, así como de la genialidad de Dylan. En un país peleado consigo mismo, en un momento en el que la música folk estaba decayendo y el rock dejaba de ser un movimiento contracultural y se consagraba como música pop llenando estadios, el artista hizo lo que quiso, incluso yendo en contra de las convenciones del mercado.
“Cuando alguien tiene puesta una máscara, te va a decir la verdad”, afirma Dylan en 2019. Y ahí está otra de las pistas. El único momento en el que el músico tiene una máscara es cuando está maquillado, cantando durante la gira. Las canciones son verdad. Y quizá eso es lo que importa en esta historia.