Con sus casi cuarenta pares de zapatillas Nemo es la Imelda Marcos de su familia. Sólo que él no acumula botas de piel, sandalias abiertas o calzado de fiesta con terciopelo y brillos, como hacía la ex primera dama filipina —cuando estaba en el poder— gracias al tesoro público. Nemo es un sneakerhead o un sneaker freak, es decir, un loco por las zapatillas deportivas.
Cada vez que viaja a Estados Unidos, Nemo Rivero, 39 años, lentes para el sol, pantalones cortos de camuflaje, polera oscura de los Miami Heat, no vuelve con los típicos juguetitos modernos que otros se compran —iPads, iPods, cámaras de fotos y demás caprichos—, sino con dos o tres pares de zapatillas o "tenis" de última generación y con alguno que otro más clásico que encuentra en tiendas especializadas.
Para la francesa Julie Benasra, directora y guionista de God Save My Shoes (Dios salve a mis zapatos), nada transforma tanto el cuerpo como el tacón, esa prótesis de plástico o madera esencial en los guardarropas, esa aguja a veces delgadísima que para el periodista Sergio Daniel Bote es un “arma de seducción masiva” que nos eleva unos centímetros y aumenta nuestra autoestima.
Pero no todos son amantes de la versión más estilizada del único elemento de un vestidor que deja huella. Para Rivero, el glamour tiene suelas planas, diseños ergonómicos, colores fosforitos —rojo atómico, azul metálico, naranja cítrico—y, a menudo, nombre de basquetbolista: Lebron James, Kobe Bryant o Michael Jordan.
Aunque no son tantos, con sus casi cuarenta pares de zapatillas Nemo es la Imelda Marcos de su familia. Solo que él no acumula botas de piel, sandalias abiertas o calzado de fiesta con terciopelo y brillos, como hacía la ex primera dama filipina —cuando estaba en el poder— gracias al tesoro público. Nemo es un sneakerhead o un sneaker freak, es decir, un loco por las deportivas. “Sobre todo, de la marca Nike”, aclara (“naiki”, pronuncia).
“Pero también tengo varias Converse tipo chapulín”. Entre ellas, un par con el dibujo de una escena inspirada en Pulp Fiction, otro negro con lentejuelas, uno con las barras y estrellas de la bandera gringa que adquirió un 4 de julio, Día de la Independencia, y uno que rinde homenaje a la banda de rap metal Rage Againts the Machine, que llevaba puesto cuando nació Romeo, su último hijo, en un parto medio complicado, y que tardó en quitarse varios días porque se sentía cómodo con él encima.
Según un estudio realizado por la Universidad de Kansas que el diario La Vanguardia citó en un reportaje, la gente que prefiere calzado demasiado masculino tiende a ser desagradable; los librepensadores suelen decantarse por lo más desgastado y barato; los extrovertidos, por lo extravagante y lo llamativo; y muchos utilizan estratégicamente modelos tímidos o despampanantes para cubrir los pies con la única idea de crearse una imagen pública específica.
Para el gurú y modisto Kenneth Cole, la mujer promedio se enamora siete veces al año: “seis de ellas, de zapatos”, bromea. Y la felicidad de Nemo también comienza en su talón (en el de Aquiles) para acabar donde el dedo gordo choca con la punta de cualquiera de sus deportivas, que considera una obra de ingeniería mayúscula.
“No se deforman, apenas pesan y son un todoterreno”, explica. Para Rivero, la máxima expresión de la elegancia habita en la última tecnología para salir corriendo.
Just for Kicks, un documental protagonizado por adictos a las zapatillas, asegura que el negocio de los tenis mueve 26 billones de dólares en el mundo anualmente, casi el doble del Producto Interior Bruto de la Unión Europea. En comparación, Nemo invierte en ellos una cifra ridícula y a la vez nada despreciable: el equivalente a casi 19 salarios mínimos de Bolivia. “Alrededor de 4.000 dólares al año”, calcula. “Y eso que a ratos me controlo. Sé perfectamente que debo pagar pañales y colegios antes que nada”.
Lo primero que Rivero le regaló a su hijo Romeo cuando éste era un recién nacido de ojos chicos que apenas movía las piernas fue un par de Lebron James de Nike color morado que dejó de usar hace unas semanas. A sus hijas mayores les obsequió después unos personalizados —también de la línea Lebron— con los detalles y los tonos que ellas mismas escogieron.
Y él suspira cada vez que sale algún par de edición limitada de sus ídolos baloncestísticos. Entonces, le toca enfrentarse a la computadora con un café cargado, a las seis o siete de la mañana, para ser de los primeros en hacerse con él a través del sitio web de la única multinacional con los pies en la tierra que ha podido besar el cielo con sus ganancias. “Y aún así, suele ser muy difícil de conseguir”, señala.
Para Nemo, que calza números pequeños, entre 37 y 38, las "deportivas", además de un objeto de colección, son un reflejo de su estado de ánimo. El Día de la Madre, por ejemplo, posteó una foto en Facebook en la que muestra unas Converse rosadas que le cubren hasta el tobillo. Cuando quiere impresionar a alguien, se enfunda unas verde bambú de Nike. Y cuando amanece nublado, para recuperar el ánimo, unas azuladas con guatos anaranjados. Zapatos de vestir para combinar con terno solo tiene cuatro —dos pares—. “La última vez que me los puse —confiesa sin pudor— fue hace siete meses”.
“No se deforman, apenas pesan y son un todoterreno”, explica. Para Rivero, la máxima expresión de la elegancia habita en la última tecnología para salir corriendo.