Por Maribel Ramírez Coronel, periodista en temas de economía y salud para el Economista.
La ola prohibicionista que arrasó con todo lo relacionado a la marihuana en los años 40s y 50s el siglo pasado le agarró por sorpresa a varias industrias, no sólo a la medicinal.
La historia cuenta que en ese entonces se escuchaba mucha propaganda negativa contra la marihuana por ser un narcótico dañino. El consenso para prohibirla fue generalizado en Estados Unidos y Europa; otras regiones como América Latina se fueron con la tendencia.
Lo que no dijeron los prohibicionistas de aquella época es que la planta prohibida, cannabis sativa, era la misma de donde salía el cáñamo utilizado en muchas otras industrias que tarde se percataron de haber perdido a uno de sus insumos importantes.
El cáñamo, la parte de la marihuana que prácticamente no tiene el componente psicoactivo (con una concentración menor al 0.3% del THC o tetrahidrocannabinol), es una materia prima muy apreciada por su consistencia y utilidad para hacer papel, textiles y superficies: la Constitución de los Estados Unidos de América está firmada en papel de cáñamo, los primeros pantalones de mezclilla “Levis” se hacían del desperdicio de hilo cáñamo duro y fuerte como para aguantar en minas y otros trabajos pesados; las cuerdas y velas de los barcos eran del mismo cáñamo de lo más resistente en ese entonces.
Ahora con el retorno a la cordura respecto de la estigmatizada planta, varias industrias -y no sólo la medicinal- vuelven a considerar el aprovechamiento del cannabis. Incluso el creciente segmento de alimentos y suplementos ya usa las semillas de Hemp provenientes del cannabis como ingrediente valioso pues tiene alto valor en proteínas y omegas.
El regreso de la cannabis a la legalidad viene de hace tiempo en todo el mundo y la expansión de esa industria corre a gran velocidad. Entre los más adelantados están Europa, Canadá y Estados Unidos. Más recientemente en América Latina, la ola legalizadora va también veloz: desde Uruguay donde el expresidente Mujica legalizó toda la cadena de producción y venta tanto para uso recreativo como medicinal, Brasil y Argentina que permiten la importación para uso medicinal, Chile que cambió su ley en 2017 y Paraguay que ya permite sembrar marihuana para producir medicamentos. Incluso Colombia -donde la lucha antinarcóticos ha sido un fuerte lastre- ya tiene autorizadas empresas que empiezan a sembrar cannabis de manera legal.
En México, que estaría en situación parecida a la de Colombia por el tema del narcotráfico, también ya llevamos pasos importantes. Aquí el Legislativo aprobó la legalización del cannabis medicinal hace casi dos años, pero en los hechos no se ha podido aplicar debido a que el respectivo reglamento está retrasado. Se esperaba su publicación desde diciembre del 2017 pero ha pasado más de medio año y sigue atorado en Cofepris. Se supone que Cofemer ya hizo la consulta; está en manos del Jurídico de Presidencia para que se concrete su publicación en el Diario Oficial (DOF).
Sabemos que viene habiendo reuniones de un grupo de empresas que ven amplio potencial y múltiples aprovechamientos de la planta de cannabis sativa en México, y no por el factor psicotrópico. No son pocas las compañías interesadas en invertir en investigación y desarrollo para obtener el registro de productos con miras a fabricarlos localmente. Y hablamos no sólo de medicamentos, sino de suplementos alimenticios, alimentos y remedios herbolarios, que habiendo demostrado seguridad, calidad y eficacia, seguramente no tendrán obstáculo para sembrar la planta en forma legal y controlada en territorio mexicano.
No se ve razón para retrasar más ese proceso que nos introducirá en una carrera internacional donde tenemos con qué para ser competitivos.